Balas de plata
Montiel de Arnáiz
El tocadiscos
La ciudad tiene una guerra por delante, que ganar. Un burócrata, que ni conoce la Casería, ni le importa, ha programado el derribo de uno de los sitios con más encanto de Andalucía. No lo digo yo sólo, lo dirían gentes como José Manuel Caballero Bonald, el doctor Revuelta Soba y Armas Marcelo; José Pedro Pérez-Llorca y Pepe Oneto, si estuvieran entre nosotros; el embajador Garrigues, Arcadi Espada y Cayetana Álvarez de Toledo, Amaya Zulueta y Mercedes García Plata, catedrática de la Universidad de París, experta en flamenco y en Camarón… muchos, muchos. Los he llevado allí a comer un pescaíto a la plancha mientras contemplábamos la puesta del sol sobre el mar apresado en el contorno único con su puente nuevo al fondo, o la bajamar larga que descubre los fondos cegados de la bahía. Había un circuito en la Isla que todos querían recorrer, iba de la Venta de Vargas al Bartolo, pasando por la Gallega de la plazoleta de las vacas, algunos otros lugares de nuestra identidad humilde pero llena de los mejores aromas y sabores. Pero no nos engañemos, nadie mejor que quienes llenaban, literalmente, las playas de levante y la de poniente, según los vientos, las noches de los veranos. Un ejército de camareras atendía que daba gloria, atienden que da gloria, a la Isla que había adoptado el sitio que fue en origen la Taberna del Titi, un lugar para tomar un vaso los pescadores que salían desde allí a faenar en la bahía y volvían con la plata viva que cogían sus redes o mordían sus anzuelos. Ese es el mundo que quieren destruir derribando el modesto bar de Bartolo, tan modesto como esplendoroso, y querido por la ciudad. Por eso he empezado diciendo que esta guerra no la puede perder la Isla, seguro que el gobierno de Patricia Cavada está ya explicando a la autoridad competente lo que de verdad es este atractivo irresistible de San Fernando, el lugar a donde todos quieren venir, tal como está, para tomar un choco en su tinta y una cerveza bien fría respirando el aire marino de la bahía interior o la magia de las noches de levante en calma, sin querer irse de esta imagen del paraíso, la paz y el sosiego de la ciudad que se niega a morir. No, no podemos perder esta batalla, esta nueva pérdida de la ciudad. Hay que plantarse, reivindicar lo que queremos, no permitir que nos roben el paisaje y los recuerdos de los días felices. Allí hay trabajo y un sembrar constante de lo mejor de nosotros mismos que no puede demoler una excavadora gracias a un papel firmado por un gachó que vive a más de cien kilómetros y que nunca estuvo aquí. En la batalla no sólo debe estar Patricia Cavada, también José Loaiza y la gente de Ciudadanos y Podemos, todos. Quiero decir que si se escribe un manifiesto yo quiero firmarlo, quiero señalarme en favor de un lugar absolutamente único, tan único que debería estar protegido, no amenazado, como está ahora. ¿Qué le pasa a España, por favor, estamos definitivamente locos?
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