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Un libro de verdad

Primera Enciclopedia de Tlö | CRÍTICAS

Páginas de Espuma publica la 'Primera Enciclopedia de Tlön', antología coordinada y editada por Jorge Volpi que funciona como un amuleto irreemplazable para todo borgeano de pro

Borges en la Biblioteca Nacional de Buenos Aires. / D. S.
Luis Manuel Ruiz

09 de marzo 2025 - 06:00

La ficha

'Primera Enciclopedia de Tlön. Tomo XI. hlaer - jangr'. Varios autores de Tlön. Edición de Jorge Volpi. Páginas de Espuma, 2025. 192 páginas. 22 euros.

Los partidarios del ebook, esa triste pantalla que uno estruja junto con su cable bajo la cremallera de la bolsa de viaje, ha intentado sin éxito convencernos de una simpleza: que un libro consiste sencillamente en las letras de que consta y que por tanto puede prescindir de menudencias accesorias como portada, lomo o guardas, por no hablar de las superfluidades añadidas del peso o el olor. Para estos platónicos avant la lettre, el libro es la entidad espiritual encarnada en un transitorio objeto de materia, y lo mismo puede adoptar, sin alterarse, la apariencia de un fajo de folios vomitados por una impresora, un rectángulo titilante en el monitor del ordenador, o cualquiera de las ediciones de diversos tamaños y semblantes que pueblan las librerías. En la indiferencia de quienes no aman realmente los libros, sí, todas las ediciones equivalen, y lo mismo significa la venerable dignidad del octavo que la indigencia juguetona del ejemplar de bolsillo, por no hablar de la majestuosidad del infolio en que se estampan los atlas.

Pero no. Prolija y tediosa tarea la de impugnar este punto de vista, que rebatiré con un solo argumento: la visita a la librería de viejo. El bibliófilo prefiere con mucho la librería de viejo a la otra de embutidos porque entre el polvo de las glorias del pasado (que empieza anteayer, o con el último catálogo de novedades caducado), entre los pasillos en penumbra impregnados del aroma a humedad y vainilla, lo que importa es el volumen mismo, la individualidad física, la fisonomía que el libro adopta, incluyendo color y forma, y con los que puede reclamarnos desde el estante más alto, o aquel que exige una dolorosa flexión del codo o las rodillas. Las librerías de viejo, mejor si viven más allá de las antenas de internet (en caso de que existan), son el último reducto donde todo es aún posible y aguarda lo maravilloso: una primera edición de El Monje de Lewis, como afirma Luis Alberto de Cuenca que encontró una vez (no llevaba dinero y lo perdió); el Codex Seraphinianus a un precio humanitario; el abominable Necronomicon, cómo no, del árabe loco Abdul Alhazred; la edición de 1503 (nada menos) de los Directorium Inquisitorium de Eymeric de Gironne, que figuraba en la biblioteca de la casa Usher; y, en fin, el onceno volumen (Hlaer-Jangr) de la Primera Enciclopedia de Tlön, con el que Borges tuvo el azar de tropezar en un hotel de Adrogué, y parte del cual reproducía el tomo vigésimo sexto de la Anglo-American Cyclopaedia de Adolfo Bioy Casares.

Pocos, en efecto, entre los libros imaginarios, pueden presumir de un aura de leyenda mayor que este, que inspiró el primer cuento de El jardín de senderos que se bifurcan y supone el primer acceso a su larguísima galería de espejos, laberintos, insomnios y tigres. Todos sus devotos lo hemos visto en la madrugada, hemos repasado la portada ajada por los años, las letras impresas en un dorado opaco sobre la piel del lomo, hemos sentido su peso sobrenatural en la mano abierta, hemos recorrido la doble columna de letras infinitesimales en busca de detalles sobre heresiarcas y sectas filosóficas y objetos que aparecen y desaparecen y regiones ignotas en mapas que no son los nuestros. Razones que justifican de sobra (mucho habíamos tardado) que alguien decidiera aliviar el arduo trabajo de la fantasía con una cosa en tres dimensiones, un ente real y sólido, que traspapelar entre el resto de títulos de nuestros estantes. Jorge Volpi, que es uno de estos desquiciados, ha convencido a la editorial Páginas de Espuma para hacerlo: y ha construido así un amuleto irreemplazable para todo borgeano de pro.

Portada. / D. S.

Tenemos aquí, quizá más delgado y breve que en la imaginación, el famoso tomo XI, con las guardas estampadas, el papel algo amarillo, anotaciones manuscritas del propio Borges, diagramas y cartografías, incluso una postal con el epitafio de Stevenson, incluso una factura mecanografiada de la famosa librería norteamericana de Corrientes donde otros laberintos y otros espejos fueron entrevistos por primera vez, e, igual que en el relato, la sensación de irrealidad y de estupor se espesa en torno a la mesa que lo soporta. Artefacto de fábula, hijo de la duda y de la fiebre, este libro aparecido ahora en nuestro mundo de materia ha nutrido la creatividad y la nostalgia de generaciones de amantes de la literatura fantástica hasta la tarde de hoy: cualquiera de ellos valorará en su justa medida lo que supone la posesión de un fetiche semejante, de lo que supone recorrer sus páginas. Lo que contiene, en realidad, es secundario, y no me siento capacitado para apreciarlo del todo: una veintena de narraciones irregulares, encargadas a veinte autores hispanoamericanos menores de cuarenta años, injertadas entre las líneas del sublime espejismo remedando algunas de sus entradas, muchas de ellas, por desgracia, sin ninguna afinidad con el texto (o pretexto) original y que podrían formar parte de cualquier otra antología que no sea un milagro. Más allá de lo cual (sí quiero dejar constancia, al menos, de las aproximaciones de Gonzalo Baz, María Pía Escobar o el anónimo redactor que ha rellenado huecos con pastiches de la Britannica), un libro de verdad, en cuerpo y alma, algo más que su contenido, que abrir y hojear y del que servirse para soñar como un narcótico o una esperanza, en homenaje a esa máquina prodigiosa que la literatura es.

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