Las Niñas desatan la fuerza del 'clásico' levante
'El viento es salvaje' en el Falla
La compañía gaditana capitaneada por Ana López Segovia cierra la temporada oficial del Falla con tres funciones de ‘El viento es salvaje’
Cádiz/En la oscuridad del pasillo donde cada noche de aquel verano salvaje se cruzan Mariola y Juan de Dios, entre sofocos y sudores (que no existen pero que casi podemos oler), el marido de su amiga (¡qué digo amiga, hermana!) le va haciendo el recuento de libélulas muertas que han aparecido en la azotea. Mariola, como las libélulas hembras, que fingen la muerte para evitar el apareamiento con el macho, hace un quiebro, noche tras noche, a las insinuaciones del hombre que ha engendrado a su verdadero objeto de deseo, Juandesito, que se descalza en la habitación contigua inundando la escena de testosterona para tormento de la pobre Mariola (de la pobrecita Mariola, qué mala suerte tiene) acorralada entre los dos hombres de su mejor amiga Vero, la que le ha dado hasta su sangre. ¿Pero qué puede hacer si volvió a saltar el levante (lo dicen las libélulas y los sofocos y el escay del sofá pegado a los cuerpos) desatando las pasiones y sellando su destino y el de Vero?
Mariola y Vero o, lo que es lo mismo, dos clásicos aireados por el viento más temible de Cádiz (su perdición pero también su bendición, dice la sabiduría popular). Mariola y Vero, Fedra y Medea tamizadas por la cadencia de Cádiz, que rima en octosílabos y que abre los brazos al realismo mágico como si el mismo García Márquez la hubiera imaginado. Mariola y Vero, Teresa Quintero y Alejandra López Segovia, cincuenta por ciento de Las Niñas de Cádiz, en estado de gracia. Ellas y el otro cincuenta, Rocío y Ana López Segovia, mente maquinadora de esta tragicomedia a la gaditana que, como el levante, llegó al Falla por tres días para arrasar con todo.
Con todo porque hay de todo en esta pieza de la compañía gaditana merecedora de un Max, que ahonda y mejora la línea dibujada en su anterior trabajo, Lysístrata. Y es que en su sencillez (carece de escenografía y de apenas atrezzo) El viento es salvaje, con un magnífico texto en manos de unas grandes actrices, es capaz de convencernos de que una chica de barrio pidiéndole al Medinaceli es una heroína clásica frente al templo de Afrodita o frente a un oráculo, o que el oscuro coro de tragedia grecolatina (de esos que siempre anuncian la desgracia) puede erigirse como el más efectivo elemento cómico para romper esa misma tragedia.
Y el verso. El verso con su candencia, marcando el ritmo, sin tregua, haciendo cómplice del propio texto a un público como el gaditano, doctorado en los remates, y trabajado por cuatro actrices que manejan a la perfección la temperatura de la declamación, que se aligera cuando busca los mimbres carnavaleros, que al minuto se torna importante cuando se encuentra con la ampulosidad del clásico, que se desgarra cuando es cantada en una copla...
Esta historia funciona porque las actrices hablan en varios códigos, en todos los que escribe su dramaturga, que ha sido capaz de crear un relato universal sobre la suerte, sobre lo que decidimos hacer con ella y qué margen de decisión nos queda ante la inexorabilidad del destino cuando entran en juego las pasiones. Y más, si salta el levante.
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