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La flota de autobuses urbanos de Cádiz se divide en dos grupos: los vehículos que suben la Cuesta de las Calesas con relativa alegría mecánica y los que lo hacen tartamudeando y dando tantos tirones que el pasajero no sabe si está montado en el Látigo, aquella anticervical atracción de feria, o si va a tener que bajarse y animar al conductor mientras ambos empujan el autobús con intención de llegar a la planicie de la Audiencia. Hipérbole aparte, el nuevo pliego del transporte es tan importante, y va con tantísimo retraso, que da pavor pensar que pueda correr la misma suerte que la eterna concesión del servicio de limpieza. No solo hacen falta nuevos autobuses, menos ruidosos y contaminantes, sino rutas acordes a la ciudad, trayectos que no sean tan largos y que ofrezcan transbordos lógicos. Y lo más importante: implantar de una vez por todas el bonobús mensual, que en conjunto parece que vamos montados en el coche de los Picapiedra.
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