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La gran libertad escultórica del artista Cornelis Zitman

Sus esculturas, que cuentan con una sala permanente en la antigua Cárcel Real, fundamenta un estilo y un lenguaje generado desde varias posiciones

Esculturas de Zitman en su sala permanente de la Casa de Iberoamérica.

13 de noviembre 2012 - 05:00

Junto a la magnífica muestra, presentada en el Espacio de Creación Contemporánea, con los fondos de la Colección Bankia y que, con el título de Zonas de riesgo, nos situaba en un arte avanzado y tremendamente comprometido con la sociedad en la que nos encontramos, la exposición de Cornellis Zitman en la antigua Cárcel Real -lo de Casa de Iberoamérica va a resultar difícil a los gaditanos- puede que sea de las más importantes, hasta ahora, en este amplio programa expositivo realizado por el Ayuntamiento de Cádiz en torno a los actos de Cádiz 2012, Capital Iberoamericana de la Cultura. Es, sin embargo, la que ofrece un peor montaje museográfico en unos espacios que se quedan pequeños ante la profusión de obras presentadas, cuya significación artística merecen una mejor y una mayor disposición espacial para su detenida contemplación, viéndose ésta, apreciablemente condicionada y con una visión que se dispersa. No obstante, la calidad de las mismas y la importancia de su autor la convierten en cita obligada en el importante recorrido expositivo que actualmente encontramos en la capital de la provincia.

Cornelis Zitman es un artista holandés que, afincado en Venezuela, se ha convertido en un escultor de culto en el panorama internacional. Nosotros lo descubrimos, por primera vez, de forma individual, en la Expo de Sevilla, en una magnífica muestra en el Pabellón de Venezuela. Después lo hemos visto en varias comparecencias, una de las cuales tuvo lugar en el Castillo de Santa Catalina de la ciudad que, ahora, acoge esta exposición y que nos vuelve a situar en su aplastante artisticidad. Es autor de una escultura básica, llena de personalidad y fundamentada en todos los valores de la gran escultura clásica.

La obra del artista nacido en Leiden transita por muchos y variados planteamientos estéticos. El principal es el testimonio claro de un casi indigenismo, extraído de las raíces del pueblo donde se afincó. También se observan los esquemas de un esencialismo plástico que reduce la representación a su máximo poder expresivo. Al mismo tiempo, en la obra de Zitman se observa un interés por la figura estática, en reposo, tumbada y, sobre todo, sentada, como si estuviese esperando o viendo pasar una existencia sencilla, sin demasiadas complicaciones. En este sentido, como afirma Bertrand Lorquin, el escultor crea una nueva dimensión iconográfica dotando a la obra sedente de una casi fenomenología de la presencia en el mundo.

La escultura de Cornelis Zitman fundamenta un estilo y un lenguaje generado desde varias posiciones y que él llega a hacerlas tremendamente personales. Por un lado encontramos referencias de la fortaleza plástica y del contundente sentido de lo estático de Arístides Maillol; también bebe la fuente de ese reduccionismo volumétrico que caracterizó una parte de la obra de Henri Moore y, en Zitman con mucha más intensidad creativa, de los generosos cuerpos de Fernando Botero. En esa supuesta coctelera habría que echar una minuciosa observación de la realidad, de lo cotidiano; una chispita de ingenuismo, un conocimiento de lo autóctono y una sobredosis de determinante dibujo que perfila las formas y acentúa los poderosos modelados. Con todo ellos obtenemos una obra valiente, pura, sin artificios, una escultura que reivindica la gran manifestación plástica tan desgraciadamente olvidada en el arte más inmediato.

La exposición se completa con varias series de ese sutil, elegante y apasionado dibujo del que es poseedor, así como de un cuadro, Holanda, que es como el testimonio artístico y vital de su existencia viajera y de su ciudadanía universal, asentada en un viejo molino de caña de azúcar, el trapiche, cercano a Caracas.

Una gran obra que merecía una mejor adecuación espacial, pero que nos sirve para contactar con la gran escultura de siempre y con un autor que desencadena los máximos espirituales del gran arte atemporal.

Casa de Iberoamérica Cádiz

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