Y de lo mío, qué

01 de junio 2023 - 01:45

Tener abiertos los ojos a un mundo complicado de arreglar es saber de límites, los que se deben imponer a los demás, claro, y de los propios. Es necesario ser conscientes de que no se puede ir por la vida regalando honestidad a quien no conoce ni siquiera el concepto. Quizás abrazar la causticidad más absoluta sea el recurso para sobrevivir y permanecer cuerdos el máximo tiempo posible en este laberinto de mala leche en el que un día, sin pedirlo nacimos, y en el que hay que seguir.

Una de las máximas que mojo a diario en el café es que somos seres egocéntricos. Quizás no estén de acuerdo conmigo, no soy de sentar cátedra, pero a mi edad, aunque estoy lejos de la sabiduría y la templanza, sí me ha dado tiempo a coleccionar agujeros de bala. Por suerte, no han tocado aún ningún órgano vital. Y en un aforismo digo que las cicatrices son advertencias para estar a cubierto ante un tiroteo nuevo: los de palabras, los peores. Y barriendo para casa, en el entorno en el que me muevo, éstas son cuchillas cortantes.

Un amigo ‘literario’ se quejaba airado, no sin razón, y con dolorosa perplejidad de la actitud (no es privativa del mundillo de las letras) que él llama “y de lo mío, qué”. Sí, muy bonito tu libro, pero, ¿cuándo reseñas el mío? Ah, muy preocupante tu enfermedad, pero la mía es peor. Todos queremos laureles, protagonismo mórbido, y nos importa un reverendo pepino el prójimo y sus problemas. Además, está de moda el yo, yo y después yo. Priorizarse uno mismo por encima de todo, y a los demás, que les den.

No sé, pero por mi condición pánfila me cuesta asumir que lo de la empatía es una milonga, que mirar por el bien del otro es contraproducente y que para sobrevivir hay que llevar una katana en el coche. Que el amor empieza por uno mismo, está claro, pero es triste que también acabe ahí, en uno mismo. Por eso, como decía al principio, son importantes los límites, pero no alambradas con concertinas. No tendríamos que salir a la calle con coraza invisible anticodazos, hipervigilantes, poniendo a buen recaudo el corazón. Tener los ojos abiertos en un mundo que ya tiene poco arreglo es aprender a entender su verdadera naturaleza salvaje, y arrojar una mirada de compasión universal en la que incluimos nuestra propia existencia.

Qué quieren que les diga, termino bajando la guardia y me abro en canal en entrega absoluta y temeraria, no tengo remedio, aunque cuando reacciono, después del desangramiento, las más de las veces, me cabreo y le grito fuerte al Universo: “y de lo mío, qué”.

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