Tribuna Económica
Joaquín Aurioles
Inventarios de diciembre (4). Desigualdad
El cabreo universal, por cualquier cosa, está latente, al acecho y aguanta poco el bozal de la contención, y si hemos mirado alrededor los últimos días, por estos lares de Andalucía la Baja, para algunos lenguaraces de palio y faldón, la verdadera tragedia en el mundo es no lucirse en la calle, y despotrican con pasión, precisamente, como si el Todopoderoso fuera suyo y de su grupo cofrade. Y qué quieren que les diga, para una vez que tenemos muestras de que el barbudo omnipotente anda por ahí, también se lo reprochan, vaya tela.
Así somos los humanos, qué le vamos a hacer, por eso Dios opta por pasar bastante de nosotros, por interesados, aunque nos da tregua de vez en cuando: nos ha llenado los pantanos un poco, con un ¡agua va!, mientras se despereza un poco después de su sueño auto inducido, porque qué quieren que les diga, ser Él no tiene que ser fácil, y más de una vez debe estar hasta la cruz de sus hijos caprichosos, impulsivos e imbéciles.
Sí, nosotros, los mismos que rompemos lo que nos regala, y nos destrozamos los unos a los otros, de Oriente a Occidente. Dirán ustedes que vaya blasfemia les está escribiendo esta mujer, sí, y seguro que de los que me leen saben más de todo, incluso de divinidades, que servidora. Pero bueno, no importa. A mí me reconforta pensar que hay una fuerza superior con mal genio de padre que ya no sabe qué hacer con nosotros, eternos adolescentes con soberbia infinita.
Esa parte humana de Dios debe sufrir al vernos crecer en capacidad tecnológica pero menguar en responsabilidad afectiva, por ejemplo. Si de verdad nos hizo a su imagen y semejanza debe tirarse del bigote desesperado cuando arrojamos valores a la basura y jugamos a la guerra sin control destruyendo el hogar propio. No creo que le reconforten los golpes de pecho ni los postureos vaticanos. Ni tampoco es muy probable que a estas alturas le alivien los convites casi nupciales para infantes de comunión con smartphones como regalo estrella.
No sé, creer o no creer, siempre es la misma cuestión. Y que cada uno crea en lo que le de la gana, dirá Él, mientras discutimos con la superioridad moral, ese halo de la más completa estupidez. Los que reniegan disfrazan su miedo de intelectualidad y empirismo consumista, y los muy devotos llegan a convertirse en pelotas odiosos, como aquellas niñas primorosas y malévolas de mi clase de colegio de monjas en el que me inculcaron todo el miedo a la libertad.
De momento reafirmo mi fe en la alegría al pensar que algo debe haber por ahí arriba, llámese Dios, o Nelson como las tormentas huracanadas que han barrido nuestros pecados. Crean en lo que sea, a su gusto y con humildad, y sonrían por dentro como forma de dar las gracias. Eso he intentado estos días lluviosos, en los que, será que hubo un eclipse, he procurado recuperar la esperanza.
También te puede interesar
Tribuna Económica
Joaquín Aurioles
Inventarios de diciembre (4). Desigualdad
Opinión
Carlos Navarro Antolín
El Rey brilla al defender lo obvio
Más allá de lo amarillo
Gloriosos
El parqué
Caídas ligeras
Lo último