Razones para el futuro del Museo Ruso

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El centro malagueño celebra su décimo aniversario este martes en pleno “periodo de reflexión” sobre su continuidad y con una trayectoria que ha prodigado episodios inolvidables

Una oportunidad para el Museo Ruso de Málaga

Una obra de la exposición dedicada a Malévich en 2018 en el Museo Ruso.
Una obra de la exposición dedicada a Malévich en 2018 en el Museo Ruso. / Javier Albiñana
Pablo Bujalance

23 de marzo 2025 - 07:01

Málaga/Dentro del plan municipal urdido para hacer de Málaga una verdadera Ciudad de los Museos, tal y como reza el lema todavía vigente, la Colección del Museo Ruso de San Petersburgo Málaga, más conocida dentro y fuera de la ciudad como el Museo Ruso, representó una jugada inesperada y, en cierto sentido, sorprendente. Consciente de su impacto sensacional en el turismo, el Ayuntamiento (con el alcalde, Francisco de la Torre, a la cabeza) decidió ampliar la estrategia que había prendido en 2003 con la inauguración del CAC Málaga desde una perspectiva distinta, no ya desde la generación de marcas propias sino a través de la incorporación de marcas internacionales. En el mismo 2003, el Museo Picasso Málaga, impulsado por la Junta de Andalucía y la familia Ruiz-Picasso, confirmó que el impacto era real, también para la proyección de la ciudad en los escaparates globales, con lo que el Ayuntamiento se vio obligado a competir. La siguiente pieza en incorporarse, ya con titularidad flamante, fue el Museo Carmen Thyssen Málaga, ubicado en el Palacio de Villalón, joya resistente de la arquitectura renacentista malagueña. En noviembre de 2013, cuando todavía el alcalde hablaba de su intención de abrir un museo de museos en la Plaza de la Merced, quedó clara la altura de la apuesta con el anuncio de una sede del Centro Pompidou de París que abriría sus puertas en los meses siguientes. Y en mayo de 2014, cuando ya se fijaba la inauguración del Pompidou en el Muelle Uno del Puerto de Málaga, se anunció otro museo satélite: el que mostraría las colecciones del Museo Estatal Ruso de San Petersburgo en Tabacalera. Mientras tanto, la reforma del Palacio de la Aduana continuaba su curso para su transformación en la nueva casa del Museo de Málaga, inaugurado en diciembre de 2016.

Francisco de la Torre y Vladímir Gusev, en la presentación del Museo Ruso que acogió el Ayuntamiento en enero de 2015.
Francisco de la Torre y Vladímir Gusev, en la presentación del Museo Ruso que acogió el Ayuntamiento en enero de 2015. / Javier Albiñana

El anuncio del Museo Ruso generó reacciones encontradas entre la expectación consecuente y la sospecha de que el entusiasmo municipal por los museos franquiciados, como pasaron a denominarse por los sectores más críticos, podía ir demasiado lejos y acabar en fiasco. Lo cierto es que había motivos para tales sospechas: la designación de Tabacalera como emplazamiento del museo se interpretó como una reacción veloz al fracaso que había constituido la negociación para la apertura en el mismo recinto de Art Natura, un museo dedicado a la ciencia y la naturaleza para el que se invirtieron 25 millones de euros que no sirvieron absolutamente para nada. Por otra parte, la marca del Museo Ruso de San Petersburgo resultaba mucho menos atractiva que la que prodigaba el Centro Pompidou: si ante la primera no cabía más que esperar los resultados, la segunda se interpretó de inmediato como sinónimo de éxito. La ubicación en Tabacalera despertaba también algunas dudas, digamos, geográficas: si el resto de museos apostaban por una concentración en el centro de Málaga, el anunciado Museo Ruso rompía la tendencia y lanzaba su órdago por el barrio de Huelin en una jugada de descentralización cuyos frutos resultaban difíciles de aventurar. Eso sí, el Ayuntamiento había estado trabajando durante años con la dirección del museo petersburgués para llevar el proyecto a buen puerto y decidió crear la Agencia para la Gestión de Espacios Museísticos con la intención de unificar y simplificar los procesos. Al frente quedó el entonces director de la también renovada Casa Natal de Picasso, José María Luna, quien pasaría a ejercer como director de los tres museos municipales.

El Museo Ruso celebró su inauguración el 25 de marzo de 2015, apenas con dos días de diferencia de la inauguración del Centro Pompidou. Y, de alguna forma, esta coincidencia vino a representar en gran medida el devenir posterior del museo. El mismo presentó para su puesta de largo una exposición temporal, La época Diàguilev, y una tremenda exposición anual (la legislación rusa impedía a sus museos hacer préstamos a otros museos de fuera de Rusia con plazos superiores a un año) que, bajo el título Arte ruso: de los iconos al siglo XX reunía obras de artistas como Iliá Repin, Isaac Levitan, Vasili Kandinsky, Alexandr Rodchenko, Marc Chagall, Olga Rózanova y Alexandr Deineka. Semejante propuesta despejó las dudas y confirmó que el Museo Ruso era mucho más grande de lo que hasta los más optimistas podían esperar. Pero, inevitablemente, la marca Pompidou registró un tirón mediático mucho mayor que ensombreció sin remedio la realidad que ya era el Museo Ruso. El director del Museo de San Petersburgo, Vladímir Gusev, se mostraba dispuesto a traer a Málaga en las tandas necesarias las piezas más importantes del fondo ruso, con más de 500.000 obras de arte conservadas. Y aunque los responsables del Centro Pompidou de París se mostraban mucho más cautos a la hora de hablar de la continuidad de su sede malagueña, el emblemático cubo de colorines se llevó el gato al agua. Hoy no hay duda de que si el Museo Ruso hubiera tenido una inauguración más distanciada de la del Pompidou, su suerte habría sido muy distinta.

'Realismo: pasado y presente', exposición anual inaugurada en junio de 2020.
'Realismo: pasado y presente', exposición anual inaugurada en junio de 2020. / Javier Albiñana

En los años siguientes, el público malagueño tuvo la oportunidad de conocer y admirar de primera mano las obras de artistas como Pável Filónov, Chagall, Kandinsky, Malévich, Alexéi y Andreas Jawlensky, Nikolái Roerich y de prácticamente todos los grandes maestros rusos del siglo XX, ya en las vanguardias o en el realismo socialista, así como de los más ilustres predecesores. Además, el centro generó una verdadera inmersión en la cultura rusa con muestras dedicadas a creadores de otros ámbitos como la poeta Anna Ajmátova y el cineasta Andréi Tarkovski. Además del programa expositivo, otras muchas actividades organizadas (conciertos, conferencias, seminarios, presentaciones de libros y representaciones teatrales, solo por citar algunas) redoblaron la apuesta con una mirada más amplia y, a la vez, contemporánea. Las cifras de visitantes (más de 117.000 en 2017) confirmaron el respaldo del proyecto y certificaron que la descentralización había surtido sus efectos: el barrio de Huelin, rebautizado por sus propios vecinos como Huelingrado, experimentó una notable revitalización y, en correspondencia, contribuyó a que las salas llenas del museo se convirtiesen en una constante. A nivel estratégico, la concesión en 2018 de la Medalla Pushkin a Francisco de la Torre a manos de Vladímir Putin confirmó que la sintonía era la deseada.

Pero para que un museo tenga éxito hace falta algo más que una buena gestión. La buena suerte también es aquí importante. Y el Museo Ruso no ha contado con toda la suerte de su parte. Al mazazo que entrañó para los museos la pandemia (y el consiguiente confinamiento) en 2020 se sumó la invasión de Ucrania por parte de Rusia en febrero 2022 y la guerra que perdura tres años después. Las relaciones comerciales y financieras con Rusia quedaron canceladas y el Ayuntamiento se vio obligado a dejar de pagar al Museo Ruso de San Petersburgo el canon anual de un millón de euros que, seguros aparte, le permitía traer a Málaga sus colecciones. En consecuencia, las obras expuestas en 2022 fueron devueltas y el centro se quedó sin fondos que exhibir (y cabe recordar aquí que Vladímir Gusev se mostró dispuesto a dejar las obras en Málaga hasta que terminara la guerra, pero ni el contexto europeo ni la legislación rusa lo permitían). A nivel social, se impuso un boicot cultural a Rusia por el que tanto la oposición municipal en Málaga como distintas voces del sector exigieron la definitiva clausura del museo. Hasta De la Torre tuvo que devolver a Rusia la Medalla Pushkin. La Agencia encontró una solución en las colecciones de arte ruso instaladas fuera de Rusia que estaban dispuestas a colaborar, así como en la organización de exposiciones individuales de artistas malagueños y rusos y en la celebración de otras actividades no expositivas. Así, actualmente, el museo acoge la exposición Utopía y vanguardia, con fondos de la Colección Costakis (y que estos días se encuentra clausurada a la espera de la definitiva reparación que acabe de una vez con las goteras en las salas de exposiciones) además de obras de la colección de arte ruso de José María Castañé y la muestra Belleza furtiva de la fotógrafa rusa Alisa Sibirskaya, entre otras propuestas. En 2024 se contabilizaron 46.000 visitantes, una cantidad visiblemente inferior a los 82.500 de 2019 pero superior en 5.500 al registro de 2023. Con semejantes golpes, la recuperación del museo (que sigue ostentando su titularidad de siempre: Colección del Museo Ruso de San Petersburgo Málaga) no podía ser fácil. Pero los resultados, aunque tímidos, abrigaban cierta esperanza.

La sede del Museo Ruso en Tabacalera, en una imagen del verano de 2022.
La sede del Museo Ruso en Tabacalera, en una imagen del verano de 2022. / Javier Albiñana

En los últimos meses, no obstante, ha sido la propia gestión municipal la que más ha contribuido a enfriar las expectativas. En septiembre de 2024 se anunció la sustitución de José María Luna al frente de la Agencia por Luis Lafuente, quien, entre otros cargos, fue director general de Bellas Artes y Patrimonio Cultural entre 2016 y 2018 y cuyas referencias al Museo Ruso desde su llegada han sido contadas, por no decir nulas. Fue la concejal de Cultura, Mariana Pineda, quien el pasado mes de enero anunció la apertura de un “proceso de reflexión y diálogo para abordar en profundidad una posible nueva redefinición del Museo Ruso”. Pineda afirmó entonces que todo estaba “abierto” y que el Ayuntamiento contemplaba “todas las posibilidades, desde que el museo deje de ser ruso hasta que siga exponiendo obras de esta procedencia”. Este proceso, para cuya conclusión no apuntó Pineda fecha alguna, sigue abierto (este periódico invitó a Mariana Pineda a hacer alguna puntualización al respecto, pero la edil declinó por problemas de agenda) y sus conclusiones pueden ser efectivamente imprevisibles, aunque el ánimo reformador de la edil (que también líquido el CAC Málaga para sustituirlo por el futuro MuCAC) invita a predecir un cambio de rumbo. Sin embargo, buena parte de la sociedad civil malagueña se ha movilizado en las últimas semanas, y lo seguirá haciendo en los próximos días, con algunos actos convocados a cuenta del aniversario (este lunes 24 a las 19:00 tendrá lugar en el Ateneo de Málaga una mesa redonda con el artista José Manuel Cabra de Luna, el arquitecto Salvador Moreno Peralta y el ex director del Museo Picasso José Lebrero moderada por el profesor y crítico Juan Francisco Rueda) para reclamar la continuidad del Museo Ruso como tal con un buen puñado de razones a favor: el espacio ha demostrado que la calidad de los proyectos culturales deja en las ciudades un impacto mayor que las marcas, que la descentralización era posible y deseable, que los recuentos de visitantes no suponen el termómetro más eficaz para evaluar el calado social de los museos y, especialmente, que Málaga también es un lugar favorable a iniciativas basadas en el rigor en lugar del estrellato de turno. Sin el Museo Ruso, y sea cual sea la posible alternativa, Málaga tiene mucho más que perder. Si de celebrar su décimo cumpleaños se trata, no habrá mejor regalo para el museo que la garantía de su continuidad.

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