Wicked | Crítica
Antes de que Dorothy llegara a Oz: la historia de Bruja Mala
Ha traducido los cuentos de fantasmas de Dickens y los relatos de Mary Shelley, a Lord Dunsany y a Ángela Carter, y en la actualidad prepara una antología "definitiva" del cuento gótico inglés para Páginas de Espuma. No es extraño que para su primera novela, Memoria de la nieve, Marian Womack (Cádiz, 1975) haya escogido unas historias que conforman una nebulosa y frágil sucesion de ausencias.
-Como diría Guillermo del Toro, ¿qué es un fantasma?
-Pues justamente me acomodo a su definición: algo en un extraño limbo entre dos mundos, como un insecto atrapado en ámbar. Una presencia que solo parece rozar la superficie, y que en cambio cuando lo hace produce sensaciones profundas e intensas, de desasosiego, melancolía y tristeza.
-Las historias de Memoria de la nieve suponen un acercamiento al aislamiento mental y físico. ¿Cómo surgió esta idea, esta relación?
-La novela profundiza en el tema de la soledad en todas sus facetas. Hay muchas clases de exilios, reales, imaginados, psicológicos y físicos. La ausencia de los que han partido, pero también la soledad y la extrañeza del viaje, por ejemplo. Y sí, me interesaba explorar tanto la soledad mental, causada por el rechazo entre los seres humanos propios de lugares como Oxford, como el aislamiento físico, representado en la novela por la exploración de los Polos. Y, por qué no, la soledad dulcísima de la exploración de otros mundos sin levantarte del sillón de lectura, la soledad de los libros, y la posibilidad de distanciarte a través de ellos. Me gusta la idea de que el libro pueda entenderse así, como una especie de novela de aventuras creada a partir de imágenes soñadas.
-Casi es lógica la fascinación que puede tener la nieve para aquellos que han crecido sin ella. Pienso, por ejemplo, en García Márquez.
-En efecto. Recuerdo a la perfección la primera nevada que viví, o más bien padecí. Era bastante mayor, tendría unos veinticuatro años. Entendí que el mundo que conocía y comprendía estaba incompleto. Algo faltaba en una imagen de eternos cielos despejados y buen tiempo, algo mágico y distinto. La extrañeza impone la sensación de magia, lo deseemos o no. La nieve en la novela equivale a una cierta magia inexplicable pero incuestionable; ella lo ampara todo, lo bueno y lo malo, y vuelve lo imposible en cierto.
-En uno de los textos ofrece una curiosa descripción de Cádiz y Oxford en la que -dice- la primera "merecería sobrevivir pero desaparecerá".
-Cádiz, sin duda, está muy presente en mi imaginario personal. Nací allí y allí viví durante mis primeros veintidós años de vida. Y creo que no tengo que decir que es un lugar muy especial, un sitio que te atrapa, y que te produce emociones extremas y encontradas. Muy parecido en realidad a Oxford o incluso a Rusia. Cádiz se te mete bajo la piel, para bien y para mal, que es lo que suele decirse del antiguo país de los zares. Cádiz es contradictorio también; la imagen a la que te refieres es la de la piedra caletera, que parece desmoronarse, cuando en realidad sus cimientos están firmes y seguros. De ahí la metáfora. No podríamos soportar que desapareciera, pero siempre creemos que estamos a punto de verla hundirse en lo más profundo del mar. Cádiz es la melancolía, la ausencia, también porque representa el lugar del que un día partí.
-Rusia es otro de los lugares recurrentes del libro, también relacinados tanto con su biografía como con su mundo: trabaja como editora en el sello Nevsky, dedicado a publicar autores y visiones del territorio eslavo.
-Rusia llegó a mi vida por casualidad pero lo hizo para quedarse. Ya no hay nada que pueda hacerse al respecto. Cuando te pica el veneno de la literatura rusa, del propio país, de su conflictiva historia, estás perdido.
-Aparecen, en el libro, otras historias también "congeladas", como los "niños perdidos" de la Guerra Civil, realojados en el Reino Unido y la antigua URSS...
-Regresamos al concepto de fantasma por parte de Guillermo del Toro… Una de las ideas más recurrentes en la novela es la de tratar de discernir entre los vivos y los muertos sin ser capaz de dibujar la frontera que los separa. Y ya no hablamos solo de fantasmas, sino de personajes "vivos" atrapados en un limbo "real" del que no pueden escapar. El siglo veinte está lleno de estas historias, y yo quería contar algunas.
-Uno de los últimos relatos se acerca a la figura de Laura Riding, la segunda mujer de Robert Graves. Un acercamiento en el que trata de ofrecer una posible explicación -desde la alienación- a su delirio. Pero no puedo dejar de pensar que fue una mujer ponzoñosa: egótica, manipuladora, desquiciada.
-¡Ja, ja! Me da a mí que sí que lo fue, pero que tampoco es tan fiero el lobo como lo pintan… Riding parece haber caído víctima de su propia fama de "bruja", también en el sentido literal, incluso en vida. Me interesan las mujeres que son prisioneras de estos moldes (pienso también en Anna Ajmátova, que aparece brevemente en el libro). Riding es un ejemplo extremo, es cierto. La primera semblanza de Riding que leí fue en un preciosísimo libro de Rosa Montero, titulado Historias de mujeres. El título de la breve biografía de cuatro o cinco páginas era La más mala, simplemente… He llegado a estar muy obsesionada con este personaje, con la idea de exonerarla de alguna forma… Si detrás de cada gran hombre hay una gran mujer, detrás de cada "histérica" freudiana hay una pareja conflictiva… Al menos casi siempre.
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