Ese rostro que andamos sobando en los dineros...
El catedrático José Manuel Lucía Megías explicó en Cádiz la curiosa historia del retrato robot de Miguel de Cervantes
ODOS creemos tener en la memoria una imagen del verdadero Miguel de Cervantes: no en vano su cabeza ha ilustrado desde el siglo XIX los billetes de cien y mil pesetas y hoy en día sigue rodando en nuestras monedas de 10, 20 y 50 céntimos de euro. ¿De dónde sale esa imagen que andamos siempre sobando entre las manos?
De esto y mucho más vino a hablar, dentro del ciclo de Homenaje a Cervantes de la Real Academia Hispano Americana, José Manuel Lucía Megías, catedrático de la Universidad Complutense que este año ha comisariado la exposición cervantina de la Biblioteca Nacional, ha publicado La juventud de Cervantes (primer volumen de una trilogía biográfica en EDAF) y es un reconocido experto en iconografía cervantina.
En el salón de plenos de la RAE cuelga desde 1911 un supuesto retrato de "don Miguel de Cervantes". Sobre el lienzo aparece la fecha, 1600, y la autoría: Juan de Jáuregui, que era el retratista oficial de los famosos del siglo XVII. Este cuadro fue "casualmente" encontrado por José Albiol, un profesor valenciano de Bellas Artes que lo donó a la Real Academia Española en 1910. El cuadro fue presentado a la prensa por el marqués de Pidal, director de la RAE, en estos términos: "Señores periodistas: tienen aquí el verdadero retrato de Cervantes. Quien considere lo contrario, ni es español ni es patriota".
Gluuub, se dirían ellos. Puajjj, se dirán ustedes. Y blufff diría la historia: Cervantes nunca fue retratado por Jáuregui, porque en 1600 Cervantes no era famoso (ni siquiera había publicado el primer Quijote), porque en vida nunca tuvo el derecho social a usar el "don", porque la caligrafía en que se escribieron esas leyendas es posterior a la de 1600, y porque, en fin, el cuadro era y es una falsificación en toda regla. O dicho de otra manera: una ilusión de tipo nacionalista en un momento en que España se restañaba las heridas del Desastre del 98 y buscaba señas positivas de identidad.
¿De dónde sale, entonces, la imagen que tenemos de Cervantes? Pues de Cervantes mismo. En el prólogo de las Novelas ejemplares (1613), a falta de retrato en la portada hecho por Jáuregui, el habilidoso don Miguel decidió pintarse con palabras:
«Éste que veis aquí, de rostro y de nariz corva, aunque bien proporcionada; las barbas de plata, que no ha veinte años que fueron de oro, los bigotes grandes, la boca pequeña, los dientes ni menudos ni crecidos, porque no tiene sino seis, y ésos mal acondicionados y peor puestos, porque no tienen correspondencia los unos con los otros; el cuerpo ni grande, ni pequeño, la color viva, antes blanca que morena; algo cargado de espaldas, y no muy ligero de pies; éste digo que es el rostro del autor de La Galatea y de Don Quijote de la Mancha [...] Llámase comúnmente Miguel de Cervantes Saavedra. Fue soldado muchos años, y cinco y medio cautivo, donde aprendió a tener paciencia en las adversidades. Perdió en la batalla naval de Lepanto la mano izquierda de un arcabuzazo, herida que, aunque parece fea, él la tiene por hermosa, por haberla cobrado en la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos.»
Este curioso retrato verbal es el que ha dado lugar a toda la iconografía cervantina. En efecto, cuando lord Carteret encargó la primera edición de lujo del Quijote, le propuso al pintor inglés William Kent que pasara a dibujo el retrato de palabras que figuraba al frente de las Novelas ejemplares: de ahí que el grabado que abre el Quijote de J. y R. Tonson (Londres, 1738) se titule Retrato de Miguel de Cervantes Saavedra por él mismo.
Lo único que hizo Kent fue prescindir de los detalles realistas que daba Cervantes: nos lo presenta con la boca cerrada (de modo que no tenemos por qué imaginarlo con seis únicos dientes) y en una postura donde no se percibe una espalda deforme. El por qué Cervantes dio detalles de tipo jocoso y feísta puede estar a medias entre la literatura picaresca y la historia: propias de la época eran las descripciones minuciosas de los cautivos que se redimían pagando su rescate a los piratas de Argel.
Este dibujo de Kent es el que está detrás del que hizo José del Castillo para la edición del Quijote de Ibarra en 1780: un busto orlado como los que se habían prodigado, en vida, en las obras de Lope de Vega, retratos que desde el siglo XVI servían para crear una imagen de firma prestigiosa y para diferenciar las ediciones legales de las piratas (que no solían llevar retrato).
En el siglo XIX la imagen de Cervantes se va confundiendo con la de don Quijote, y don Quijote, a su vez, pasa a ser considerado como un símbolo universal de la condición humana y del carácter español. En este sentido cabe interpretar otra imagen "mítica" de Cervantes. Nos referimos al cuadro de Eduardo Cano de la Peña (1823-1897) que se titula Cervantes y don Juan de Austria (1860), del que hay un original en el Museo del Prado y otro en el Museo de Cádiz. En él se puede ver cómo don Juan de Austria, el Capitán General de España en Lepanto, visita en su lecho de convaleciente a un Miguel de Cervantes imposible, porque el de la imagen es un noble anciano, tipo Alonso Quijano/don Quijote, que no se corresponde para nada con el veinteañero que luchó en Lepanto como soldado bisoño. En este caso, la fecha del cuadro se inscribe en el contexto de la España isabelina: la que, en torno a la Guerra de África que España ganó en 1859-1860, hace de Cervantes un referente heroico y racial: el Manco de Lepanto. En esa línea tenemos el nacimiento del cervantismo "oficial", cuando en 1861 la Real Academia Española decreta celebrar el 23 de abril como día nacional del libro.
De otras muchas cosas habló Lucía Megías en torno al mito Cervantes. Pero la peregrina historia de cómo se dilapidó una fortuna en la búsqueda de sus huesos en el convento de las Trinitarias, deberá quedar para otro día. Quede también para otro día por qué nadie retrató a Miguel de Cervantes con gafas, cuando consta que las usaba.
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