“Creo que mis novelas tienen cada vez menos historia y más literatura”
Juan Luis Pulido Begines | Escritor
El autor publica con Almuzara ‘Guzmán el Bueno. El señor de la frontera’, una novela histórica que parte de los escritos más laudatorios de un personaje fascinante y en parte desconocido
Guzmán el Bueno. El señor de la frontera (Almuzara) es la tercera novela de Juan Luis Pulido Begines, un sevillano “accidental” que ha vivido en Cádiz desde muy pequeño y que, cuando la historia no le sugiere una novela, ejerce de catedrático de Derecho Mercantil en la Universidad de Cádiz. Ahora vuelve a sumergirse en la Edad Media para rescatar la figura del fundador de la Casa de Medina Sidonia, un noble “fascinante” del que dibuja un ajustado retrato a partir de las crónicas laudatorias que sobre él se escribieron dos siglos después de su muerte.
–¿Qué es este libro sobre Guzmán el Bueno que aparece escrito en primera persona?
–Es una novela histórica, en el sentido que yo concibo la novela histórica, que es no hacer una novela de aventuras ubicada en un tiempo pasado, sino recrear un ambiente donde la historia sea también protagonista. Quiero que la historia sea un actor de la novela. Y me encontré con un personaje como Guzmán el Bueno que es tan fascinante que hay muy poco que inventar, porque sólo narrando su vida con los hechos que nos han llegado es absolutamente fascinante. Tiene no una, sino varias novelas.
–¿Cómo afronta el personaje?
-Yo juego con la historia en el sentido siguiente: todo lo que nos ha llegado no es verdad, como siempre en la historia. La historia es una ciencia inexacta, las crónicas que tenemos sobre Guzmán el Bueno son de dos siglos después. Hay crónicas hechas por encargo, con un fin laudatorio. Hay una muy buena de Barrantes Maldonado que escribía para la Casa de Medina Sidonia. Y hay otra de Pedro de Medina, que es un gran cosmógrafo, que también tiene un sentido laudatorio semejante.
Entonces, la trama de la ficción es pensar que esas crónicas de dos siglos después se basan en documentos anteriores que estaban más apegados a la realidad, y eso lo hago por medio de un judío que entra al servicio de Guzmán el Bueno, y que escribe sobre él cuando ve que merece ser recordado y quiere adquirir lustre, porque él es un bastardo, una persona hecha a sí mismo, una persona que llega a prestar dinero a la corona de Castilla. Como mercenario en Marruecos se hace tremendamente rico. Y el juego de la historia es que el judío, esclavo de Guzmán el Bueno, narra las cosas como son pero que cuando sale a la luz, sus descendientes ven que hay que cambiarlo. Entonces, encierra al judío en un monasterio y sus escritos son revisados, vetados y corregidos por un monje del monasterio que es el que va a dar a la luz la crónica que después va a ser la oficial.
–Todo eso es ficción.
–Sí, todo eso. Lo que no es ficción es la crónica de Barrantes Maldonado, la de dos siglos después, que es la que yo tomo como la corregida oficial. Y empiezo a narrar un hecho como yo creo que ocurrió contraponiéndolo con lo que pone en la crónica. Y hay cosas absolutamente delirantes.
–¿Qué no sabemos de Guzmán el Bueno, más allá del episodio de su hijo y el puñal arrojado en Tarifa? Parece que hay muchas cosas que no sabemos.
–Por supuesto, y es curioso que se sepa tan poco de un personaje que tiene tantas calles y estatuas en España, que está en el imaginario colectivo. Los historiadores sí saben que fue uno de los nobles más singulares de su época que constituyó la más potente casa nobiliaria de la Edad Media y de la Edad Moderna en España: fue el fundador de la Casa Medina Sidonia y llegó a ser el dueño de media Andalucía, donde era más poderoso que el Rey. Y muchos de los hechos de guerra que se cuentan eran ciertos, él tuvo un papel fundamental en combatir las invasiones merimerines, en combatir ese último intento de los norteafricanos de invadir España. Primero vinieron los almorávides, después los almohades y la última gran oleada es la de los merimerines, que podían haber reconquistado Andalucía y más allá. Porque el designio de todos los pueblos bereberes que venían a España era reconquistar la península. Y Guzmán fue un militar destacado que contribuyó a que eso no ocurriera. Tanto la conquista como la defensa de Tarifa fue fundamental para que todo el valle del Guadalquivir pudiera seguir en manos castellanas. Él se hace un señor poderoso, amado y temido porque defiende a sus vasallos, no sólo es un señor de horca y cuchillo. Él aplica el Derecho, lo crea, pero a sus vasallos los protege, les da de comer.
–Entonces da la impresión de que el ‘detalle’ del puñal es lo de menos en su historia.
–Alguien me comentó hace poco que una de las cosas que más le habían gustado del libro es que, como todo el mundo conoce la historia, está esperando que llegue el episodio del puñal, y después pasa inadvertido porque no es significativo. Yo parto de que el detalle del puñal no existió, pero como dice el judío eso no quita un ápice de merecimiento al sacrificio, porque parece absolutamente probado que el hermano del Rey, un infante de Castilla, secuestró, aliado con los merimerines, al hijo, a Pedro de Guzmán, y amenazó al padre con que o entregaba la plaza o lo mataba, y que no la entregó. Por eso las relaciones posteriores de Guzmán el Bueno con el infante don Juan son fundamentales. El infante siguió enredando en la política castellana casi 40 o 50 años más. En la novela intento ponerme en la piel de un padre muy poderoso que ha visto cómo un infante ha matado a su hijo, que desea venganza pero que, por otra parte, por su lealtad a Castilla y a la reina regente, María de Molina, se ve impedido para vengarse. Y eso, que pasa inadvertido, para mí es un asunto literario que tiene mucho interés.
–¿Cómo se acerca Juan Luis Pulido al personaje, cómo es el proceso? ¿Mucha investigación?
–Sí, sí, esa es la parte que más me gusta...
–Más que escribir incluso o corregir.
–Sí, lo digo en los agradecimientos del libro. Eso tiene varias fases. No sé ni cuándo ni cómo me topo con el personaje, porque yo soy un lector voraz, compulsivo, y en algún momento se genera una idea a la que tú vas dando vueltas mientras estás escribiendo otras cosas. Y en un momento dado, eso madura. A partir de aquí empiezo a leer sobre el personaje, sobre la época del personaje, los acontecimientos políticos y eso me crea una trama. En mis novelas siempre he intentado el equilibrio de dar una adecuada información histórica pero que no se olvide que se trata de una ficción, que es una obra literaria. Mis novelas cada vez tienen menos historia y más literatura.
–¿Y esa trama es muy de fantasear o no sería la palabra adecuada?
–No, no. Yo creo que, en esta novela en particular, la presentación del personaje, la historia del judío y muchas de las cosas que ocurre son ficción, pero el 80% de lo que digo es verdad en la medida que se puede saber. Porque la historia es una ciencia imposible, nunca vamos a saber de verdad lo que ocurrió.Se trata de adivinar qué pasó. De lo que pasó tenemos una cierta idea por los documentos, y eso nos da un 60% de la verdad: el resto lo relleno yo con imaginación. Por eso yo concibo la novela histórica como un pintor que tiene que pintar un cuadro algunas de cuyas partes ya están trazadas, y el escritor de novela histórica no puede tocar las partes del cuadro que están bien aceptadas por la ciencia histórica y que son incontrovertibles porque entonces sale un churro total. Yo eso no lo toco, pero todo lo que está en blanco en el cuadro, lo que no sabemos, es lo que da pie a imaginar. Lo que intento ante todo es que sea verosímil. No puedes meter en el siglo XIII ni alimentos, ni armas, ni giros impropios de esa época porque entonces la obra está mal.
–O es otra cosa.
–O es otra cosa, es ciencia ficción. Aquí el respeto a la fuente es fundamental. ¿El lenguaje? El lenguaje a veces es un poco farragoso, porque yo intento que sea lo más parecido a la época. Intento crear un ambiente arcaizante. No puedo escribir como se hablaba en el siglo XIII porque sólo lo entenderían los expertos en paleografía. Eso es lo que me lleva a mí a utilizar palabras en desuso y que a algunos lectores les supone un obstáculo, pero que otros me agradecen.
–Es una labor ardua encontrar ese vocabulario.
–Sí, pero algunos lo agradecen y reconocen que tienen que estar continuamente consultando el diccionario. Y, sin embargo, me consta que otros lectores prefieren no hacerlo así. Creo que, como todos los autores de ficción, escribo las obras que a mí me gusta leer.
–¿Por qué la época de sus tres novelas es la misma, se mueve casi entre tres siglos?
–Sí, desde las Navas de Tolosa hasta la completa reconquista de España. Sí. Hay varios componentes. Personalmente me interesa mucho como andaluz y como español. Porque se dice que los españoles sabemos poco de nuestra propia historia y los andaluces sabemos aún menos. Y es que muchos ciudadanos creen que nosotros somos los descendientes de los andalusíes, y no es así. Nosotros somos descendientes, en la inmensa mayoría, de gente del norte. Por otra parte, es una época que me parece fundamental para ver cómo sea crea la España moderna y cómo se crea la propiedad de la tierra en Andalucía, cómo se crea la identidad de España, las relaciones entre España y los otros reinos de la Península Ibérica y de Europa. Creo que lo fundamental de lo que nosotros somos hoy se gesta particularmente en esa época. A mí me lo parece. Es una historia muy fascinante y está al alcance de los ojos porque cuando entras en Conil, entras en Conil de la Frontera; en Vejer, en Vejer de la Frontera, y cuando vas a Ubrique, te encuentras con el castillo de Aznalmara, y eso eran las fronteras.
–Y si hablamos de este libro y de Tarifa, ya no digamos.
–Efectivamente, es un marco geográfico donde la historia se palpa. Y también pensar en nuestros propios antepasados, una gente muy dura que vinieron aquí a morirse. ¿Por qué se vienen un leonés, un gallego, un navarro al sitio más peligroso de la tierra, en una época en la que la gente no se iba más de una legua de su pueblo, la distancia en la que podía ir y volver desde la salida hasta la puesta de sol? Y, sin embargo, había señores, familias, que cogían lo que tenían y se iban a las tierras del señorío de los Ponce de León o de Medina Sidonia, a Jaén, a Cádiz... Venían a un sitio donde muchas veces no podían ni sembrar el trigo porque, durante 200 años, se crea una industria que es el saqueo. Es una época absolutamente fascinante.
–¿Y el Derecho Mercantil no da para una novela?
–Pues sí, sí, y el Derecho Marítimo que es mi especialidad. A lo mejor, escribo alguna vez una novela sobre la Universidad, que es un sitio muy peligroso, donde hay seres hostiles, vendettas... eso da para varias trilogías. Y algún día creo que haré algo que no sea de ficción histórica, es que me gusta muchísimo. Pero me gustaría escribir algo que no tuviera que estar estudiando dos años, que fuera solo imaginación.
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