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“El protagonista de la literatura es el lector, que es quien termina los libros”

Javier Cercas | Escritor

El autor extremeño protagoniza hoy el acto central de apertura de una nueva edición de le Feria del libro de Cádiz, donde dialogará con el coordinador Alejandro Luque

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“El protagonista de la literatura es el lector, que es quien termina los libros” / Marta Pérez/Efe

La Feria del Libro de Cádiz comienza hoy su 38 edición. Las casamatas del Baluarte de la Candelaria vuelven a convertirse un año más en efímeras librerías en las que pueden coincidir felizmente todos los actores de la literatura: autores, lectores, editores y, por supuesto, libreros. El escritor extremeño Javier Cercas protagonizará a partir de las 21.00 horas el acto de apertura de la gran fiesta del libro, donde dialogará con el coordinador Alejandro Luque.

–¿Qué supone para Javier Cercas abrir la feria del Libro de Cádiz? No será con un pregón al uso, sino en un formato de diálogo. ¿Qué le resta o que le añade al acto?

–Espero que no le reste nada y le añada algo. No me gusta dar pregones, ni siquiera conferencias. Prefiero conversar con alguien, que es la única forma de que pueda decir algo inesperado, algo que no sabía que sabía. Me parece más entretenido y más útil; espero que también se lo parezca al público.

–¿Cuál es su experiencia personal en las ferias del libro?

–Muy buena. Las ferias del libro no son ferias del libro, sino de los lectores, y los lectores son los auténticos protagonistas de la literatura. Un personaje de Terra alta -el primer volumen de la trilogía del mismo título- dice una de las pocas verdades absolutas que yo conozco. “La mitad de una novela la pone el autor; la otra mitad la pone el lector”. Es así: un libro es una partitura, y es el lector el que la interpreta, y cada lector la interpreta a su manera; en eso consiste la magia o gran parte de la magia de la literatura. En nuestro tiempo hay un gran malentendido: consiste en pensar que el protagonista de la literatura es el autor; falso de toda falsedad: el protagonista de la literatura es el lector, que es quien termina los libros (y cada lector los termina a su manera). Un libro sin lectores es letra muerta: es cuando el lector abre sus páginas y empieza a leer cuando esa letra muerta cobra vida, y además una vida nueva y distinta en cada caso. Lo cual no significa por supuesto que todas las lecturas de un libro sean igual de buenas: las hay buenas, malas y regulares. Como escribió Georg Lichtemberg, “un libro es como un espejo: si un asno se mira en él no puede aspirar a ver a un profeta”.

–Parece que hay un auge de las ferias del libro, que muchos municipios están apostando más decididamente por ellas: recuperándolas o incluso creándolas. ¿Es su percepción? ¿Se mueve algo en el sector del libro en España tras superar, a ver de qué manera, la pandemia?

–No lo sé: yo sólo soy un escritor; algo sé de literatura, creo, pero no sé nada o casi nada de industria cultural. Son dos cosas distintas, y no hay que confundirlas. Su pregunta deberían contestarla los editores, o los libreros, o el ministerio de cultura. Yo sólo tengo impresiones superficiales, así que prefiero callarme. Sólo diré que me parece evidente que las ferias del libro son útiles para la difusión de la literatura, o de la cultura en general.

–Siempre será mejor una feria del libro que una feria, por ejemplo, de redes sociales, donde también hay que leer...

–Yo lo prefiero mil veces, porque no uso redes sociales, ni tengo la más mínima intención de hacerlo. No porque me parezcan mal por sí mismas, sino porque, en mi caso, no les veo la utilidad; además, no me gusta nada lo que ahora mismo ocurre con ellas. Como cualquier otro invento revolucionario, las redes sociales se pueden usar para bien o para mal. En el Fedro, Platón lamenta por boca del rey Tanos la aparición de la escritura, una invención peligrosa porque “implantará el olvido en las almas de los hombres”, quienes “dejarán de ejercer la memoria porque contarán con lo que está escrito”: por eso, para Platón la escritura no proveerá a los hombres de sabiduría sino de falsa sabiduría, lo que conducirá al fin de la auténtica cultura. ¿Qué le parece? Quejas parecidas se formularon cuando Gutemberg inventó la imprenta o cuando aparecieron la televisión o internet. Así que no se trata de lamentar que existan las redes sociales -como no se trata de lamentar la existencia de la escritura, la imprenta, la televisión o internet-: se trata de usarlas para enriquecernos y para alegrarnos la vida, no para empobrecernos y envenenárnosla.

–Qué es a su juicio más importante en la actualidad: que se lea mucho, en el móvil lo hacemos constantemente, o que se lea bien. O, quizás, lo que importa es qué es lo que se lee.

–Obviamente, leer mal no sirve para nada, igual que es inútil o perjudicial leer basura. Lo de que no hay libro tan malo que no contenga algo bueno, como dijo Plinio el Joven y repitió el Bachiller Sansón Carrasco, es verdad, pero también es verdad que hay libros buenísimos: no veo por qué leer los primeros y no leer los segundos, que son los más agradables. La buena literatura es antes que nada un placer, como el sexo; pero también es una forma de conocimiento, como el sexo (por eso, cuando alguien me dice que no le gusta leer, lo único que se me ocurre es darle el pésame, como si me estuviera diciendo que no le gusta practicar el sexo). En definitiva: la buena literatura sirve para vivir más, de una manera más rica, más intensa y más compleja. ¿Quién supera eso?

–“Oír, ver y callar”, decían nuestras abuelas. Usted, en su último libro, apuesta por no callar. ¿No cree que ahora se está hablando más que nunca?

–Sí, pero sólo cuando todo el mundo habla, que es precisamente el momento en el que hay que callar; cuando todo el mundo calla, en cambio, es el momento de hablar, y es entonces cuando nadie lo hace. El título del libro es, por una parte, irónico: como cualquier persona normal, yo tengo muchos odiadores, muy persistentes y entusiastas (sobre todo en las redes sociales, donde se esconden valerosamente, para que no les pillen), y ese título es una forma de decirles que lo dejen, que se dediquen a insultar a otro, que conmigo han pinchado en hueso, porque soy un charlatán redomado y no pienso callarme. Pero, por otro lado, ese título también es una forma de decir algo que me importa y es que no me da la gana de callarme, que además de un novelista -que es lo que soy antes que nada- también soy un ciudadano, que la palabra política viene del griego ‘polis’, que significa ciudad, y que la ciudad es de todos; y que, ya que estamos etimológicos, la palabra democracia significaba en griego “poder del pueblo” y que el pueblo somos todos, incluidos todos los que nos leen, incluidos usted y yo. Así que el título de ese libro -que ni mucho menos trata sólo de política, pero que también trata de política- es una forma de decir que la política es algo demasiado importante para dejarla en manos de los políticos. Y que, para hacerla, es imprescindible no callar, sobre todo cuando todo el mundo quiere que callemos. No sé si me explico.

–No me resisto a preguntarle, aprovechando su papel de observador y analista de la actualidad, por el panorama político. El avance de la ultraderecha, el intento, no sé si desesperado, de la izquierda por cobijarse en un mismo techo, el calculado, o mal calculado, adelanto electoral...

–Soy tan observador o tan analista de la actualidad como usted, o menos que usted, porque usted es periodista y yo no; pero no vivo en una torre de marfil, que por cierto es sólo una pieza del ajedrez. No sé lo que va a pasar en las próximas elecciones, salvo que pienso votar, porque, si no voto yo, votan por mí. ¿El avance de la ultraderecha? Es verdad que es algo bastante extendido en toda Europa, pero a la ultraderecha no se la combate con aspavientos sino con argumentos, y en España -como en toda Europa- yo veo muchos aspavientos y pocos argumentos. Además, por sí mismo no sirve de nada aislarla: los franceses llevan décadas aislando a Le Pen y está más fuerte que nunca. Lo único que sirve es desmontar las mentiras sobre las cuales construye su discurso la ultraderecha; una tarea, por cierto, mucho más difícil que demonizarla, porque es verdad que la ultraderecha cuenta grandes mentiras, pero, como todas las grandes mentiras, las suyas están casi siempre fabricadas con pequeñas verdades, que son las que les dan el sabor de la verdad. Por lo demás, soy un optimista compulsivo, así que creo que todavía estamos a tiempo de desactivar a la ultraderecha española, aunque sólo sea porque, a diferencia de lo que ocurre en Francia o en Italia, en España la ultraderecha es muy reciente y aún no ha echado raíces profundas ni tiene un discurso solidificado -de hecho, hasta 2018, España era uno de los poquísimos países europeos que no tenía una ultraderecha relevante en las instituciones-. En fin: todo depende de nosotros. Hay que desmontar mentiras y contar verdades. Argumentos, por favor, no aspavientos.

–En todo caso: ¿cree que difiere mucho la situación política y social de España de la realidad mundial? Que tenemos hasta una guerra en Europa, aunque a veces no lo parezca.

–No: Spain is not different. No somos ni más ni menos que los demás países europeos: somos más o menos como ellos (peores en algunas cosas, mejores en otras). Y sí, estamos en guerra porque la de Ucrania es una guerra europea y nosotros somos felizmente Europa (para lo bueno y también para lo malo). Sea como sea, los españoles estamos en muy buenas condiciones para entender a los ucranios. En 1936, la democracia española fue víctima de una agresión brutal; era una democracia frágil, precaria y en la que muchos no creían – más o menos como ocurre hoy con la de Ucrania-, pero las grandes democracias europeas nos abandonaron con la excusa cínica de no contribuir a la guerra, mientras Hitler y Mussolini ayudaban a Franco; el resultado fue una guerra civil no de tres sino de cuarenta y tres años -porque el franquismo no fue la paz sino la guerra por otros medios- y una guerra mundial: la Segunda. Hoy, al menos, las democracias europeas no hemos abandonado a los ucranios, aunque aún no está claro que la guerra de Ucrania no sea el prólogo de una guerra peor (como lo fue la guerra civil española, que al fin y al cabo resultó ser el primer acto de la guerra mundial). Si no llega a serlo -si los ucranios paran a Putin y la guerra se queda en Ucrania y no se extiende más allá-, será gracias a la ayuda que hemos prestado a los ucranios, que en este sentido -y en todos o casi todos- están luchando por todos nosotros, porque la guerra de Ucrania también puede leerse como el primer choque bélico a gran escala entre la democracia y el nacionalpopulismo, las dos fuerzas que se disputan el mundo en nuestros días. Veremos qué pasa.

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