Tribuna Económica
Joaquín Aurioles
Inventarios de diciembre (4). Desigualdad
Vale, así no es la canción. Pero qué más da, nadie se va a dar cuenta. Con los calores las neuronas entran en letargo y Sánchez lo sabe, pues en un país como el nuestro, el verano es difícil. Esperemos que los votos no sean como los espejismos en la carretera sedienta. Por estos lares hemos pasado olímpicamente del camino correcto, no estamos siempre adelante ni podemos, y parece que confluir se confluye, pero con mucho trabajito. A ver , a ver. Y una que es de letras puras no puede mencionar a Feijóo sin evocar a los clásicos, qué pereza, y me entra mucho más calor. Yo qué sé. No sé ustedes, pero no veo claro el horizonte, será el poniente, será el levante, será la presbicia. La cuestión es que otra vez estamos en campaña, otra vez debates, otra vez encuestas, otra vez papeletas y otra vez esta sensación de profundo estupor cuando se nota, vivamente, algo que nos tira en la espalda, las muñecas, los tobillos y el corazón: somos títeres, no se engañen, aunque no se aprecien bien los hilos sobre el fondo negro en el que actuamos y sobrevivimos. Entre reflexión y reflexión, caí de bruces ante el televisor y ahí estaba él, como macho de la pradera a caballo siempre, aunque lo haya dejado aparcado, camisa blanca almidonada, vaqueros muy ceñidos y chaqueta desafiante, y es que tiene barba, vaya argumento, como diría María Gómez, nuestra ilustradora más ilustre, en una de sus obras muestra un cerebro que huye y un corazón que quiere quedarse sólo por la barba. Y ahí me vi, perpleja, café en mano, ante un animal político como los demás que están a punto de gobernarnos, defendiendo unas ideas muy claras de una forma tan vehemente que asusta. Con contundencia afirmaba que la violencia, violencia es, sea de género, génera o génere, y que las estadísticas de muertes “domésticas” (qué aberración, ¿domesticar a la muerte?) debían modificarse y llamarlas asesinatos de personas, aunque esas personas casualmente, ironía, sean mujeres que han sido víctimas de un proceso de maltrato psicológico que no se ve, que no se tiene en cuenta, un calvario previo que hunde sus raíces en un machismo original, como el pecado, del que no conseguimos salir por mucho que nos bauticemos en aguas moradas. Y ahí, con su barba, y su carisma indudable, paradójicamente siembra la duda en muchas personas de mi entorno. Nos engaña, como todos. Pero Abascal: las muertes de mujeres son asesinatos, sí, pero muy especiales, y estos asesinos merecen un tratamiento especial, quizás de prevención, desde el colegio, con leyes, con un sistema educativo que erradique conductas que puedan desembocar en muerte. Hay mucha gente muy confusa, desilusionada, perdida, harta, quemada, achicharrada más bien, en un baile de mentiras y fracaso, tierra abonada perfecta para sembrar lo que sea, aunque sean hierbas malas. No sé. Servidora votará. La cuestión a qué, a quién, cómo y para qué, a pesar de las serenatas.
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