El tema de nuestro tiempo

El tema de nuestro tiempo
El tema de nuestro tiempo
Manuel Gregorio González

01 de agosto 2012 - 05:00

Georg Simmel. Prólogo de Mª Jesús Godoy. Espuela de Plata. Sevilla, 2012. 360 págs. 20 euros.

Dos rasgos singularizan la obra de Georg Simmel: su curiosidad ecuménica y un abundante uso de la metáfora y el símil. Esto mismo -la varia curiosidad de las cosas del mundo- podría decirse de Voltaire, Alfonso X, Montaigne, Leonardo o el obispo Guevara. Sin embargo, en Simmel concurren el desaforado apetito de lo nuevo y un sutil avizoramiento de las profundas aguas de la Historia. Digamos que Simmel, formado en las categorías de Kant y el dialectismo de Hegel, se malogra gozosamente por la sociología. Lo cual equivale, a primeros del XX, a ocuparse de otro ámbito paredaño a éste: la psicología de Freud y Charcot, y en consecuencia, la abismática sima del hombre moderno.

Cualquier lector de Ortega está ya familiarizado con este modo de proceder, a un tiempo vertebrador e invertebrado. Más que el prurito filológico de Nietzsche o la fenomenología de Husserl, en Ortega priman la ambición explicativa y el caudal metafórico, tan evidentes en Simmel. Es muy conocido el tropo de Ortega que vincula la existencia humana a la flecha lanzada al aire por un arquero: mientras ésta vuela, mientras aquella vive, ambas ignoran su destino. Eso mismo es lo que, a través de numerosos temas, aborda Simmel en las presentes páginas: la naturaleza de la moda, del arte, de la feminidad, "el malestar de la cultura", la cuestión religiosa, el aventurerismo que atravesaba del siglo, la significación de las ruinas, una aproximación a la coquetería, sendos análisis de Miguel Ángel y Rodin, una pequeña teoría del asa, a modo de metáfora protuberante de las capacidades humanas... Por otra parte, en Simmel, excelente divulgador y proto-periodista, está todavía la cuestión del alma y la insularidad metafísica que orillará, poco después, el existencialismo. Aún así, es su extraordinaria voracidad filosófica, más el notable alcance de sus inquisiciones, lo que lo convierte, al modo baudeleriano ("Hipócrita lector -mi semejante-, ¡mi hermano!"), en nuestro estricto contemporáneo.

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