El caso de las WITCH: la Conspiración Terrorista Internacional de las Mujeres del Infierno y los jipis del momento

el pastillero

Entre hechizos y boutades, el grupo contracultural surgido en la noche de Hallowe´en de 1968 atacó muchas de las opresiones por sexo que siguen vigentes

Un mundo embrujado

Una de las pocas imágenes que se conservan de un acto de las WITCH.
Una de las pocas imágenes que se conservan de un acto de las WITCH. / D.C.

Un conjunto de señoras locas (y peligrosas). Esa, añadiendo condenación de almas y algún macho cabrío a la escena, sería a fin de cuentas la conclusión de cualquier prende hogueras del barroco ante la visión de un llamémoslo akelarre, llamémoslo reunión, llamémoslo conciliábulo.

La primera frase encierra una reiteración, ya que todas las señoras locas son peligrosas: nadie las controla y tienen poco que perder. Gran parte de esta línea era la que seguían las WITCH, uno de los muchos grupos contraculturales que surgieron en los años 60 y que se caracterizaba por sus inusuales puestas en escena, lanzando hechizos, gritando, quemando cosas. Se las ve completamente fuera de tiesto, en no más de un puñado de fotografías en blanco y negro y granuladas, dignas de la hemeroteca más oscura de la década –la editorial La Felguera ha hecho una edición reciente, WITCH. Comunicados y hechizos, con los textos y el material gráfico disponibles–. 

Muy apropiadamente, WITCH nació como grupo activista en la noche de Halloween de 1968. Las siglas son el acrónimo en inglés de la Conspiración Terrorista Internacional de las Mujeres del Infierno –pero eran bastante flexibles al respecto: un Día de la Madre, uno de los grupos pasó a llamarse Women Infuriated at Taking Care of Hoodlums (Mujeres Enfurecidas al Cuidado de Impresentables)–, y su iniciativa prendió en varias agrupaciones en de distintas ciudades estadounidenses.

Las WITCH tenían razón en muchas de sus reivindicaciones, pero estaban, por supuesto, como unas maracas. Cercanas en un principio a otro grupo de guerrilla de la época (los yippies), su primer acto reivindicativo tuvo lugar precisamente contra el proceso a los Ocho de Chicago. A partir de ahí, y orientadas hacia un feminismo radical, comenzaron a llevar a cabo sus propias propuestas. Se llamaban brujas considerándose herederas de un culto que venía de tiempos paganos –algo de lo que no hay evidencia histórica– y se autoproclamaban “responsables del ritual secreto de la marihuana, el cual ahora ha subvertido a gente de toda América llevándoles a volar”. Ajá.

Las WITCH hacían de la provocación su arma, pero tenían muy claro qué era lo que pretendían: “La liberación de la mujer a través de la destrucción radical del patriarcado como superestructura cultural”. Al menos, sabían más de feminismo que las últimas ministras de Igualdad. 

Mientras llegaba el ansiado catacroquen, ellas se encargaban de ir abriendo grietas. Una de ellas se paseó desnuda en un acto de Playboy llevando una bandeja con una cabeza de cerdo. Hicieron hechizos públicos contra la United Fruit Company. Pusieron mechones de pelo y uñas en el departamento de Sociología de una universidad cuando echaron a una profesora feminista. Sabían que las compañías quieren trabajando a eternas chicas, no a mujeres; y veían el matrimonio como una “institución deshumanizadora”, aunque tampoco compraban la revolución sexual, “que vendía la opresión con otro nombre”. 

De entre todas sus acciones, me resulta especialmente evocador su afán por reventar ferias nupciales (tenían una ceremonia de la ‘no boda’): unos encuentros que resumían para ellas el evento alienante por definición para las mujeres (“siempre novia, nunca persona”), y que envolvían en tul una condena de soborno y anulación.  

El recorrido de las WITCH fue corto, significativo y agridulce: les bastaron dos años para constatar que su reivindicación por la liberación de las mujeres las dejaba bastante solas, incluso entre los que hoy día llamaríamos “aliados” –en su último comunicado, se despiden también de la “falsa izquierda”: “Las mujeres –dicen– somos la verdadera izquierda”–.  

“Si eres mujer y te atreves a mirar dentro de ti, eres una bruja –aseguraban para explicarse a sí mismas–. Te vuelves bruja siendo mujer no dócil, enfadada, alegre e inmortal”.

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