“Jamás hubiese escrito esta novela sin recrear esta vieja historia con nueva luz”

Ramón Pérez Montero | Escritor

El autor asidonense publica con Libros de la Herida la obra ‘Tres días del Treinta y Tres’, un libro de casi 700 páginas y 300 personajes en el que relata los Sucesos de Casas Viejas

La anterior novela de Pérez Montero

El escritor asidonense Ramón Pérez Montero. / Manuel Vilches
J. A. L.

15 de enero 2023 - 06:00

Cádiz/–¿Qué le ha llevado a novelar los Sucesos de Casas Viejas?

–Pienso que una novela, si no quiere quedarse en el mero entretenimiento, también lícito desde un punto de vista literario, debe tratar de transmitir, y también de suscitar en el lector, una emoción profunda y adoptar una postura ética frente a lo narrado. Y eso solo se consigue cuando el novelista se siente compelido por la historia que relata. En mi caso, estos trágicos sucesos han formado parte de mi propia historia, porque tuvieron lugar en mi tierra y los sufrieron seres humanos con los que me siento muy identificado. Desde niño brotó en mí la intriga por este episodio de la historia contemporánea de España que durante muchos años fluyó subterráneo por debajo de la espesa costra de miedo y de silencio que el poder represor, independientemente del signo político, acaba imponiendo a los vencidos.

–¿Qué fuentes ha utilizado para el marco histórico? ¿Cómo vecino de la zona, también ha echado mano de los relatos que ha podido escuchar de aquel hecho?

–De manera opuesta a lo que me pasó con mi anterior novela, Eras la noche, cuya labor de documentación me llevó mucho tiempo por la escasez de documentos históricos, con Tres Días del Treinta y Tres, el problema ha sido el exceso de información que he tenido a mi disposición y que me ha obligado a una permanente labor de selección. Pero entre las fuentes que quiero destacar figuran los libros Los sucesos de Casas Viejas: crónica de una derrota, de Salustiano Gutiérrez; Los anarquistas de Casas Viejas, de Jerome Mintz, y El caso Casas Viejas, de Tano Ramos. Aparte de la novela Viaje a la aldea del crimen, de Ramón J. Sender, y de los magníficos trabajos de investigación llevados a cabo por José Luis Gutiérrez y Jesús Núñez sobre diversos aspectos más específicos con respecto a los hechos y a los protagonistas. Con respecto a las fuentes orales he ido obteniendo también información, pero ya digo lastrada siempre por el miedo de la gente que los arrastra al olvido.

–¿Hay sitio para la ficción en la novela o estamos ante una recreación de lo sucedido entonces? No sé si en los diálogos se ha abierto paso el novelista que lleva dentro.

–Quiero dejar claro que no he pretendido escribir un libro de historia porque no soy historiador. Mi intención ha sido construir una obra literaria. Lo que ocurre es que el procedimiento ha consistido en erigir la ficción novelesca sobre una sólida base histórica. Porque me ha parecido que respetar los hechos históricos hasta donde la historia es capaz de hablarnos de lo sucedido, es respetar a las víctimas, pues de eso se trata la postura ética a la que he aludido al principio. Me consta que aquella terrible masacre dejó tan profundas heridas en los descendientes que a día de hoy aún no han cicatrizado. Pienso que a la creación literaria no se le debe poner límites, porque la libertad ha de ser parte de su esencia, pero eso no significa mostrarse insensible al sufrimiento de la gente, como es el caso en esta novela. Por supuesto que las escenas concretas y los diálogos entre los personajes son pura ficción. Pero ficción que debe potenciar siempre la credibilidad de lo narrado, lo que debe constituir el fundamento de verdad de toda obra literaria que se precie.

–¿Cómo ha sido la elección de personajes?

–Los personajes no han sido elegidos por mí, sino que los he tomado en casi su totalidad de las propias fuentes históricas. Por la novela pululan alrededor de 300 personajes, cada uno con sus nombres propios o apodos con que fueron conocidos. Y la mayoría de ellos tienen voz propia y forman parte activa en la trama. Se trata en ese sentido de un relato coral. Pero aun así, en el proceso de escritura del texto, de forma casi mágica, una serie más reducida de esos personajes ha ido adquiriendo una potente voz personal, siendo yo el primer sorprendido. María la Libertaria es uno de estos personajes a los que en principio no les pensaba dar tanto vuelo, pero que de algún modo han ido cobrando vida en el transcurso del relato. Espero que haya sido capaz de transmitir al lector esa misma emoción que me ha producido a mí asistir a su misterioso nacimiento gracias a la palabra.

–¿Entonces la novela no cuenta con ningún protagonista principal?

–No en el sentido habitual del término protagonista como encarnado en uno o varios personajes. No obstante, creo que la novela tiene dos protagonistas muy destacados. Por un lado la aldea de Casas Viejas en su conjunto, pues a lo largo de la narración asistimos a la génesis de un pueblo que se va desarrollando lentamente a partir de la segunda mitad del XIX, creciendo y transformándose como cualquier otro organismo vivo, logrando sobrevivir por encima de sus tensiones internas y frente a la oposición del Ayuntamiento matriz asidonense que siempre se mostró contrario a su existencia. Por otro lado tenemos al personaje del enigma de la Verdad. Durante todo el relato asistimos a la pugna de todos los personajes por creerse en posesión de la verdad de lo ocurrido, de lo que resulta un mosaico de verdades particulares que para nada se ajusta a la idea de Verdad con mayúscula que todos tenemos en mente cuando queremos conocer en profundidad cualquier tipo de hecho. El novelista ha de enfrentarse a ese fenómeno sin tratar de imponer la suya, que sería otra verdad parcial, sino ofrecer este puzle al lector para que él mismo lo construya y juzgue en consecuencia. Tanto con respecto a los hechos pasados y también en relación con su propio presente. Esto también forma parte de la perspectiva ética que defiendo.

–¿Considera que su novela aporta alguna novedad ante unos sucesos que han provocado tanta investigación y tanta literatura?

–Jamás me hubiese sumergido en la tarea, angustiosa y gratificante al mismo tiempo, de escribir casi 700 páginas si no me hubiese ido convenciendo a mí mismo que estaba recreando esta vieja historia con una nueva luz. No aporto novedades en el terreno histórico, pero sí que creo que la ficción literaria resulta muy novedosa. Y no es que esté tratando de vender mi novela. Tanto la estructura de la misma como el desarrollo de las diferentes escenas hacen de este relato una obra que hunde sus raíces en la literatura clásica castellana sin impedir con ello que se trate en muchos aspectos de una novela experimental. De esta compleja conjunción entre la tradición y la modernidad creo que surge Tres día del Treinta y Tres. Por supuesto que hasta donde me ha sido posible el uso de una prosa muy poética de algún modo ofrece una perspectiva estética tanto a aquella época de miseria y al dolor de la gente como a la crueldad de los hechos que se narran.

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