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El grito de Max

El actor Francisco Algora, integrante de una camada gloriosa de la interpretación, vive olvidado en Vejer con una escuela de teatro que sólo cuenta con un alumno

Francisco Algora, el viernes por la tarde en la balconada de Vejer, lanzando un salvaje grito.
Pedro Ingelmo / Vejer

23 de mayo 2010 - 05:00

"La fe es estar siempre en un grito y ponerlo, siempre, en el cielo".

José Bergamín

Un hombre grita, grita muy fuerte. Un viento de espanto empuja el grito de liberación hasta Tánger. Se ve Tánger desde aquí, desde esta balconada de Vejer al Estrecho. El hombre que grita suspira, luego sonríe. "Me viene bien gritar".

En Vejer hay un pequeño monumento a la estupidez. Es un teatro ya que lo dicen las apagadas letras de neón, como de una heladería, de su interior. No se puede entrar en este teatro, un mamotreto arquitectónico atornillado en el interior amurallado de este pueblo de la colina. El teatro se hizo y nunca se representó nada allí. En sus escaleras exteriores, los fines de semana, vende sus libros Francisco Algora, dado por mendigo, loco y muerto en numerosas ocasiones. Paco Algora es el hombre que grita. Lo pueden encontrar en esa inquietante película que fue Habla, mudita. También se halla en aquel encuentro coral de cómicos, ese engranaje perfecto de pequeños papeles que fue La Colmena. Es más, Algora era el fraile de una serie televisiva que creó industria, Curro Jiménez, la apuesta personal de un Adolfo Suárez que era por entonces el director de RTVE. El hombre que vende sus romanceros en las escaleras de un teatro inútil de Vejer estuvo en algunos enclaves básicos de la transición, estuvo en lo que se llamó la platajunta. "Qué razón tenía Manolo Vázquez Montalbán: contra Franco se vivía mejor". Y sigue teniendo esa risa cascada y socarrona que era su sello. No es mendigo, no está loco, no está muerto: "Estoy en las penúltimas, pero no en las últimas". Ha montado en Vejer una escuela de teatro. Tiene un alumno. Hoy su alumno no está con nosotros porque su padre le ha encargado hacer unos trabajos de fontanería.

Algora no abandera derrota alguna. Dice abanderar un legado. Y le va así así. "Hace 25 años que no me llaman para la escena, hace tres que no hago una película y lo último que hice en televisión fue algo en Amar en tiempos revueltos. Ahora ya no hago películas, hago peonadas". Garci es de los pocos que se acuerda de él. Su última película fue Sangre de mayo, un bicentenario madrileño que costó 15 millones y no llegó a recaudar ni uno.

Algora es madrileño, hijo del portero del observatorio astronómico. Tanta estrella... Cayó en el sur después de grandes procesos mitológicos. "¿Recuerdas La semilla del diablo, en la que al final Mia Farrow se dio cuenta de que todos estaban en el ajo menos ella? Bien, yo soy la que pare al demonio". Al destierro se le acumulan motivos y acontecimientos. San Sebastián, 1984. Algora acude al festival de San Sebastián con una gran película, hoy olvidada: Fanny Pelopaja. Un thriller devastador. En la conferencia de prensa Algora dice algo terrible: abandonó el montaje que Lluis Pasqual realizaba de Luces de Bohemia porque se mutilaba a Max Estrella, porque se mutilaba a Valle Inclán. "El montaje que hizo Tamayo con Franco tenía menos cortes que éste". "¿Y a ti qué más te daba?" Cita al propio Max Estrella, cita la voz de Valle Inclán: "¡Sacrilegio es que mis obras las fusilen mentecatos!" Cráneo privilegiado. Algora no estaba mal visto cuando, en el 82, Alfonso Guerra, que venía del teatro independiente, como él, se instala en el poder. Nombres de ese teatro independiente se asentaron en la gran escena: Tavora, Narros, Boadella. Ahora el teatro es inofensivo, "pero hubo un tiempo en que el teatro era muy peligroso para el poder, hacía pensar. Ahora ya no, claro. Ahora ya está todo subvencionado. He llegado a pensar que lo han matado deliberadamente". España entera se congregaba ante la televisión para ver los Estudio 1. Ibsen era del manejo habitual de los españoles de la época, el rey Lear y sus hijos traidores tenían millones de espectadores.

Segundo acto. Algora es un proscrito del teatro. Pilar Miró apenas si le sostiene el saludo. Era Pilar Miró la que lo había cambiado todo, recuerda Algora. "Por Un hombre llamado Flor de Otoño cobré 400.000 pesetas de la época. Pepe Sacristán cobró 500.000. No existía un escalón entre el primer nombre y el segundo. Miró llegó y dijo hagamos cine subvencionado. Paguemos mucho dinero público para hacer cine. Lo que sucedió es que unos cuantos se hicieron muy ricos y los demás nos quedamos igual. Había que bailar al son o no trabajabas. En los gloriosos tiempos Mary Carrillo se mataba a trabajar y no se salvaba de la mesa camilla. Después de Miró, el primer nombre vivía de la fama, el dinero y la vanidad y el segundo nombre seguía con su sueldecillo. El talento es un regalo, pero si vas a tu bola, si sólo piensas en ti, se te pudre". Un viaje demencial a Costa Rica para rodar la que entonces era la película más cara del cine español, El Dorado, dirigida por Carlos Saura, convirtió en Lope de Aguirre, el loco conquistador que buscaba oro y fama, a muchos de los que participaron en ese fiasco. Francisco Algora regresó dándose cuenta de que necesitaba respirar. "Me vi acabado. Nada de eso formaba parte de mi oficio, del que me habían enseñado los grandes, los Carlos Lemos, Rodero, Agustín González... tantos".

El tercer acto de su destierro son sus romanceros, una obra de teatro en la que Jonás vive en una ballena que es una buhardilla y resiste a Mefisto, que le dice que transija, que lo primero es el dinero. No, nunca. Algora dice nombres. El primero el de su gran maestro, Fernán-Gómez. O el de Fernando Rey. "Si Banderas se hizo millonario, qué no deberían haber ganado ellos..." Ninguno millonario. "¿Cómo acabó Lola Gaos? Todo el mundo sabía que era comunista y, con Franco, trabajaba. Murió en democracia y en la miseria. Queta Claver, Rodríguez Méndez... Esta profesión es muy puta. Cuando trabajas tienes muchos amigos, cuando dejas de trabajar eres un apestado. Y ahora soplan otros vientos".

El viento castiga esta tarde Vejer, nos persgigue por los callejones. "¿Y el futuro, Paco? Hay que comer". "No le temo a la vida, escribe Chejov en La gavitota. La mejor almohada es una conciencia tranquila. No trabajo para quienes eliminan la palabra 'alma' de Valle-Inclán, para quienes hablan del misticismo laico de Santa Teresa. Que se vayan al carajo".

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