Las secuencias del alma

Crítica de arte

La fotógrafa jerezana Ágata Sandecor realiza en su exposición de la Sala Rivadavia de Cádiz una especie de viaje interior, un relato intimista; quizás, de una experiencia acontecida, presentida o soñada

Así fue la apertura de la exposición

Visitas guiadas a la exposición de Ágata Sandecor

Algunas de las imágenes que Ágata Sandecor muestra en la Sala Rivadavia de Cádiz

Me gusta mucho que la fotografía asuma, ya, la potestad que nunca debió perder, que plantee esa normalidad estructural que perdió por las sinrazones de los que sólo aportaban incongruencia a una realidad artística que merecía mucho más y únicamente ofrecía lo poco que le dejaban los intereses de tantos embaucadores artísticos como manejaban el cotarro de la plástica contemporánea. Han sido tantas las desafortunadas actuaciones en torno a una manifestación que le costó siempre muchísimas buenas proposiciones para estar en su adecuado estamento, ese que debió conservar y que, cuando la realidad es favorable, no deja nada más que ofertar lo que en todo momento debió de ser. La obra de Ágata Sandecor nos hace participar de los afortunados postulados de una fotografía que se abre a los esplendores máximos del arte contemporáneo. Nada más y nada menos. Porque la creación actual plantea las propuestas de unas actuaciones que no se pierden en espacios estancos ni en fronteras limitadas por esquemas de una dialéctica que no es afín nada más que a las mentes interesadas para potenciar sus egocéntricas formulaciones.

Ficha

Ágata Sandecor.

Sala Rivadavia. Cádiz

La fotografía de Ágata Sandecor no se queda en meras argumentaciones de acertados postulados artísticos, en correctas posiciones de una fotografía rigurosa en sus planteamientos técnicos. ¡Estaría bueno que no fuese así! Claro que estamos acostumbrados a que ni eso, a veces, se da ni siquiera en los que se consideran expertos. La fotografía de Ágata Sandecor parte de lo más obvio, de aquello que es consustancial con la verdad fotográfica, con el uso adecuado de los mínimos técnicos para que la corrección impere y no comparezcan tantos desafortunados desenlaces a contracorriente.

Ágata Sandecor, en esta exposición, realiza una especie de viaje interior; un relato intimista; quizás, de una experiencia acontecida, presentida o soñada. Su fotografía nos introduce en una historia secuenciada, con claros elementos donde se suceden episodios vividos o, simplemente, imaginados, que comparten estados representativos con escenarios de profundísimo carácter pictoricista o de sumo desarrollo plástico. Su fotografía realiza una introspección al alma humana. Parece como si existiera una realidad de connotaciones no excesivamente felices que atormentan el espíritu y sume al personaje en las profundidades de un mar de dudas, de misteriosas angustias, de problemáticas que ahogan la existencia. Por esas aguas abisales donde el alma sucumbe van apareciendo restos de ese naufragio interior que, quizás, en un momento dado, puedan ser elementos salvadores para salir de las profundidades agónicas producidas por la existencia humana.

La obra de la fotógrafa jerezana es una película estática; una realidad plástica secuenciada que, sin embargo, posee un gran poder descriptivo. El agua, con su determinante formulación plástica y simbólica; las flores inundando de potencial cromático las escena; la belleza enigmática de la modelo sumergida; todo, en definitiva, prolongando un episodio de realidades evocadas. Estamos ante un conjunto de imágenes que desarrollan, con contundencia formal, el verismo mágico de la gran fotografía; esa que perdura y que magnifica los perfiles de una representación bien posicionada en todos los aspectos.

Comienza el programa de la sala Rivadavia con un buen proyecto. El espacio expositivo de la Diputación de Cádiz siempre se ha caracterizado por el rigor. Lo llevamos viendo desde hace más de dos décadas. La diversidad de lo allí presentado nos muestra los caminos dispares de un arte abierto donde tiene cabida lo bueno. Esta exposición de fotografía lo atestigua claramente. La obra de Ágata Sandecor no sucumbe a los pobres planteamientos de esa fotografía adocenada que tanto mal ha causado a un modo de expresión que, cuando es bueno, desarrolla los ilimitados argumentos del mejor arte. En esta muestra encontramos el espíritu de la gran fotografía; la que cuenta historias, la que descubre los recovecos del alma, la que provoca emoción, la que abre las perspectivas de una plástica en absoluta dimensión artística.

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