Lisboa: la luz de todos (todavía)

Las ciudades y los libros

Pionera en la acumulación de los peores efectos del turismo masivo, el primer balcón europeo del Atlántico promete ser también un laboratorio fundamental para el hallazgo de las soluciones

Tánger: todas las orillas del mundo

Turistas en las terrazas del Rossio. / Carlota Ciudad (Efe)
Pablo Bujalance

17 de agosto 2024 - 07:02

Uno no contaría con encontrar un uso generalizado de los patinetes eléctricos, pero ahí están, amontonados en las aceras o en manos de los turistas más avezados. En Belém, junto al entorno magnífico de la Torre y el Monumento a los Descubrimientos, a la orilla del Tajo, frente al Monasterio de los Jerónimos, el desplazamiento en tales artefactos tiene cierto sentido dado el trazado en llano, pero los encuentras igualmente en el Rossio, en Largo do Chiado y hasta el Barrio Alto, con los usuarios que tiran de ellos cuesta arriba con la lengua fuera hasta que ya no pueden más y los dejan varados en cualquier portal. En Lisboa hace ya mucho que la temporada alta dura todo el año. Para disfrutar los encantos más señeros, como la posibilidad de dar un paseo en tranvía por las calles más empinadas, tomar unos pasteis en el famoso obrador del mismo Belém o perderse entre las estanterías de la Bertrand, la librería más antigua del mundo, hay que estar ya dispuesto a guardar largas horas de cola o buscar una alternativa razonable. Pero el problema principal no tiene que ver con las incomodades que deben afrontar los turistas, sino con la pérdida de derechos fundamentales que afecta ya a buena parte de la población lisboeta. “Ha sido alucinante, cuestión de muy pocos años, casi visto y no visto. Siempre hemos tenido mucho turismo, pero nunca nos habíamos visto en la tesitura de tener que irnos de aquí para poder vivir”, cuenta un taxista frente al atestado Mercado da Ribeira, en Cais do Sodré, donde es imposible encontrar un taburete libre para sentarse a tomar un vino y algo de pescado. Lisboa ha sido pionera en Europa a la hora de acusar los peores efectos del turismo masivo, sobre todo en lo que tiene que ver con la especulación inmobiliaria y el crecimiento disparatado de los precios de la vivienda: cuando en las principales ciudades del litoral mediterráneo en España se empezaba a advertir del problema, se señalaba a Lisboa como advertencia de lo que habría de venir. La capital portuguesa fue elegida en 2023 como mejor Destino Turístico Internacional en medio de fuertes polémicas: los críticos más suaves calificaron la designación como un “caramelo envenenado”, mientras que los menos reservados hablaron de una “sentencia de muerte”. En la terraza del Café A Brasileira, la popular escultura que representa a Fernando Pessoa recibe a diario a miles de visitantes atraídos por el reclamo. Pero cabría preguntarse si el autor del Libro del desasosiego es hoy realmente mucho más popular que hace diez años.  

La designación de la ciudad como mejor Destino Turístico Internacional en 2023 fue recibida como "un caramelo envenenado"

Pero si Lisboa ha sido pionera en la identificación del problema (lo fue en aplicación de la tasa turística y en el diagnóstico de su ineficacia), podría serlo también en las soluciones. Hace solo unos días, la organización Referéndum por la Vivienda, que aglutina a distintos colectivos y asociaciones de vecinos, ha logrado recabar las firmas necesarias para solicitar, tal y como indica el lema de la plataforma, la convocatoria de un referéndum local en el que la ciudadanía pueda decidir sobre la limitación de las viviendas turísticas e, incluso, la supresión de las ya operativas. La pelota está ahora en el tejado de la Asamblea Municipal, donde la mayoría de izquierdas parece mostrar simpatías a la medida, pero no es fácil: tras la histórica crisis de 2008, que resultó especialmente cruda en el país vecino, Portugal experimentó un crecimiento económico sostenido en gran parte por el turismo, muy a pesar de los intentos de los sucesivos gobiernos dirigidos a impulsar el sector tecnológico y la revitalización de otras industrias venidas a menos. En Lisboa, mientras tanto, la tensión es dramática: en la última década, el número de pisos turísticos gestionados por empresas como Airbnb ha pasado de poco más de quinientos a casi veinte mil, así que el referéndum circula entre buena parte de la opinión pública como un último clavo ardiendo. Muy cerca, en la bella Sintra, los vecinos se han puesto directamente en pie de guerra y han llenado las calles de pancartas en las que invitan a los inquilinos de los pisos turísticos a marcharse.

La librería Ler Devagar, signo de la nueva Lisboa. / L. D.

Las sensaciones son así agridulces, sin remedio, en las calles y los paisajes que no hace mucho nos ofrecieron la inspiración más preñada de saudade y que ahora se parecen más a una distopía del consumo más afín a la combustión. Pero Lisboa también es pródiga cuando ofrece los antídotos: uno llega a LX Factory, un mercado de arte y gastronomía que ocupa varias instalaciones industriales abandonadas en Alcantara, bajo el Puente 25 de Abril, con la mosca detrás de la oreja y la esperanza de que no hayamos llegado a otro invento artificial al gusto del turista común, pero, muy a pesar de su querencia hipster y su impostura punk, Lisboa sabe convertirse dentro de esta isla en una ciudad completamente distinta para ofrecer lo mejor de sí misma. Aquí se encuentra Ler Devagar, que de inmediato se convierte en mi librería favorita, con sus elevados muros cubiertos de volúmenes nuevos y viejos. Abro un ejemplar de Onde, el último libro de poemas en prosa del escritor portugués José Luís Peixoto. Y traduzco: “La distancia es una pregunta. Cuando nos lanzamos a ella, no logramos tener la certeza de que seremos capaces de regresar. ¿Seguiremos siendo nosotros después de la distancia? No hay respuesta definitiva, apenas algunas hipótesis. Tal vez nuestro cuerpo no acabe nunca, como un paisaje inmenso”. Y comprende uno que Lisboa es también esa distancia sin término llena de preguntas. Nunca hemos podido encontrar la respuesta precisa. Tampoco ahora. Pero la luz sigue siendo la misma, los mundos que se esparcen al otro lado del océano permanecen a igual distancia, más preguntas, más motivos para explorar una respuesta. La ciudad que aspiró a conquistar un imperio clama ahora por su propia conquista: Pessoa vaticinó que Lisboa se desharía igual que se deshizo el imperio, como una promesa fiel, inevitable. El tiempo le ha dado la razón y, sin embargo, ¿no ha sido siempre Alfama una promesa de reconstrucción no menos firme y obstinada, incluso desde su decadencia secular rebozada de costumbrismo supersticioso, para mayor deleite del turismo? Pessoa renunció a la esperanza, pero Lisboa quiere volver a ser el infante que nacerá en este mar. Ya están dispuestos los claveles para la próxima revolución.

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