El parqué
Álvaro Romero
Tono alcista
MaríEscritora y periodista
Para María Iglesias (Sevilla, 1976), los personajes de ficción pueden resultar "mucho más reales que las personas que te cruzas". Y lo son, en efecto, unas veces más que otras: el protagonista de Lazos de humo, su primera novela, es un antepasado de la autora. Anécdotas familiares y alguna fotografía le han servido de mimbres para desarrollar esta historia sobre un carbonero del XIX ascendido a jurista .
-Cómo son los montañeses con su tierra...
-No sé si es algo exclusivo. En general, cuando hablas con emigrantes sí que dan esa idea de apego a la tierra. Pero sí es cierto que incluso yo, siendo de varias generaciones posteriores a la gente que emigró de Cantabria, sí siento algo cuando vuelvo. Me gusta que conserven sus localismos, las palabras que recojo en el libro, ese tono cantarín de la forma de hablar, el carácter más reservado, propio de clima más recogido...
-¿Cómo se topó con Germán, el protagonista de la novela?
-Bueno, fue un proceso bastante natural, al tener vínculo familiar con él. En Pechón se contaban muchas historias de los antepasados, y el momento inicial de la novela, el desahucio, quedó marcado en la familia. De repente, se vieron en la calle habiendo llevado antes una vida cómoda en pleno centro de Sevilla. En paralelo, siempre he deseado narrar pero, para contar una historia como esta y darle densidad, tienes que haber vivido antes, no puedes escribirla con veinte años.
-Hay una ruptura muy grande entre las brumas del inicio, enlazadas con lo fantástico -el origen familiar en el náufrago inglés y los cuentos de anjanas y hombres-pez que la madre recopila-, con la realidad brutal del campo, las carboneras de la Janda...
-Mi intención no era sólo reconstruir la peripecia vital de Germán: también me interesaba mucho la reconstrucción de ese cambio de siglo, que supuso un cambio en la mentalidad del romanticismo al realismo. Hubo un cambio de paradigma. Me interesaba saber qué libros se publicaban, cuáles eran los modelos sociales de entonces... Yo echo mucho en falta una formación cultural y educativa sobre el XIX. Nadie nos explica cómo las viejas estructuras terminaron tan terriblemente y he intentado buscar información primero, por mí; y después, por el lector. El siglo XIX vivió el desarrollo de los transportes, de las comunicaciones. Las novelas de Verne o de Flaubert llegaban enseguida, también porque en muchos casos utilizaban a la prensa como soporte... Había más circulación de ideas de la que podemos pensar. Para eso, además, me ha servido mucho Cádiz como escenario, como puerto y lugar preeminente. Las Cortes de 1812 no estaban tan lejos en el tiempo, y su espíritu había calado.
-La historia de Germán Díaz podría ser un magnífico ejemplo de adaptación y resiliencia: tras la separación de su madre, trabaja de carbonero, sobrelleva privaciones y pérdidas y termina convirtiéndose en padre y abogado. Pero quedan heridas, claro.
-Le quedan heridas y torpezas: hubiera sido mucho pedir que lo hubiera aprendido e integrado todo. Mientras fue niño y estuvo en el pueblo era aventurero, porque se sentía protegido. Pero el desarraigo que le supuso viajar de tan niño para comenzar a trabajar de carbonero, separándose de su madre, en unas condiciones que ahora nos horrorizarían y con un padre poco afectivo... era demasiado. Aun así, fue capaz de seguir sintiendo curiosidad intelectual y de perseverar. Terminó consiguiendo su objetivo pero la sociedad era, es, tremenda, y nunca terminó de sentirse adaptado. Me encantaría decir que una historia así ya no es necesaria pero lo sigue siendo: el sistema es implacable con el que intenta salirse del orden establecido.
-En la vida de Germán, y en la novela, destaca el peso de las presencias femeninas, en dos modelos de mujer ya entonces muy diferenciados...
-Era una diferencia que estaba bastante relacionada con el ámbito rural y el urbano. En el campo, la mujer tenía muchas menos oportunidades. Se seguía dando esta identificación con naturaleza y la procreación, el cobijo del hombre frente a la adversidad del mundo. Pero las mujeres que me interesan son las que asumen su papel de pioneras, pagando el precio en gran medida en el ámbito sentimental, resignándose a perder al amor de su vida... Estas mujeres pioneras no eran increíbles ni novelescas. Existían.
-Otro de los elementos de cohesión en el libro es la literatura como herramienta de salvación en muchos de los personajes.
-Eso ha sido a propósito: he querido que esta novela fuera también un canto de amor a la literatura y, en otra medida, también al periodismo. Creo mucho en el poder transformador de la literatura. No me gusta, aunque respeto, la literatura de evasión. Diría, como la Woolf, que prefiero las historias que suponen una antorcha encendida a las que nos sumergen en un dulce sueño. Me gustan aquellas historias en las que puedes establecer casi relaciones de amistad con personajes y autores, y las que nos hacen plantearnos existencia y la posibilidad de transformarla.
-"A veces -dice-, separarse une más que enlazarse". El corazón es un cazador masoquista.
-El deseo, más que el sexo, es un motor fundamental en nuestras vidas. Escapa a nuestro control racional y nos coloca en situaciones conflictivas, dolorosas... pero que hacen que la vida merezca la pena. Todo en la vida es complejo pero es muy triste arrepentirse de no haberse atrevido, y al protagonista del libro sí le quedará eso clavado.
-Conforme va envejeciendo, Germán admite que sería un gran consuelo si alguien pudiera tomar su existencia y verle un argumento, darle algo de permanencia. ¿Es eso lo que ha intentado?
-Por una parte, creo que la literatura puede cumplir esa función de homenaje. Pero, por otra parte, está también la conciencia de la inutilidad de ese sueño: este libro es un grano de arena en el desierto del tiempo y, aunque al final permaneciera, el Germán del libro no es el Germán que fue. Pero somos esa batalla por permanecer aun sabiendo que no permaneceremos. Es esa lucha lo que nos constituye.
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