“Ser profesor me ha obligado a ejercer el apostolado de la palabra escrita”
Ángel García López | Poeta
El autor roteño recibe a sus 85 años el homenaje de la Universidad de Cádiz, que le dedica la Semana del Libro
Con varios premios de peso en su trayectoria, dejó de escribir en 2016
El poeta Ángel García López (Rota, 1935) acumula en su trayectoria literaria varios premios de peso que respaldan una carrera que comenzó en 1963 con la publicación de su primer poemario, Emilia es la canción. Así, el roteño la logrado el Premio Adonais en 1969, con A flor de piel; el Premio Nacional de Literatura de 1973, con el poemario Elegía en Astaroth; el Premio de la Crítica en 1978, con Mester andalusí, y el Premio de la Crítica de Andalucía, en el año 2013, con la obra Posdata. Afincado desde hace décadas en Madrid, el autor recibe ahora la noticia de que la Universidad de Cádiz le dedica la octava edición de su Semana del Libro, una manera de rescatar su figura y de hacer justicia, poética si se quiere, a este gaditano entregado desde siempre a la creación literaria y al verso.
–¿Qué ha supuesto el reconocimiento de la Universidad gaditana con la dedicatoria de su Semana del Libro?
–En principio, una sorpresa. No esperaba ni remotamente que ocurriera. Hay muchos, y muy buenos, y muy próximos, escritores gaditanos. Y yo vivo en Madrid desde hace sesenta y cuatro años, lo cual explica que, a mi pesar, me encuentre alejado (aunque sólo sea física y no espiritualmente) de Cádiz, y con la amenaza de que se cumpla la letra de aquel viejo bolero que avisaba la distancia como culpable del olvido, o al menos de la pérdida de lo continuado del recuerdo. Además de esto, mi nombre no suele
prodigarse en los medios gaditanos, algo que no es bueno ni malo y por tal lo tengo. No debo ser noticia casi nunca… De aquí la sorpresa de que se me eligiera como autor protagonista de la VIII Semana Universitaria del Libro. Al recibir la invitación me sentí muy complacido y muy honrado. Pero me pregunté si en verdad lo merecía o si respondía simplemente a un generoso regalo de mis paisanos a mi reciente cumpleaños. Y llegué a la conclusión de que en las sumas de mi haber y de mi debe el saldo era positivo y que, además, aunque sólo fuera por una minoría más o menos amplia, en Cádiz se me valora y se me reconoce con afecto. Sería terrible el que, además de la penitencia de no vivir a diario desde hace tanto tiempo este rincón del sur, me sintiese ignorado por los míos y como no existente.
–De momento, a causa del estado de alarma, el homenaje se ha plasmado en un vídeo donde muchas personas vinculadas al mundo de las letras glosan su figura y su obra, a la espera de que regresen los actos presenciales, ¿qué ha sentido al ver este vídeo?
–Otra sorpresa. Yo no dispongo de WhatsApp, por lo que su conocimiento me llegó, transcurridos varios días desde su envío, de la mano de mi hijo. No lo esperaba, claro, puesto que no sabía de su existencia. Fue una alegría enorme verme acompañado de muy buenos y admirados amigos y sentirme en su lectura de algunos de mis poemas, los cuales alcanzaron en sus voces la calidad añadida de su efusión y su palabra, junto al oro precioso de su afecto cariñoso que tanto valoro.
–Por su edad podríamos decir que se trata de un reconocimiento tardío. No sé si es esa su impresión, si echa de menos que hubiera llegado un poco antes.
–Nada ocurre tarde. Estoy convencido de que todo llega a su debido tiempo, aunque este tiempo parezca que a veces se demora demasiado. Yo no me siento preterido de un ¿merecido? antes que no se ha producido hasta hoy. No, señor; yo me siento tan complacido ahora como lo hubiera estado un lustro antes. En mi obra todo ha llegado a tiempo, o así lo he percibido, unas veces cuando la diosa Fortuna se complacía en verter su cuerno de abundancia sobre mis hombros y en otras cuando me lo negaba. Todo sin antes ni después, en su momento, cumpliéndose siempre el verso revelador de León Felipe “ya vendrá un viento fuerte que me lleve a mi sitio.” Ese viento profético ha elegido esta vez el soplo nutricio de nuestro levante y me ha empujado hasta este Cádiz por mí tan recordado y tan querido siempre.
–¿Qué ventajas tiene en la vida cotidiana ser poeta?
–Desde el plano de lo material, gracias a Dios ninguna; inconvenientes, muchos. En el orden espiritual, la carga de saberse elegido de entre muchos y, ser consciente de que ha de disponer ya para siempre de un cierto denuedo para recibir ese castigo cierto de sentir gravitando sobre él el peso total del universo, y ver en la oscuridad cómo muestra “su sagrado rostro el cielo, rompiendo las tinieblas”, según Virgilio. Para Juan Ramón Jiménez, ser poeta consiste en encontrar, “en la mañana oscura / una luz que no sé de dónde viene / que no se ve venir, que se ve ser.” No hay ventajas y, si acaso, lo placentero de un divino suplicio.
–Dígame hasta qué punto, su tierra, Rota, la costa atlántica, ha influido en su obra.
–La bahía gaditana, el horizonte de mi niñez, siempre ha sido el telón de fondo de mi pensamiento, la caja de música que ha sonado en mi verso desde mis primeros ensayos de escritura. El mar como visión continúa y gozo perdurable, lo rotundo del cielo surcado por las aves camino de Doñana, los pinos en las dunas caminantes del litoral, el olor de la brea y los guiños del faro a las playas perdidas… Toda esa atmósfera vivida en lo diario, de una manera u otra, es un recurrente y lo imperecedero de una imagen que, a veces diluida, es siempre respirable. En una de mis antologías, la titulada Lugar de una bahía se recoge un amplio muestrario de lo que le digo. Al contemplar ahora con los ojos cerrados esa bahía y ese mar de Cádiz, me viene a la memoria un verso espléndido de Luis Rosales, que resume cuanto por ella siento: “No la puedo recordar porque la estoy viviendo todavía”.
–¿Ser escritor le ha ayudado de alguna manera a ser mejor profesor de Lengua y Literatura?
–No me ha ayudado, me ha obligado a ejercer año tras año el apostolado de la palabra escrita e intentar que mis alumnos se acercasen con un amor igual al verso y a la prosa; me ha exigido esforzarme día tras día hasta que mis alumnos supiesen entender la importancia del lenguaje y la emoción de lo bien dicho, llegasen a encontrar la belleza escondida entre las páginas de un libro de poemas. A partir de aquí, el resto (autores, fechas, obras) estaba, como decían ellos, “chupado”.
–¿Siente que le queda algún verso por escribir?
–Me quedan muchos, pero no los escribiré. Con la publicación de mi último libro, Cuando todo es ya póstumo, decidí, tras una profunda meditación, dar por finalizada mi obra. Fue una decisión tan dolorosa como el motivo que la produjo, la muerte de mi esposa Emilia, aquella muchacha que allá por el año 1963 daba título a mi primer libro editado (Emilia es la canción). Su muerte significó la muerte de la canción, por lo que, obediente a ello, decidí dar por conclusa mi tarea de creación. En el cajón de mi mesa de trabajo quedan aún dos libros inéditos, escritos antes del fallecimiento, pero no tengo ninguna prisa por verlos impresos y en las librerías.
–Usted, que ha ganado distintos premios y de relevancia, también ha sido jurado de diversos certámenes. ¿Qué piensa de la literatura actual, en general de la poesía?
–Hay una gran confusión en la mayoría de los jóvenes poetas, y esto se denota cuando se han leído los ciento y pico de libros concurrentes a cualquier concurso literario, la inmensa mayoría con autoría de jóvenes creadores. Da la impresión de que no saben elegir bien sus maestros, los ejemplos a seguir. Luis Alberto de Cuenca, gran poeta y gran amigo, ha dejado escrito que el propósito de “mucha de la poesía que se escribe ahora consiste en alejarse del lenguaje coloquial y derivar hacia una abstracción vacía de significado y, las más de las veces, gratuita”. Permítame que no me atreva a dar, generalizando, un juicio de valor. No quisiera equivocarme y, mucho menos, ser injusto.
–¿Cómo está llevando desde Madrid el confinamiento Ángel García López?
–Con resignación, aunque no molesto con ello en demasía. He leído libros que estaban pendientes desde hace meses y, para consolarme, he recordado mil veces la letra de una hermosa soleá andaluza: “Toíto es acostumbrarse./ Cariño le toma el preso / a las rejas de la cárcel”. Lo peor de un confinamiento es lo que significa de pérdida de libertad, algo a lo que, según Cervantes, “no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre”.
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