La mágica racionalidad del paisaje

Crítica de arte

La exposición de Antonio Rojas en la Pescadería Vieja de Jerez es todo un gozo supremo para los sentidos, con un pintor que es todo un referente y pieza clave de la nueva figuración española

Dos de las obras que Antonio Rojas expone en la Sala Pescadería Vieja de Jerez.
Dos de las obras que Antonio Rojas expone en la Sala Pescadería Vieja de Jerez.

Parece que fue ayer y, ya, han pasado más de cuarenta años. Eran los primeros momentos de la década de los ochenta del anterior siglo. España se sacudía con fuerza los sombríos estigmas de un tiempo que se quería terminado. Por ello se luchaba en el conjunto de la sociedad y, particularmente, en el estamento cultural. Se quería una modernidad que tardaba en llegar cuando era norma al uso en otros países. En lo artístico existía mucho movimiento; había que acceder a una normalidad y, por tanto, presentar cualquier expresión como desarrollo habitual de un modo artístico. Nada más. Era el tiempo de la Movida Madrileña que quitó el polvo a muchos postulados llenos de caspa impenitente, abrió horizontes y levantó muchas expectativas en la cultura. En la periferia era distinto; la tradición estaba más enquistada y, aun existiendo anhelos de cambios, todo era más pausado y lo que se hacía tenía infinita menos repercusión. No obstante había mucho interés de dar pasos adelante. En Tarifa, dos artistas brillaban con luz propia y eran tenidos en cuanta en todos los ambientes por su personalidad y por un trabajo que se definía claramente dentro de los argumentos del arte nuevo. Eran Guillermo Pérez Villalta y Chema Cobo. Ellos estaban dentro de la mejor moderna figuración y en ella iban a tener mucho protagonismo. Con ellos, surgió, también en la población tarifeña, Antonio Rojas, un joven pintor que muy pronto entró en los mejores circuitos siendo acogido casi unánimemente. Se le consideró uno de los jóvenes valores en alza y de los que más segura proyección presentaban. Quienes así opinaban no se equivocaron; su obra levantó las máximas expectativas y rápidamente comenzó a formar parte de los mejores proyectos expositivos. En su obra se encontraban todos los registros de una pintura muy bien descrita, sujeta a una técnica que es el sostén de cualquier posición, con los planteamientos formales que descubren una obra culta, reflexiva, acondicionada a una geometría que circunda unos espacios donde el mar, ese mar de su tierra natal, siempre está presente.

A la obra de Antonio Rojas la hemos visto en importantes espacios de la máxima consideración –Museo de Teruel, CACMÁLAGA, Centro Conde Duque de Madrid, Palacio de la Diputación de Cádiz cuando éste organizaba espectaculares muestras con lo mejor del arte español; ha expuesto en prestigiosas galerías de España, Rafael Ortiz, Fernando Silió, Magda Bellotti, Antonio Manchón, Siboney, My name’s Lolita; la última en la malagueña Sala de la Coracha, en una muestra organizada por el centro que, en estos momentos se encuentra en un proceso de cambio de identidad-. Por eso, era de justicia que la Sala Pescadería Vieja en Jerez, un espacio que está siendo estación de parada de artistas muy importantes, acogiera el esclarecedor trabajo de un pintor que es todo un referente de la mejor pintura y pieza clave de la nueva figuración española, esa que tanta trascendencia está dando al arte del momento para dejar claro que en lo contemporáneo no todo son propuestas conceptuales o desenlaces pictóricos ajenos a la representación de lo real 

En la exposición que ha abierto la temporada en la que es la principal sala municipal nos encontramos con la afortunada visión creativa de un Antonio Rojas que nos ofrece esos espacios limpios, estructurados en zonas de amplia racionalidad geométrica, conformando una realidad pictórica muy atractiva hasta atrapar la mirada en un sereno juego de superficies perfectamente implicadas en el conjunto. Porque la pintura de este artista deja de forma evidente que, aparte del contundente desarrollo pictórico que desarrolla en cada una de las obras, con una técnica poderosa capaz de todo y un lenguaje muy particular de una poderosa pulcritud y rigurosidad compositiva, nos hace otear los horizontes de unos espacios marítimos llenos de esa luminosidad meridional que todo lo magnifica; encuadres que interactúan con unos amplios esquemas geométricos para formular bellas estancias donde la soledad crea una atmósfera especialísima que nos lleva casi a una nueva argumentación metafísica.

Antonio Rojas convierte lo real en un curioso espacio geométrico, en una superficie estructural que racionaliza la espiritualidad de esa imagen perpetuada en los parámetros del recuerdo. Sus obras son como una especie de radiografías geometrizadas de una situación percibida; aquello que ha perdurado y que el tiempo ha convertido en las líneas circundantes de esa memoria eternizada. 

Los paisajes de Antonio Rojas se revisten de contundentes posiciones que llegan a afectar a la mirada; posiciones que, como ocurren en dos obras –‘El reverso de los días’ y ‘Velázquez en la frontera del vacío’-, alcanzan una nueva dimensión óptica, llegando, incluso, a alterar el proceso habitual de la mirada y dejando traslucir casi mágicos puntos de vista hasta envolver, de imposibles sensaciones, la contemplación cómplice de un espectador que se ve atrapado en el juego inquietante del artista; sabias perspectivas de una pintura llena de pulcritud, emoción y carácter; desarrollos pictóricos de un paisaje que nos traslada a espacios rememorados, en los que el mar y la luz que lo agiganta y lo hace diferente a todos, juega un papel definitivo. Horizontes que se rompen con sutiles superficies geométricas donde una columna o una solitaria sillita rompen la frialdad de un paisaje que, además, está lleno de fortaleza plástica.

La exposición de Antonio Rojas en la Pescadería Vieja es todo un gozo supremo para los sentidos; una muestra que nos traslada a una pintura poderosa, sabia, racional y, a veces, con encuadres que son mágicos guiños que alteran y provocan la mirada. Para no perdérsela.

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