Enrique Montiel
Esa música
Las casualidades unen, acaso azarosamente, más que el pegamento de cola. Como los remolinos de un río, palos, piedras, animales, hojas, ramas, perecen en el mismo ojo, el centro del portal del agua. Al Faramalla, al que llamaban el malasuerte Leoncio, porque era su cantilena común, una mañana, muy temprano, cuando llegó al café para desayunar, preguntó por la lotería y las quinielas, y le dio el vahído, el calor y el desmayo, pero esta vez de contento. Había acertado trece resultados. (El trece era mala pata para su egiptana progenie, y no se lo podía creer). Miró, remiró, pidió a más de un amigo su verificación y certificación. ¿Circunspecta? No sabría yo decirle. A tanto no llego.
No había duda. Trece resultados, como trece rosas, como el sol que rosicleaba en la marisma, como los billetes que ya veía en su bolsillo.
Lo primero que pensó fue no ir al trabajo. El trabajo era plaga, obligación, buena cara, y obediencia debida, llevar encargos a casa de los jefes, coger propinas, -algunas- y terminar con unas cuantas chiquitas de vino peleón, antes de almorzar para enlazar con el trabajo de la tarde, que terminaba de noche. El Ramón mandanga, se lo había dicho: trabajas más que el reloj. Un reloj parado da la hora exacta dos veces al día, y tú no das una, oé.
Él no entendía de sutilezas ni comparaciones. Él el dinero, Martín, Martín, cando golpecitos con la mano en la chapa de arriba. Luego dijo, en primera persona, versión intradiegética de sí mismo, ¡qué se entere tó er mundo! Voy a invitar a mi familia a desayuná, ahora mismo. La familia del Faramalla era muy grande, extensa y larga. La familia del Faramalla era como unir el Amazonas con el Nilo y a lo mejor lo era más su gentualla querida.
El Cartón del dos, cuando vió la marea que llegaba, se lo dijo: Yo, hasta que no sepa lo que cobro, no invito.
Lo del Faramalla fue pa mear y no echar gota. Llenó el salón y parte de la calle. Churros, café, copas de anisete, él al anis le llamaba anisete, no se sabe el porqué.
Po compra tabaco pa nosotros también…le soplaron. Cuando le dieron el importe exacto, e iba a pagar, dieron, acaso, casualidad o azar, el dinero a percibir…Pobre, egenus, había tantos acertantes que ése día no cobraban. El Faramalla se desmayó. El Faramalla lívido y blanco, como la cara B de un lenguado, tuvo que pedir un préstamo en Tesorería. Un préstamo raro porque tuvo que pagar el pendiente con el saliente. Y, un detalle, el del bar lo esperó hasta que cobrara. Personalmente, a mí, estas historias de mi ínsula, me recuerdan a Cervantes y a Mateo Alemán, los dos escritores, los dos creando verdaderos bestseller, con matrimonios desafortunados los dos, con plagiarios de sus obras, y uno se fue a las Américas y Cervantes quedó aquí por mor de los Argensola. El azar es como pata de conejo trasconejada, las casualidades son concomitantes y duplicantes, y el cielo está arriba y la boca tiene otro cielo…
A mí no me pasa más…decía.
También te puede interesar
Enrique Montiel
Esa música
Salud sin fronteras
La IA y la humanización
Visto y Oído
Voces
Tercer recorte de la Fed en 2024