La vida exagerada de Edgar Allan Poe
Aniversario El autor del misterio
Hoy se cumplen los doscientos años del nacimiento del escritor norteamericano de vida 'folletinesca' y autor de libros como 'La caída de la casa Usher' o 'El cuervo'
Edgar Allan Poe nació en Boston, el 19 de enero de 1809. Sus padres, David y Elizabeth Poe, se dedicaban al teatro y quizás eligieran el nombre del retoño en homenaje al Rey Lear de William Shakespeare, incluido en su repertorio. Será casualidad, pero el Edgar shakesperiano parece anunciarnos, con dos siglos de antelación, a su homónimo norteamericano cuando proclama, antes de la caída del telón: "Nosotros llevaremos todo el peso de estos tiempos tan tristes y diremos lo que nos dicte el corazón, no lo que deberíamos decir. Los más viejos han soportado más. Nosotros que poseemos la juventud, nunca veremos tanto, ni viviremos tanto tiempo...". En breve: David Poe desapareció un buen día, abandonando a su esposa con dos niños y encinta; la tuberculosis, el más poético de los morbos, se llevaría a Elizabeth unos años después, y su progenie fue repartida entre distintas familias. Edgar fue acogido, pero no adoptado, por un matrimonio virginiano sin hijos, los Allan. Creció en Richmond (Virginia), en el Sur profundo, rodeado de un rico patrimonio de leyendas similares a cuantas luego le sugerirían las musas.
De John Allan, un comerciante entre cuyas mercancías a veces se contaban los esclavos, recibió el apellido y el sustento; de Frances Allan, un cariño absoluto, sin mácula. En su niñez, entre 1816 y 1820, vivieron un período en Escocia, otra tierra fértil en historias al borde del abismo; también en Londres. Hasta aquí, todo bien. No obstante, de vuelta a la patria, el navío familiar empezó a hacer aguas. Menudean los desencuentros con su padrastro, llamémoslo así. Míster Allan querría hacer de él un comerciante o un abogado, pero él sueña en verso y está ya escribiendo sus primeras composiciones a la manera de Lord Byron. Si atendemos a la rumorología, su carácter enamoradizo y desequilibrado se manifestó a edad muy temprana. Cuentan que a los catorce se enamoró perdidamente de la madre de un compañero, dieciséis años mayor que él; ese mismo rumor quiere que, al morir ella al año siguiente, el chico aprovechara el manto de la noche, y la discreción de las brujas, para visitar la tumba.
En la Universidad hizo lo que todos: participar en timbas asiduamente, meterse en jaleos a la mínima oportunidad y beber como un energúmeno. Así las cosas, el padrastro se negó a costearle los estudios, y él a plegarse a sus designios. A los dieciocho años, abandona el hogar. Antes de nada, publica su primer poemario, Tamerlán y otros poemas; a continuación, se alista en el ejército bajo nombre falso y mintiendo sobre su edad. El ingreso en la Academia militar de West Point lo reconcilió de manera pasajera con Mr. Allan, pero murió la buena de Frances, el viudo se casó en segundas nupcias, tuvo hijos legítimos y puso tierra por medio entre él y un joven, a sus ojos, doblemente bastardo. Poe decidió provocar su expulsión de West Point, sin escándalo, ausentándose de las clases y los oficios religiosos.
Decidido a vivir de la literatura, se traslada a Baltimore para vivir con una pariente, la tía Clemm. Decide probar suerte con la narrativa fantástica, siguiendo modelos europeos como Horace Walpole o E.T.A. Hoffman, más agradecida por periódicos y revistas. Su primer relato, Metzengerstein (1832), es la obra de un narrador poderoso y visceral. Con Manuscrito hallado en una botella (1833) gana un premio de 50 dólares, y consigue aumentar el número de sus colaboraciones en prensa. No se da tregua, en ningún sentido. En casa de tía Clemm, y en la persona de su prima Virginia, encuentra una nueva razón para sus desvelos; la pareja se casará en 1835, contando él veinticinco años, y ella trece, lo que dará pábulo a interpretaciones psicoanalíticas de variado jaez. Desmintiendo la moraleja convencional, Edgar y Virginia no fueron felices ni comieron perdices. El escritor alternó períodos de recogimiento y sobriedad con otros de abandono al alcohol y al opio, otro ingrediente regular en su dieta.
A los momentos de lucidez siguen los de extravío, y a éstos los de desesperación. Poe escribiría, entonces, estas desgarradoras líneas a un amigo: "Consuéleme, pues usted puede hacerlo. Pero que sea pronto… O será demasiado tarde. Escríbame inmediatamente. Convénzame de que vivir vale la pena, de que es necesario". Como en los versos iniciales de El país de los sueños (1844), el escritor camina "por un camino oscuro y solitario, / frecuentado sólo por ángeles malos". En busca de un mercado mayor, se traslada con Virginia y tía Clemm a Nueva York, para continuar luego hasta Filadelfia. Son tiempos funestos, de cielos plomizos y penurias económicas, pero de una desbordante creatividad; son los años de obras maestras como Ligeia (1838), La caída de la casa Usher y William Wilson (ambos de 1839), El pozo y el péndulo (1842), las aventuras de Auguste Dupin, etc.
La Fortuna, como todos saben, carece de tacto. En torno a 1842, cuando Poe está saliendo del hoyo y consolidando su posición en los ambientes literarios y periodísticos de la ciudad, aparece la mancha de la tuberculosis en los pañuelos de Virginia. La enfermedad que mató a su madre biológica, hace de su esposa una moribunda. Poe se desespera y despeña por las pendientes del exceso, y busca consuelo u olvido en la botella de ron y las vaharadas del opio. No cumple sus compromisos profesionales y, para empeorar las cosas, protagoniza varios inquietantes episodios psicóticos, como la visita a una antigua novia, ahora casada, a quien obligó a cantarle una de sus canciones preferidas. Su producción no se resiente. Al contrario, es tan caudalosa como admirable: ahí están El escarabajo de oro, El gato negro y El corazón delator (todos de 1843) o La verdad sobre el caso del señor Valdemar (1845) y, sobre todo, El cuervo (1845), que lo convirtió en el gran poeta que siempre quiso ser.
La muerte de Virginia, en 1847, le dio el golpe de gracia. El vía crucis vuelve a pasar por borracheras, alucinógenos y la rendición, sin condiciones, a lo irracional. Intentó el suicidio por ingestión de láudano, pero su organismo lo salvó al vomitar la dosis fatal. Las musas, que confían en su depositario, son las únicas en no abandonarlo. La última travesía inicia en julio de 1849. Poe se marcha a Filadelfia, en donde trascurre unas semanas en un estado lamentable. Visita luego Richmond y allí recupera algo de serenidad. Se atreve a cortejar a una novia de juventud, recién enviudada; hablan incluso de matrimonio. El 29 de septiembre embarca hacia Baltimore; aquí debería coger el tren para Filadelfia. En este punto, sin embargo, se abre un vórtice de cinco días vacíos, en los que Poe deja de existir para el mundo. Cuando reaparece, hecho una piltrafa en una taberna de mala muerte, ha empezado precisamente eso: una mala muerte que se consumará el 7 de octubre siguiente. Sus últimas palabras fueron: "Que Dios ayude a mi pobre alma"; una guinda de mesura en una vida de exageraciones.
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