El libre juego de la música

Pablo López ofrece en Sancti Petri un concierto marcado por la garra y el éxito masivo

El cantante y compositor Pablo López al comienzo de su recital en el Concert Music Festival. / Sonia Ramos
Julio Sampalo

04 de agosto 2018 - 09:59

El patio de Pablo López es un espacio abierto y diáfano, entre la metáfora y la más plausible de las realidades, donde se regresa al territorio de la infancia, al correteo incesante por los estimulantes vericuetos de la creatividad, al eterno juego de los sueños por cumplir. El patio de Pablo López se esquina en tres conceptos que resumen el por qué de una carrera fulgurante: Camino, fuego y libertad. El título de un disco, las tres verdades que guían su trayectoria. Un camino labrado de éxito no perecedero, fuego, mucho fuego escénico y, sobre todo, libertad para hacer, deshacer y expresar. Esta última idea, la libertad, casi un mantra, sobrevoló constantemente la visita del cantante y compositor al Concert Music Festival de Sancti Petri. Lleno absoluto, calor para compartir y emoción palpable durante más de dos horas de recital.

El Patio de Pablo López no es solo una canción monumental en forma y fondo. Es, además, el arranque de una manera de entender la música en vivo y la casi carta de presentación en escena de un artista que se hace grande entre melodías pero huye de la grandilocuencia impostada. Supone el ensimismamiento que envuelve a los músicos ante su obra segundos antes de soltarte a la cara un inesperado “¿juegas conmigo?”. Ahí cobra el mayor de los sentidos esa libertad de la que el malagueño hace gala. Una forma de jugar y jugársela ante el respetable a sabiendas de que su voz rota será eternamente correspondida.

En el patio de Pablo López hay un piano que se deja acariciar y forma la revolución, abarca tantísimo que hasta él mismo se impresiona de las dimensiones que puede llegar a alcanzar. “Estoy acostumbrado a cantar en espacios más íntimos y verme en estas pantallas enormes… Uno no sabe cómo ponerse”, admite entre gritos de entusiasmo y energía concentrada en el mínimo trayecto que media entre los cuerpos que se descubren por primera vez en el juego de los sentimientos. “Siempre hay primeras veces como aquella en que te encuentras con esa mujer y se te olvida todo lo demás o cuando te compras un coche nuevo y huele tan bien que no quieres que nadie fume dentro. Y después todo el mundo fuma”, relata. Su primera vez en Sancti Petri dejó huella.

En el patio de Pablo López la libertad se consume a grandes caladas, como una droga que deja sin aliento, la música se abraza como a ese amor que se sueña eterno y el triunfo se saborea sobre los hombros de los mayores afectos. “Hoy puedo hablar de esto”, relata, “con total seguridad hoy es un primer día para todos nosotros como cuando tocábamos hace cinco años para apenas veinte personas. Siento lo mismo”. El viernes no fueron dos decenas las que ensordecían su patio, sino muchísimas más. Había que experimentarlo y compartirlo. “Vivan ustedes cada puñetero día como si fuera el último”, arenga sin parar tocando las teclas más envidiadas de la música española.

En el patio de Pablo López no hay límites, normas ni dogmas. Con un Te espero aquí da paso a un pilla pilla sin descanso de mensajes melódicos que deben se interpretados cada cual su rollo. Eso sí, sin dejarse nada guardado en el corazón. Te lo pide en cada uno de los remansos de su patio: “¡Cántamelo!”. El público le sigue sin pensárselo, en un salto mortal sin red. Son los protagonistas de su propio juego, de El Mundo, de su mundo. La gente canta, Pablo López aplaude el ejercicio más puro de la libertad. Cantar y contar, respirar hasta diez, hasta cien… Y soltar hasta donde el alma alcance gracias a temas que resumen historias encapsuladas en arquetipos sonoros como El Futuro, El Teléfono, La Libertad, El Incendio o La Dobleuve.

En el patio de Pablo López hay un gato, El Gato, el “compañero de vida de mi madre”, un pequeño vestigio de fiera salvaje, asilvestrada por la música, que se pasea por el escenario como Freddie Mercury en Wembley, una “cinta VHS que he visto toda la vida y hoy yo también tengo que intentarlo. ¡Eooooo!”, proyecta el cantante. “Esto es Cádiz y aquí hay que mamar”, se escucha al tiempo que López desgrana anécdotas, confidencias con aura de poeta bohemio, malhablado y bien cantado que te coge desprevenido a las primeras de cambio para desarmarte, minutos después, a capela, poniéndose flamenco con toda la confianza: “Yo te quiero matar y no lo sabe nadie...”, canta finiquitando sin tregua Lo saben mis zapatos mientras tiemblan las gradas de tanta emoción. Matar y morir de amor en una misma estrofa sin despeinarse. Solo Pablo López lo consigue en aras de la libertad, que pertenece a los valientes. “Hay que se valiente para amar”, sentencia.

El viernes pasado Sancti Petri ardía de música cuando el patio de ese pirómano de los sentimientos llamado Pablo López echaba ya la cancela con la energía intacta y la respuesta esperada en una noche “muy especial” en la que no quiso olvidar a los suyos: su hermano, los colegas que lo sentían componer con la luz apagada y hoy lo ven brillar con el más merecido de los éxitos, su ahijada que “se ha puesto guapa para venir a verme”, su equipo, sus músicos Kim y Félix Fanlo y Matias Eisen (guitarras y batería), el presidente de su compañía Narcís Rebollo, que “llora y ríe conmigo”, Celia -”solo una mujer puede dirigir este caos”, compartía-, el Concert Music Festival, toda la gente que cree en la música y Cádiz. “¡Juro por mi madre que volveré!”, declaraba Pablo López antes de sacar al escenario a Auxi y Pablo Moreno, los dos hermanos gaditanos que enamoraron al malagueño en el programa televisivo La Voz para encarar la recta final del concierto, justo antes de la petición popular de Tu enemigo.

El patio de Pablo López es, verdaderamente, un espacio de libertad para un artista auténtico, de pico y pala, un prodigio de energía escénica condenado a seguir jugando la partida con buenas canciones y mejores directos, con garra. El patio de Pablo López es el rincón donde las partituras coquetean con las almas libres sin importar lo más mínimo si se logra el acorde esperado, con riesgo pero satisfacción, hasta la próxima ocasión. El patio de Pablo López es ese instante donde amor y música se funden para hacernos más salvajes, más auténticos, más humanos.

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