Rosa Ribas: “Sentía que los personajes todavía seguían vivos”
Negro sobre negro
Pese a anunciar el cierre de la saga de los detectives Hernández con ‘Nuestros muertos’, la autora barcelonesa acaba de publicar ‘Los viejos amores’

Rosa Ribas es una de las grandes voces de la novela española actual. Su estilo potente, cuidado y directo a la vez, y su maestría para engendrar personajes arrebatadores la han convertido con todo merecimiento en una de las autores más esperadas por los lectores. Esta primavera, además, nos ha dado la alegría de retomar la saga de los Hernández, una familia de detectives barcelonesa con la que es imposible no encariñarse. Los viejos amores (Tusquets) es el cuarto libro de una saga indispensable.
Pregunta.–A pesar de que parecía que la historia de los Hernández se quedaría en una trilogía, y que anunció que Nuestros muertos cerraba la saga, finalmente la ha retomado. ¿Era algo que le pedía el cuerpo?
Respuesta.–La verdad es que sí. En una entrevista, durante la promoción de esa novela, empezamos a hablar de los personajes, y me dije... ¿Pero qué has hecho? ¿Sabes cuando notas que todavía están vivos, que hay sustancia, que no son personajes agotados, que tienen todavía mucho que contar? Enseguida me vino, muy rápido, una idea para un siguiente caso, que es el de este libro. Porque era algo que además leías en la prensa. Salió la historia de estas señoras a las que asesinaron junto al hermano tras haber sido víctimas de estafadores del amor. Y pensé, esto es algo que está pasando y que tiene mucho que ver con la sociedad actual, con la soledad de la gente mayor. Empecé a darle vueltas y me di cuenta de que ahí tenía otra novela. Hablé con mi editor, se lo conté y se mostró encantado, porque claro, es que se entristeció cuando cerré la serie.
P.–No fue el único, se lo aseguro. Es que personajes como Lola, con ese aire a lo Bette Davis, no son fácilmente sustituibles.
R.–Si no se hubiera muerto la vería haciendo de Lola. Con esa mirada que tenía. Imponía. Es que son novelas de personajes, sobre todo. Que viven de todo lo que pasa entre ellos. Y los casos, por supuesto, me sirven para ponerlos en movimiento. Pero este además me tocaba. Cuando empecé a leer sobre esto de las estafas del amor, me afectó mucho todo.
P.–¿Por qué?
R.–Sobre todo por cómo se ridiculiza a las víctimas, que lo son doblemente. Pero es que tienen una necesidad tan grande de atención, de ser queridas… Después todo el mundo dice, ¿cómo se puede caer en algo tan bufo? Pero es tan fácil. Porque lo van haciendo poco a poco. Le vas dando la información sin darte cuenta, ellos enseguida ven las carencias, porque en el fondo es gente con un dominio enorme de la psicología, y se aprovechan de esto. Lanzan el anzuelo. Vas diciéndole sin darte cuenta lo que buscas, y el otro te lo da, te lo da porque le da lo mismo además, porque lo que está haciendo es adoptar un personaje para ti. Pero te lo crees. Imagino la sensación de felicidad de alguien que está muy solo y de pronto tiene esta impresión de haber encontrado lo que tanto anhelaba. De algún modo también nos predisponen todas las canciones románticas, todas las novelitas románticas a esa búsqueda del gran amor. La mayoría de la gente lo busca. Me pareció tremendamente perverso como lo usan y terrible como la víctima es puesta en evidencia.
P.–Incluso puedes morirte de amor, porque al final lo que a esta pobre mujer le pasa con la desaparición de su Julio no es más que eso.
R.–Sí, sí, porque se sobreentiende que se muere del corazón roto. La mente le rompe el corazón. En el fondo nunca se podrá decir que haya sido él, pero le rompió el corazón y el síndrome del corazón roto se sabe que existe, que el cuerpo reacciona, el corazón reacciona a este dolor. Lo decía así muy sutilmente apuntado y cada uno que saque sus conclusiones.
P.–Me parece fascinante todo el ambiente que rodea a la familia, la casa, todos los descendientes del indiano, del negrero, la relación que tiene Lola con su hermana. No sé exactamente dónde ha encontrado esta inspiración.
R.–Tampoco yo sé de dónde viene realmente. Sacas de todas partes, de tu familia, de otras que conoces... es un tema que siempre me ha interesado mucho. Me encanta cuando conozco gente, conocer a su familia también, porque a veces ves a los padres y dices: ahora lo entiendo todo. No sé, incluso los tics que tenemos, las manías, formas de hablar, palabras, eso que hemos ido sacando de nuestro entorno. Todo esto creo que se ha ido mezclando en esa casa, en las relaciones entre hermanas, porque tenemos la generación de Lola y su hermana y la de las hijas, que son dos formas distintas de ser hermanas, que creo que también hay muchas maneras posibles de convivir. Tienen que estar además con una gran ausencia de por medio, es algo que me interesa muchísimo. Creo que por eso me gusta tanto estar escribiendo esta serie. Es algo que a mí me fascinaba siempre y me sigue fascinando, cómo gente que tú conoces muy bien, se transforma en cuanto están delante de sus padres.
P.–Hablaba antes de la ausencia del hermano, de Marc, pero también está presente de otra forma en la novela. Se percibe en esa obsesión que tiene Lola por mantener su cuarto como un mausoleo, en Mateo, que va a hablar con él al cementerio...
R.–Sí, está siempre en la memoria de ellos, constantemente. Cada uno lo lleva a su manera. También es una novela en la que vas viendo cómo afronta el duelo cada uno de ellos, y además un duelo más difícil porque es un duelo prematuro. El de los hijos cuando fallecen los padres es duro, pero era de esperar, porque sabes que es así, que es el orden. En cambio el duelo por Marc es mucho más complicado, porque es muy difícil perder un hijo o un hermano. Él está siempre ahí, porque, además, su muerte tuvo que ver con la agencia. Además el miedo que tienen los padres a que a los hijos les pase algo se acrecienta cuando a uno ya le ha pasado, porque ves a los otros mucho más vulnerables, más frágiles, sabes que puede pasar, ahora ya no es sólo la teoría.
P.–Después de entregar una novela, de separarse de esos personajes con los que se encariña, ¿no se queda un poco vacía? ¿Cómo es ese proceso de rellenado?
R.–Totalmente, por eso intento, entre otras cosas, leer muchísimo, entro en una fase de hambre, de ver exposiciones, de ir al cine, de leer, porque además tu cabeza ya está buscando el proyecto nuevo. Normalmente cuando estoy en la fase final de una novela ya se van dibujando otras posibilidades para después;ahora viene el momento de escoger, porque sabes que a lo que elijas le vas a dedicar mucho tiempo. ¿Cuál es el que urge, cuál es el que está ahí realmente pidiendo ser el elegido? Tengo una idea que hace un tiempo que está como cogiendo forma, voy tomando notas, y veo que sí, que se dibuja, que es como cuando hacías una polaroid y poco a poco iban apareciendo los contornos, entonces ya casi estoy convencida de que va a ser esta historia la que voy a escribir, porque también las lecturas se reorientan poco a poco, es como que te vas orientando hacia ahí, porque lo que vas leyendo te va aproximando a ello. Es un momento maravilloso.
P.–Una vez que ya define la ruta, ¿sabe perfectamente cómo va a encajar todo o se lanza a escribir y el río de la propia historia le va llevando?
R.–Prefiero tener una idea muy básica, pensando que va a ir de esto, va a empezar aquí y creo que va a llegar ahí. Voy tomando notas de hitos que pienso que la historia va a contener, porque son importantes para llegar a ese punto, pero no hago esquemas detallados ni nada. Me gusta lo de ir escribiendo y después que vayan apareciendo ideas sobre la marcha, pensando que quiero llevar la historia a ese punto.
P.–¿Pero la meta la tiene clara?
R.–La meta la tengo clara, aunque la puedo cambiar después, porque las historias a veces toman otro curso a medida que las desarrollas. Pero sí tengo el punto de partida y el punto de llegada.
P.–En la faja de este libro no hay ningún anuncio de final de tetralogía, con lo cual...
R.–Yo me quedo calladita con esto, porque ya tengo la idea para la quinta entrega. Me he dicho, ya has demostrado que tienes poca palabra, así que tú no digas nada.
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