El alma española de Ravel
Mapa de Músicas | Ravel. 150 años.
El próximo 7 de marzo se cumplen los 150 años del nacimiento de Maurice Ravel, un compositor que mantuvo una estrecha vinculación con España
En un artículo publicado en la Revue Musicale de París en 1939, Manuel de Falla escribe: “La España de Ravel era una España idealmente anticipada a través de su madre”. Falla conoce a Ravel en París en 1907 a través de Ricardo Viñes, en un tiempo en que el compositor francés aún no ha visitado España, pero buena parte de su música respira ya en español. El maestro gaditano cuenta cómo la madre del músico recordaba para él sus andanzas juveniles por Madrid. Y de ello deduce la razón de que las evocaciones españolas de Ravel partieran del ritmo de la habanera, en boga en las tertulias madrileñas por aquellos años rememorados por la madre de Ravel, un tipo de canción que en París tanto ayudó también a difundir Pauline Viardot-García.
Lo cierto es que desde la temprana Habanera para dos pianos de 1895 hasta las canciones de Don Quichotte à Dulcinée de 1933 la cultura española tiene un peso esencial en la obra del autor del Bolero. Ravel había nacido en Ciboure, en el País Vasco francés, hijo de Joseph Ravel, un ingeniero de origen suizo, y Marie Delouart, de vieja ascendencia hispana. La familia se traslada a París a los pocos meses del nacimiento de Maurice, quien no volvería a su región natal hasta después de cumplir los 25 años, por lo que en efecto la España de Ravel es una España filtrada a través de los recuerdos y las canciones de su madre, pero también es la España parisina de principios del siglo XX, la España de Ricardo Viñes y de Isaac Albéniz, con su halo de modernidad, pero también con toda la pátina romántica, de búsqueda del exotismo, que había hecho posible por ejemplo la Carmen de Bizet.
La Habanera temprana de 1895 es pues heredera de ese ambiente de la España inventada, de la espagnolade folclórica. Cuando en 1907 Ravel tome esa Habanera como punto de partida de su Rapsodia española –concebida primero como obra para piano a cuatro manos (como recuerda Falla en su artículo antes referenciado) y sólo después orquestada– el folclore ha pasado ya el filtro del músico en que se estaba convirtiendo Ravel, y la danza popular emerge estilizada: así, en “Malagueña” o en “Feria”, segundo y cuarto movimientos de la Rapsodia.
Ravel fue toda su vida un perfeccionista obseso, de lo cual era plenamente consciente, pues así escribe en su Esquisse autobiographique de 1928: “Mi objetivo es la perfección técnica. Puedo intentar alcanzarla sin cesar, puesto que estoy seguro de que nunca podré alcanzarla. Lo importante es siempre acercarse cada vez más. El arte, sin duda, tiene otros efectos, mas el artista, a mi criterio, no debe tener otro objetivo”. Esa búsqueda continua de la perfección técnica lo hizo un ecléctico sin remedio, capaz de apropiarse de cualquier elemento que se pusiera a su alcance (del folclore griego o zíngaro al jazz), de adoptar cualquier estilo que le conviniera para pulir su obra (de Mozart a Debussy, pasando por Schubert, Liszt o Chabrier). También por eso su catálogo es reducido: sólo 86 obras originales más 25 arreglos o adaptaciones.
Aunque el tema andaluz pueda parecer dominante en su acercamiento a España, Ravel lo elude a menudo. La Pavana para un infanta difunta (1899, orquestada en 1910) evoca la corte española de los Austrias, por más que su título respondiera a meras cuestiones eufónicas: a Ravel le gustaba la sonoridad que producía el encadenamiento de las palabras en francés (Pavane pour une infante défunte). El cuarto número de Miroirs (1904-05), la Alborada del gracioso, reincide en la España de los bufones, pero ahora colocados en el ambiente de una serenata. En la orquestación que hizo de la pieza en 1918, las reminiscencias de la guitarra y el ritmo de la seguidilla pasan a primer plano.
La España de Ravel es una España de comedia y de fiesta, pero también una España que evita los ribetes de tragedia tan frecuentes en las recreaciones románticas de las españoladas. Acaso donde mejor se aprecia esta querencia raveliana por los aspectos lúdicos del país sea en La hora española, una ópera en un acto que partía de una comédie-bouffe presentada en 1904 por Maurice Étienne Legrand, conocido como Franc-Nohain, quien se encargó de preparar el libreto para el músico. Ravel comenzó a trabajar en la obra en 1907; el estreno tuvo lugar en la Opéra Comique el 19 de mayo de 1911.
Toda la acción de La hora española transcurre en un taller de relojería toledano. Su dueño: Torquemada. Pero el nombre, que evoca inevitablemente a la Inquisición, no presupone una España negra. Todo se desenvuelve en el terreno de la humorada y del vodevil, con referencias italianizantes (el personaje de Gonzalve) y personajes estereotipados: la casada voluptuosa, seductora e infiel (Concepción), el simple pero atractivo arriero (Ramiro), que será quien terminará por conquistar casi sin querer a la bella.
Pero sin duda la obra que termina por vincular a Ravel con España es también la más popular de su catálogo, el Bolero. La obra fue concebida por encargo de la bailarina Ida Rubinstein, quien en 1927, poco antes de que el compositor partiera para una importante gira por Estados Unidos, le pidió “un ballet de carácter español”, que ella misma pensaba bailar al frente de su compañía, que se había convertido en una de las rivales de Diáguilev, en cuyos Ballets Rusos Rubinstein militó un tiempo. Ravel pensó en primer lugar en orquestar la Iberia de Albéniz, pero se enteró de que los derechos habían sido cedidos a Enrique Fernández Arbós. En el verano de 1928 se le ocurrió la idea de construir una especie de gran ostinato orquestal a partir de un solo tema y un contratema repetidos incansablemente en la misma tonalidad, de tal forma que el interés de la composición estaría en el sostenido crescendo orquestal, conseguido por la adición sucesiva de las diferentes familias instrumentales. La obra fue estrenada el 22 de noviembre de 1928 en el Palais Garnier e inmediatamente el compositor empezaría una gira española, que lo llevó a Bilbao, Pamplona, Zaragoza, Valencia, Granada, Málaga y Madrid. Su visita a Sevilla se retrasó hasta 1935, cuando fue invitado a las galas por la fundación del Conservatorio hispalense. De aquel año han quedado sus famosas fotos en el Alcázar, acompañado por sus anfitriones y con la Giralda de fondo. Su última obra había sido Don Quichotte à Dulcinée. No volvería a componer.
RAVEL Y ESPAÑA. UNA LISTA DE REPRODUCCIÓN
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