Juan José Téllez: “El que esté libre de política, que tire la primera piedra”
El autor publica ‘Los últimos pieles rojas’, un poemario sobre el tiempo y la memoria que presenta el sábado en Cádiz. “Sigo pensando, sintiendo y escribiendo como el primer día”, dice
El escritor gaditano Juan José Téllez (Algeciras, 1958) regresa a la poesía, de la mano de la editorial sevillana Renacimiento, con Los últimos pieles rojas, una colección de poemas que puede entenderse como un manual de resistencia y una reflexión sobre el tiempo y la memoria. El autor presenta su poemario este sábado, a las 12:30, en la Fundación Carlos Edmundo de Ory, en Cádiz.
Pregunta.–Kafka deseó ser uno y ahora usted anuncia a los últimos… Hablamos de pieles rojas.
Respuesta.–En realidad, estamos hablando de los mismos pieles rojas de Kafka, siempre alerta, cabalgando a través del viento sobre la tierra estremecida, con más horizonte que bridas. Esa es una hermosa utopía y mis poemas intentan hablar de aquellos que todavía se niegan a la doma y a que nos encierren en las reservas del pensamiento único. Estuve, en una ocasión, con los indios semínolas y allí aprendí la enorme paciencia y pericia que son necesarias para capturar caimanes en los pantanos de la Florida. Ya lo dice Rigoberta Bandini en su último cantable: “Como un caimán en Everglades, me aburro si no empiezo otra vez”. Yo creía que mi generación había logrado corregir, en parte, la historia de Jaime Gil de Biedma, que siempre termina mal, y ahora tenemos que volver a hacerlo. Eso sí, también tengo presente que los semínolas nunca se rindieron al Séptimo de Caballería.
P.–En Los últimos pieles rojas hay mucho de un tiempo que se acaba, ¿para bien o para mal?
R.–Creo que vivimos, desde hace mucho, un fin de ciclo y hemos vivido, al pairo, un fin de siglo. El siglo XXI empieza a parecerse demasiado al siglo XVII, sin ideología, sin Ilustración, sin más credos que los oficiales, en donde sólo parece quedar la picaresca para enfrentarnos a un nuevo régimen, que se parece demasiado al antiguo. En cierta forma, estamos recreando el 98, pero el imperio que muere no es el español, es el de aquellas tres mágicas palabras escritas hace mucho en Francia: Libertad, igualdad y fraternidad. Libertad, para no ser idiotas ni soberbios. Igualdad, para ser distintos pero con los mismos derechos. Fraternidad, frente a la ley del más fuerte. ¿Qué hemos hecho mal para que la justicia social, ahora, parezca un anatema?
P.–El tiempo es una constante en su libro. “Yo también estuve en el jardín de Arcadia, antes de que me echasen los arcángeles del tiempo”, escribe en algún momento.
R.–Con 50 años, seguía sin sentar la cabeza y mi madre me decía: “Recuerda la edad que tienes”. Coincido con Clint Eastwood en que no hay que dejar que el viejo se nos meta dentro, pero hay que reconocer que tampoco estamos ya para el salto del tigre. Ese poema encierra un mensaje para los adanistas. Y para los jóvenes: no estamos tan sólo para que nos paguen las pensiones, sino para que aprovechen nuestro profundo conocimiento de los fracasos.
P.–Con frecuencia, los cambios pasan por nosotros sin que apenas nos demos cuenta, o sin querer darnos cuenta, o eso es lo que parece que cuenta en uno de sus poemas, Ubi sunt.
R.–El tiempo es un hijo de la gran puta. En el fondo, sigo teniendo veinte años hasta que me miro al espejo. Después, recapacito y me digo: Bueno, vale, tengo veintiuno.
P.–El pasado y la memoria son también los amigos. Algo que deja claro en las dedicatorias de algunos de sus poemas.
R.–Sí, son dedicatorias de amistad, no dedicatorias amorosas, aunque haya poemas de amor y de desamor, reales o ficticios. El amor es una de las formas sublimes de la utopía y creo que he amado y que amo, que me han amado y amado, más de lo que merezco, por lo que, como mi única religión son las supersticiones, quizá diera mala suerte incluir con dedicatoria a ese célebre impostor, según Benedetti, en este tratado de batallas perdidas. La amistad también es utópica, porque es amor a fuego lento. La amistad suele ser fija discontinua: si es genuina siempre vuelve a pesar de las ausencias ocasionales y no suelen existir infidelidades. Mi amigo más antiguo es el escritor y gastrónomo Manuel Jesús Ruiz Torres, a quien también dediqué versos antiguos y al que no veo tanto como debiera. Como tantos otros y otras. Manolo y yo nos conocimos, a los ocho años, en la cola de la vacuna, ya que nos quedábamos rezagados por temor a las jeringas. Seguimos siendo cobardes pero siempre he pensado que aquello nos libró de convertirnos en yonquis. Llevo años intentando escribir sobre la amistad, sin lograrlo del todo, para dedicarle un poema a la altura de esa emoción a mi viejo amigo Rafael Marín, que suele escoger mis versos como citas para sus novelas y al que todavía le debo tebeos que le mangué en la adolescencia.
P.–La política también puede ser un ámbito poético. En su libro, al menos, lo es.
R.–El que esté libre de política, que tire la primera piedra. No creo en la deshumanización del arte. Mi poesía intenta reconciliarse con el ser humano y la política es fieramente humana, aunque no creo que sea un ángel como el de Blas de Otero. He intentado, en cualquier caso, huir de la épica, de lo obvio, aunque la rabia se cuele de polizón a bordo de algunos versos.
P.–En ocasiones, ¿la memoria puede convertirse en una losa, en un lastre?
R.–Si la memoria nos conduce a la melancolía, es una tumba. Si nos sirve de brújula, puede constituir una resurrección. Conocemos ese tópico tan cierto: los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla. Los individuos, también.
P.–Tras un periodo de ausencia, al menos editorial, ha encadenado dos libros (Los amores sucios y Los últimos pieles rojas) en relativamente poco espacio de tiempo. ¿Ha regresado la poesía a su vida?
R.–No tengo conciencia de haber abandonado la poesía, lo que ocurre es que, a veces, la poesía me ha abandonado a mí. Bueno, supongo que mis detractores pensarán que nunca estuvo conmigo. Y a lo peor tienen razón.
P.–Entre sus primeros poemas (publicados) y estos que componen Los últimos pieles rojas han pasado casi 50 años, ¿en qué ha cambiado el poema y el poeta?
R.–Nosotros los de ayer ya no somos los mismos. Lo que ocurre es que yo soy muy conservador en mis ideas, en mis emociones y en mis versos. Sigo pensando, sintiendo y escribiendo como el primer día. En el fondo, me parezco demasiado a Julio Iglesias y llevo toda la vida cantando la misma canción.
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