Sarcófagos fenicios y realismo mágico gaditano
el pastillero
Aunque descansaba bajo su casa, Pelayo Quintero no descubrió a la Dama de Cádiz ni intuía que existía: una creencia que ha pasado al imaginario de la ciudad gracias a la ficción
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HABÍA en Cádiz un arqueólogo obsesionado con la existencia de un magnífico sarcófago de tiempos de los fenicios, y quiso la suerte que fuera a construir su casa sobre sus restos. O no: levantó una finca a las afueras de la ciudad, pero soñaba con una mujer misteriosa; o lo que veía era su fantasma, al estar enterrada bajo sus pies. O quizá fue él mismo el que la desenterró. “La creencia general es que fue Pelayo Quintero el que encontró al sarcófago femenino. Pero es que yo he llegado a escuchar que Pelayo Quintero llegó a descubrir los dos sarcófagos, también el masculino, que fueron localizados con 100 años de diferencia”, comenta al respecto el historiador Manuel Parodi, autor de la biografía sobre el arqueólogo publicada por Almuzara. Esa es la naturaleza de los mitos, hidras de muchas cabezas: que Pelayo Quintero hubiera intuido, o señalado, o descubierto, la existencia del sarcófago fenicio bajo los pilares de su casa es una creencia metida ya a fuego en el imaginario gaditano.
Frente a la fantasía, Parodi aporta los datos: “El sarcófago masculino aparece en 1887 en la zona de la Punta de la Vaca, cerca de la zona de Astilleros, por la carretera industrial, en el contexto de las obras que se estaban haciendo –explica–. Ahí aparece una necrópolis fenicio-púnica en la que la perla es el sarcófago masculino”. La explosión de 1947 lo fosfatinó todo.
El sarcófago femenino, por su parte, apareció debajo de la que había sido casa de Pelayo Quintero en 1980, un nombre que puede considerarse “el padre de la arqueología gaditana, ya que fue el primer arqueólogo que trabajó de forma sistemática en la provincia y fue responsable de su patrimonio. A él le debemos cosas como la actual Plaza de España y el actual Museo de Las Cortes, o las lápidas conmemorativas que hay en la fachada del oratorio de San Felipe Neri”.
“Hay quien dice que Pelayo Quintero realmente sabía que ahí había algo, pero la finca estaba repartida entre dos, un médico y él:podía estar en la zona del médico –continúa Manuel Parodi–. Yo no tengo datos objetivos para decir que tuviera la más mínima pista o intuición sobre la existencia de unos restos en esa zona para decir que construyó su casa a propósito. Además, era una persona muy meticulosa, lo hubiera registrado en algún sitio, comentado en alguna carta... En ausencia de datos, no se puede decir nada”.
Sin embargo, que la casualidad quisiera que uno de los más célebres hallazgos arqueológicos gaditanos descansara, precisamente, bajo los pies de Pelayo Quintero, es un detalle demasiado jugoso como para no hacer literatura con ello: y así lo han hecho tanto Quiñones, como Paz Pasamar, como Benítez Reyes, que han contribuido de alguna forma a fijar el mito.
Los sarcófagos gaditanos han entrado en el mito antes que en la historia", apunta Manuel Parodi
Y es que, como afirmaba Martin Sheen en The Good Fight: “Relato mata a dato, SIEMPRE”. “Aristóteles decía que, en la lucha entre poesía e historia (creación y testimonio), era superior la poesía, porque creaba realidades nuevas –indica Manuel Parodi–. Sin lugar a dudas, los sarcófagos gaditanos han entrado en el mito antes que en la historia, forman parte de la leyenda de la mano de tres monstruos de nuestras letras: cómo vamos a dudar”. Cómo vamos a dudar, si además es tan bonito, quillo.
Entre tanto enjambre mítico, la realidad de Pelayo Quintero fue bastante más contundente y su recuerdo, igual de brumoso. Tras haber ejercido como máxima autoridad en el campo de la cultura y la arqueología de la provincia, al finalizar la Guerra Civil y con 72 años, fue trasladado al Protectorado de Marruecos para organizar el Museo de Tetuán, “quedó transterrado en África y olvidado en Cádiz”. Su memoria se perdió hasta tal punto que, “a mediados de los 90, dedicándome a la arqueología, con especial interés en la arqueología del norte de África, donde la gran eminencia era el catedrático Enrique Gozalbés, escuché hablar por primera vez de la figura de Pelayo Quintero y, conforme más sabía, más coraje me daba que nadie lo conociera”.
Dedicada de forma especial a la conservación y puesta en valor del patrimonio gaditano, la vida de Pelayo Quintero –afirma Parodi– bien merece una novela, con o sin elementos ultraterrenos en ella. Pero, desde luego, ya es imposible pensar en cualquier ficción al respecto sin incluir a la ilustre momia, cuyo hallazgo terminó convirtiéndose en un ejercicio, nunca mejor dicho, de justicia poética con quien no la descubrió.
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