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Sobre el abismo, entre las olas

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Mientras que ‘El estado del mar’ trata la vida en las plataformas, ‘Los guardianes del faro’ se inspira en una desaparición en las Hébridas en 1900

Un faro resiste las embestidas de las olas durante una tormenta en Oporto. / Estela Silva

IMAGINO que la fascinación por los faros ha existido desde siempre, desde que nos empeñamos en levantar unas almenaras al borde de los acantilados. ¿Quién las guardaba, quién acechaba a su lado? Quién no ha querido, alguna vez, muchas veces, encerrarse tras esas puertas varios metros sobre las olas, varios kilómetros tras la civilización, encaramarse por su interior vertiginoso, como la cóclea del oído.

Quién, en su sano juicio, se atreve a meterse en una caja de cerillas, atronada por el viento y el oleaje, durante meses. En el mejor de los casos, solo. Casi siempre, con una compañía no deseada. Quién en su sano juicio, en definitiva, quiere arrancarse del mundo. Los motivos, la conclusión es rápida, pueden ser muchos y ninguno bueno.

Tabitha Lasley habla en El estado del mar (Libros del Asteroide)El estado del mar sobre la que podríamos llamar actualización de este imaginario, relatando lo que pretendía ser un recorrido documental por la vida en las plataformas petrolíferas del mar del Norte. No extraña que le resulte sugestivo: ¿qué hacen esas lucecitas brillando allá en el fondo, en lo más oscuro de lo oscuro? Almas como fuegos fatuos. Lasley se sincera de forma absoluta con el lector: nos presenta sus delirios sentimentales, su relación con uno de los prospectores, su relación –mucho más firme y, en sus palabras, fiable que las anteriores– con la cocaína. Y va radiografiando, en el recorrido, el mundo brutal que se desarrolla en torno a esos gigantes endebles plantados en el océano. Fuera de casa, dentro de casa: nunca en ninguno de los dos sitios y en ese limbo, de continuo, ruido blanco. Cuando vuelven a su hogar, o cuando se quedan en tierra –sobre todo, si es de improviso, algo que pasa más de lo que parece debido al mal tiempo–, los hombres se transforman en centauros: en parte, hay que admitirlo, porque no podrán beber ni una gota una vez comiencen el turno. Los meses en las plataformas son desquiciantes; en la orilla, las mujeres (bien sabedoras, entre otras cosas, de su papel) los controlan. Uno no sabe muy bien si todo aquello merece el nombre de vida, pero lo cierto es que es una vida que se apaga. Luz que agoniza. Desaparece, va recordando la autora, a medida que se agota el petróleo del mar del Norte. En su camino, la fagocitación no sólo ha desbaratado presentes, sino que ha dejado tocadas algunas de las zonas en las que se ha desarrollado: hay pueblos de la costa noreste de Escocia que huelen a azufre, donde el aire es irrespirable. En Aberdeen –apunta Lasley – miran a Noruega, pero no han hecho como los noruegos, donde el Estado ha dedicado un pellizco de las ganancias del petróleo a fondos de inversión, convirtiéndolos en millonarios, sino que se ha gastado a la manera de los nuevos ricos, como si el mañana fuera aquello que le sucede a otro. El cierre es tan absoluto que a las plataformas van llegando ya liquidadores, enterrando, junto a los amasijos de hierro oxidado, la prosperidad que se ha vendido tan cara, y durante tan breve tiempo. Una estampa que sin duda nos resulta tremendamente familiar dos mil kilómetros más abajo.

A la gran pregunta –quién podría querer retrepar a un escolladero entre las olas y quedarse allí, junto al salitre, meses, como en una condena– trata de responder Emma Stonex en Los guardianes del faro (Ático de los Libros),Los guardianes del faro donde fabula sobre un suceso que fue real: en diciembre de 1900, tres guardas desaparecieron de un faro situado en una roca remota en las Hébridas. Aunque, apunta la autora, los protagonistas de su novela no tienen nada que ver con esos hombres, sí que recupera algunos de los detalles, fundamentales para hilar el misterio en torno a ellos: la puerta del faro abierta, los chubasqueros desaparecidos, el reloj parado. Ni rastro de ninguno, vivos o muertos. Stonex traslada la acción de la Escocia finisecular al Cornualles de 1972, jugando con las voces y puntos de vista de los fareros y sus mujeres, eternamente varadas en tierra, en un relato que, en su propuesta más interesante, toma los mimbres de Otra vuelta de tuerca:¿es verdad lo que narra cada uno de ellos? ¿es un delirio? ¿hay algo fantasmal en lo que sienten, o sólo son hombres, sueños de sombras?

#LOSLIBROSPERDIDOS: 'Océano Mar', de Alessandro Baricco

Un puñado de personajes recluidos en una posada en el fin del mundo. Un fin del mundo que podría ser Normandía pero que parece llamar a la Bretaña, porque lo imposible se asoma siempre a un paso, porque hablan de un santo que llegó en una barca. Elementos todos –lo imposible, la Bretaña, los personajes en reclusión – que hacen que el título de Baricco parezca tener algún tipo de parentesco con Las crónicas del Sochantre de Cunqueiro. Sin embargo, las criaturas de Océano Mar no son fantasmales –aunque lo parezcan – y las historias que recrea no son del todo truculentas, aunque en ellas también los personajes se vayan mostrando sólo en esbozo, tirando a través de cabos. Allí se reúnen, entre otros, una mujer adúltera a la que su marido ha exiliado junto al mar para erradicar sus antojos; el autor de una Enciclopedia de los Límites –que ya ha medido los crepúsculos y que se empeña ahora en hacer lo propio con el mar–; dos niños misteriosos que parecen haber crecido en ese rincón perdido; una adolescente moribunda empeñada en vivir. El poder evocador de Baricco se encarga de recordarnos, no obstante, el espacio liminal que habitan, esa casona desgajada, la niebla devoradora, el regusto metálico de unas páginas que hablan de ruptura y de la lucha entre deseo y supervivencia.

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