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Rafael Alberti, un poeta entre dos Exposiciones

Literatura

Este lunes se cumplen 25 años de su muerte. En 1929 publica ‘Cal y canto’, con el homenaje a Góngora y la ‘Oda a Platko’, y ‘Sobre los ángeles’. En 1992 estrenó en la Cartuja ‘La Gallarda’

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Alberti, primero por la izquierda, junto a Lorca, en la foto de diciembre de 1927 en Sevilla, una escena que recuerda ahora el Ateneo de la ciudad. / Juan Carlos Vázquez
Francisco Correal

27 de octubre 2024 - 06:32

1977 fue un buen año para la Generación del 27. Vicente Aleixandre (1898-1984) recibe el Nobel de Literatura; Dámaso Alonso (1898-1990) es el director de la Academia de la Lengua; y Rafael Alberti (1902-1999), el 27 de abril de ese año, regresa del exilio en un avión de Alitalia con una frase que deberían cincelar con letras de molde: “No vengo con el puño cerrado, sino con la mano abierta”. El Partido Comunista le propuso encabezar la lista al Congreso por Cádiz, hizo toda la campaña electoral en verso y compartió la mesa de edad con Dolores Ibárruri Pasionaria y con Andrés Eguibar, un diputado coruñés que a sus 23 años era el más joven de la Cámara. El 6 de septiembre, Alberti renunció al escaño, que ocupó Francisco Cabral, jornalero de Trebujena. Un mes después, el 6 de octubre de 1977, la Academia Sueca le concedió a Aleixandre el Nobel de Literatura. Un reconocimiento a todos esos poetas que entre el 16 y el 22 de diciembre de 1927, cuando Alberti cumplía 25 años, se reunieron en Sevilla para rendir tributo a Góngora en el tercer centenario de la muerte del poeta cordobés. Mañana se cumplen 25 años del adiós de Alberti. Uno de los poetas de la histórica foto del Ateneo de Sevilla que presidía Manuel Blasco Garzón.

En 1924, hace un siglo, Alberti conoció a Federico García Lorca en la Residencia de Estudiantes. El poeta granadino había nacido el mismo año 1898 que Dámaso Alonso y Aleixandre. “García Lorca y Alberti no fueron nunca amigos íntimos, y la hermandad vital entre ambos forma parte de los mitos de la generación”, escribe Luis García Montero en una semblanza biográfica del poeta portuense. Añade que la relación de Alberti era mucho más intensa con Gregorio Prieto, el pintor manchego amigo de Cernuda, con Cossío o Bergamín.

Pues sí. 1977 fue un gran año para este grupo de poetas, muchos de ellos ya octogenarios. Algunos habían fallecido en el exilio: Pedro Salinas, en Boston; Emilio Prados y Luis Cernuda, en Ciudad de México. Y otros, como Manuel Altolaguirre, murió en un accidente de tráfico en Burgos cuando regresaba de estrenar en el festival de cine de San Sebastián su película El Cantar de los Cantares. En la casa mexicana de su ex mujer, Concha Méndez, moría Cernuda el 5 de noviembre de 1963.

Lorca murió fusilado en el pantano de Víznar el 18 de agosto de 1936, en Granada, pese a que había salido en tren de Madrid pensando que así se alejaba del peligro. El 18 de julio de 1936, Alberti estaba en la isla de Ibiza, donde permanece seis semanas en las que este paraíso insular cambió tres veces de mando. Su intención inicial era haber viajado a Galicia con María Teresa León, pero llegaron tres minutos tarde a la estación y el tren en el que debían viajar tuvo un aparatoso accidente en un túnel entre León y Galicia. Si Manuel Machado perdió por esos días un tren en Burgos que convirtió esa ciudad en una ratonera y lo separó de su hermano, Alberti probablemente salvó la vida al no llegar a tiempo. Buscaba un lugar tranquilo donde terminar una obra de teatro, El trébol florido, con la que se iba a presentar al premio de teatro Lope de Vega en el tercer centenario de la muerte del dramaturgo. Su estancia en la isla la relata Antonio Colinas en un hermoso libro.

1917 no fue para él el año de la Revolución Rusa, sino el de la pérdida del mar

Alberti es el más longevo de su generación, al que le faltaron dos años y dos meses para vivir entero el siglo XX. Sólo superado por Pepín Bello (1904-2008), que murió con 103 años. El autor de La arboleda perdida vivió las dos Exposiciones capicúas, la del 29 y la del 92. Por medio, una República, una guerra, una posguerra, dos dictaduras, la de Primo de Rivera dentro, la de Franco fuera, y muchos años de exilio con una huida de aventura.

Para el poeta la vida cambia radicalmente en 1917. Ese año no es para él el de la Revolución Rusa (con los años tendría ocasión de verse personalmente con Stalin) sino el de la pérdida de un territorio sagrado. “Cuando apenas tenía quince años, me arrancaron del mar, convirtiéndome para siempre en un marinero de tierra”. En 1917 coincide su expulsión del colegio de jesuitas San Luis Gonzaga, por el que también pasaron Muñoz Seca, Juan Ramón Jiménez y Villalón, con el traslado de la familia a Madrid. Alberti era el quinto hijo de Vicente Alberti, representante de los vinos de Osborne, y María Merello.

La década de los años veinte es fundamental en su cimentación estética y política. Natalia Calamai, estudiosa del poeta, niega que haya dos Albertis, el poeta de la nostalgia y el de la rebeldía. Es uno solo, argumenta. En 1924 se produce ese encuentro con Lorca en Madrid. Un año más tarde, el autor de Romancero Gitano le escribe desde Granada. “Querido primo: Ayer tarde hubo aquí una gran tormenta. Dime, por favor, si también la hubo ahí. Trabajo, entregado a la poesía, que me hiere y me manda”. Le añade unos versos y una pregunta: “¿Cuándo vienes a Granada?”. Donde sí irá ese mismo año Alberti es a Rute, pueblo de la Subbética cordobesa, para terminar el manuscrito de Marinero en tierra en casa de su hermana María, casada con un notario. Con su primera obra consigue el Premio Nacional de Literatura. El jurado se reunió el 6 de junio de 1925 y el voto de Antonio Machado fue determinante.

Inicia una carrera meteórica. En 1926 los poetas y editores malagueños Prados y Altolaguirre ponen en marcha la revista Litoral, donde Alberti publicará El amante. Le envía a su amigo José María de Cossío un manuscrito de El alba del alhelí, del que este mecenas de poetas y toreros habla maravillas. Alberti le pide que retrase su publicación porque en 1929, el año de la Exposición Iberoamericana de Sevilla, saldrán Cal y Canto y Sobre los ángeles.

El poeta, antes de cumplir 89 años (diciembre 1991) con José Luis Pellicena, Jesús Quintero, María Asunción Mateo y el autor de esta crónica, Francisco Correal.

En Cal y canto publica Alberti un poema-homenaje a Luis de Góngora y Argote. El 27 de enero de 1927 se formaliza este tributo poético en una reunión en Madrid a la que acuden Guillén, Salinas, Lorca, Dámaso Alonso, Gerardo Diego y Alberti. Éste queda como secretario del comité organizador y los trabajos previos los deberán mandar a su domicilio particular. 1927 es también el año en el que surge su afición a los toros. Cossío le presenta a Ignacio Sánchez Mejías, que será el anfitrión de los poetas en Sevilla, y con el cuñado de Gallo y Gallito y con Pascual Márquez el poeta llegará a hacer el paseíllo en la plaza de toros de Pontevedra. El 29 de Alberti estuvo lleno de poesía. Ese año recibe una carta de Pablo Neruda desde la isla de Java.

Un desengaño amoroso le lleva a refugiarse en la Casona de Tudanca de Cossío en Cantabria. Los dos amigos y Carlos Gardel asisten el 20 de mayo de 1928 al estadio del Sardinero a ver la final de Copa Barcelona-Real Sociedad en la que nace la mítica Oda a Platko, “oso rubio de Hungría”. Fue la final más larga de la historia y tardó casi cuarenta días en resolverse. El primer partido terminó en empate y con Platko lesionado, detalle que narra Alberti en su poema, “Ni el final: tu salida, / oso rubio de sangre, / desmayada bandera en hombros por el campo”. No hubo ninguna oda para el nuevo portero, Ramón Llorens, que jugó el segundo partido, que también terminó en empate. Nueve jugadores de la Real Sociedad fueron convocados por la selección para los Juegos Olímpicos de Ámsterdam y la final se jugó el 29 de junio con el triunfo blaugrana por 3-1. Platko y Góngora en el mismo libro. Y Harold Lloyd. El portero húngaro, que colgó las botas en Nicaragua, había nacido el mismo año que Lorca, Aleixandre y Dámaso Alonso. Un cancerbero del 27.

El 27 de abril de 1977 vuelve del exilio “no con el puño cerrado, sino con la mano abierta”

Es historia la foto de Alberti sentado en el Congreso de los Diputados entre Pasionaria e Ignacio Gallego. Con la dirigente comunista compartió un mitin en la plaza de toros de Madrid el 2 de febrero de 1936. Volvieron a encontrarse en Elda (Alicante), donde con María Teresa León ocuparon plaza en uno de los aviones habilitados para los miembros del Comité Central en el aeródromo de Monóvar, cuna de Azorín, huyendo de la guerra. Alberti fue amigo de Unamuno y huésped de Valle-Inclán en la Escuela Española de Roma. Cuando el avión salió con dirección a Orán vieron la sierra de Aitana, a la que debe su nombre la hija del poeta, nacida en 1941 en Argentina. El 3 de marzo de 1940 llegaron en barco a Buenos Aires. Un permiso de 48 horas que se convirtió en una estancia de 24 años.

En Argentina, Alberti hizo las Españas. En la entrevista que le hice en diciembre de 1991, poco antes de cumplir 89 años, me hablaba de los frutos de esa aventura no elegida en un país donde se hizo amigo de Borges y Ernesto Sábato. En un teatro de la capital estrena El Adefesio (Fábula del amor y las viejas) con un reparto en el que figuraban Margarita Xirgu y un jovencísimo Alberto Closas. En Argentina prepara una segunda adaptación de Numancia de Cervantes. Allí sublimará con poemas el duelo por la muerte de dos amigos, la Balada del que nunca fue a Granada dedicada a Federico y la Elegía a la muerte de Ignacio Sánchez Mejías por la cogida mortal en la plaza de Manzanares. En Buenos Aires le da forma a Noche de guerra en el Museo del Prado y adapta La Lozana Andaluza, que ya en España estrenó en el Teatro Falla de Cádiz. Yo vivía todavía en una pensión cuando acompañé a la genial Colita (el Festival de cine de Valladolid ha estrenado un documental sobre esta fotógrafa) a Cádiz para vivir los pormenores de ese estreno con José Luis Pellicena en el reparto. Este actor vuelve a una obra de Alberti en La Gallarda, una “tragedia de toros y vaqueros” con Ana Belén también en el elenco y que se estrenó en la Expo 92. Era el nombre de una casita que el poeta tenía en Uruguay.

Rafael Alberti, fotografiado en su domicilio en El Puerto de Santa María. / Fito Carreto

La primera vez que vi a Alberti, el mismo año 1977, fue en el homenaje que le hicieron en el colegio mayor San Francisco Javier, en la calle Donoso Cortés de Madrid. He vivido cómo fueron cambiando los cumpleaños en El Puerto. Primero de forma espontánea, cuando los organizaba Carmelo Ciria, “el único comunista con teléfono en El Puerto”, me decía en una entrevista. Después, un aire más militante de discípulos, casi de adoración nocturna, con el protagonismo de Luis García Montero, Javier Ruibal, Felipe Benítez Reyes o Benjamín Prado. Solía acudir Marcos Ana, el poeta de Peñaranda de Bracamonte, el que sumaba más quinquenios en las cárceles españolas. Con algunos de ellos vio Alberti por televisión los cuatro goles de Butragueño a Dinamarca en el Mundial de México. Y la etapa final tras la boda con María Asunción Mateo y el patrocinio de un alcalde conservador, Hernán Ruiz. El marinero en tierra ya había vuelto de hacer la revolución rusa. Ha sido cartelista y pregonero del Carnaval de Cádiz. El pregón, que dio vestido de marinero, coincidió con el 23-F. Fue el día que Kiki lo inmortalizó en una foto con José María Pemán. El puño cerrado era ahora una mano abierta para el abrazo.

Se casó dos veces: en 1932, con María Teresa León (el año que le dedica un poema a la Macarena en el congreso que el PCE de Pepe Díaz organizó en Sevilla); en 1990, con María Asunción Mateo, cuarenta años más joven. Enviudó de la primera y la segunda enviudó del poeta y ha recordado sus años juntos en el libro Mi vida con Alberti, que ha generado no poca polvareda en los círculos allegados al poeta. Fue el último de su generación en recibir el premio Cervantes (1983). Antes lo recibieron Jorge Guillén (1976), Dámaso Alonso (1978) y Gerardo Diego (1979) compartido con Borges. “Si Garcilaso volviera, yo sería su escudero; qué buen caballero era”. Y si volviera Cervantes. “No le dieron permiso para viajar a Indias. Posiblemente el Quijote existe gracias a aquella prohibición burocrática”, me decía en esa entrevista. En su exilio americano, hizo cuatro viajes a Europa, los mismos que Colón a Indias. El de 1963 fue el definitivo.

Tuve la suerte de conocer y entrevistar a la triple A de la generación del 27: Alberti, Aleixandre, Alonso. El diputado, el Nobel y el académico. En una ocasión, fui sobresaliente del poeta de El Puerto en el argot taurino. Hace cuatro décadas, di el pregón del Verdeo de Arahal. Ya en la fiesta posterior, el alcalde de la localidad me reconoció que el pregón lo iba a dar Alberti, pero por cualquier circunstancia excusó su asistencia. El regidor del Silicon Valley de las aceitunas había conocido a un periodista dos años antes en el pregón que pronunció Camilo José Cela, que siete años después conseguiría el Nobel de Literatura. El periodista era yo, suplente de Alberti, que había sido baja como el húngaro Platko. 

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