El frío como fascinación

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'Horas de invierno' e 'Invierno', de Errata naturae, tratan la conexión, cada vez más lejana pero igual de intensa, con el mundo natural

Dolores Redondo: "Las tormentas que me gustan en las novelas van más por dentro de los personajes"

Un hombre pasea entre pinsapos nevados. / D.C.

Tal vez fue la desmesura del continente americano. Todo era tan fuera de escala que lo lógico era terminar encontrando una traducción a nivel emocional o, si lo quieren, espiritual.Emerson, Thoreau, Whitman, incluso Emily Dickinson, todos los transcendentalistas partían del sentimiento de maravilla y asombro ante el mundo natural para llegar a una unión de carácter místico con el mismo. Mary Oliver reflexiona sobre esta pulsión en Horas de invierno, los apuntes de la escritora norteamericana que acaban de ser publicados por Errata naturae. Como muchos de los autores anteriores, aunque en un siglo distinto, Oliver pertenecía a la hermandad de los paseantes: de sus largos recorridos por bosques y calas fueron formándose tanto su obra poética como su concepción del mundo.

Oliver habla, también, de esa asunción del mundo extraordinario que podemos encontrar en la escritura de Poe (lo extraordinario inasumible), de Frost (que toma la medida exacta a la cadencia de la naturaleza, aunque parezca incapaz de dejarse llevar por su esplendor), de Hopkins, de Walt Whitman (ese druida absoluto, en trance). Ella también se encuentra más cerca del misticismo, admite, que del recorrido ecologista con el que a veces la asocian, relatando las experiencias en aquellos paisajes en los que se “reafirma nuestra concepción del mundo como misterio”.

“No podría ser poeta sin la naturaleza –confiesa–. Otros, sí”. Su fascinación le alcanza a relatar con deleite los afanes de una tortuga –aunque termina haciéndose un revuelto con algunos de sus huevos–, a hablarnos con ternura de una araña que encuentra en el desván –relatándonos cómo canibaliza, implacable y durante días, a un grillo–. Al igual que sus predecesores, Oliver está convencida de que “existen mil vínculos inquebrantables entre cada uno de nosotros y todo lo demás”: “El pino, el leopardo, el río Platte y nosotros mismos: estamos en peligro todos juntos o nos dirigimos a un mundo sostenible todos juntos. Somos el destino de los demás”.

De la misma editorial, Invierno, de Rick Bass, nace también de una pulsión de asombro y unión con la naturaleza y de desconexión premeditada del resto mundo. No exenta de cierto sentimiento inmanente, la narración de Bass está lejos de la levitación: cuenta su llegada en los años ochenta a un pueblo remoto de la ya de por sí remota Montana. Como el propio Rick Bass comentaba, el advenimiento de cosas como una conexión a internet ha roto con gran parte del aislamiento impenitente del lugar, aunque quien tuvo, retuvo. Bass y su mujer llegaron a un rancho en el que la única forma de establecer contacto era por correo o por radio de onda corta. Tampoco había electricidad: tiraban de baterías domésticas y lámparas de propano para iluminarse. Ambos eran de Texas: “Entonces ¿vais a intentar invernar aquí?”, les preguntaban. Un Doctor en Alaska en vivo,con personajes excéntricos en un pueblecillo diminuto, una cabina telefónica y un bar (el Dirty Shame).

Los meses de otoño se resumen en una palabra: leña. La obsesión por obtener carburante se come los días, y la energía: “El plan de hoy: escribir, cortar leña, partirla y apilarla. En el invernadero hay media cuerda y hacen falta ocho. En la leñera hay ocho y hacen falta veinte”. Comprueban cosas como que, ante la invernada, el cuerpo se ralentiza y engorda. Conviven con ciervos, coyotes, alces, caribús, y con el silencio de la nieve: un fenómeno “inconcebible” que nunca deja de asombrarles. “Me estoy alejando de la raza humana, no quiero sonar grosero, pero me está gustando” -te entendemos más de lo crees, Rick-.

Bass nos procura una inmersión en el invierno de verdad, ese que silba en las orejas y se hace temer, pero que nos será (parece) cada vez más escurridizo. No viene mal tenerlo presente, ya que como también dice su compañera de página, “el ser humano que no conoce la naturaleza es parcial y está herido”.

#LOSLIBROSPERDIDOS: 'The Snow Tourist', de Charlie English

Obseso confeso de las nevadas, Charlie English –miembro de la Royal Geographical Society y ex jefe de Internacional en The Guardian– decidió poner en negro sobre blanco sus andanzas en El turista de la nieve (Portobello Books, sin publicar en español). Así, viaja a territorio inuik para descubrir sus modos de supervivencia en (y alianzas con) lo helado, ahora amenazado por cuestiones como el deshielo del permafrost. Llega hasta Vermont para seguir los pasos del Hombre Copo de Nieve (Wilson Bentley), que clasificó al microscopió hasta 2500 formas distintas de cristales helados. Visita Siracusa (Buffalo) porque allí es donde se concentran muchas de las neviscas más salvajes; y Rainier, cerca de Seattle, porque allí es donde se registran varios récords de cantidad de nieve acumulada. Habla de avalanchas históricas, de sus propios descalabros y de mitos, leyendas y plasmaciones artísticas. Su recorrido lo lleva también a los Cairgorms de Escocia, las míticas montañas invernales que son una de tantas muestras de la fragilidad del fenómeno, cuyas estaciones de esquí tienen ya infraestructuras a las que no dan uso. Como su propio autor apunta, El turista de la nieve ha terminado convirtiéndose en un trabajo de documentación a medida que las nevadas son ya un hecho cada vez más escaso.

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