Tribuna Económica
Joaquín Aurioles
Inventarios de diciembre (4). Desigualdad
Avanzando en este invierno caprichoso (por momentos gris, por instantes soleado), trato de analizar desde mi mesa-camilla por qué los portuenses llevamos algún tiempo -de manera indolente-, refugiados en nuestros “cuarteles de invierno”. Oteando y escuchando. Perplejos.
Y viene al pelo lo que las legiones romanas hacían al finalizar sus campañas militares. No otro asunto que regresar a los cuarteles de invierno a descansar y celebrar la fiesta del “Armilustrio” o purificación y limpieza de armas. Ese y no otro era el lugar digno para curar viejas heridas, ya fueran externas o interiores. Refugio del frío invierno y del alma helada. Estación de paso, a la espera de que el sol despejase la niebla y pudiesen continuar el camino.
Algo parecido, se repite en el tiempo y se nos olvida. Echen si no un vistazo a la prensa o permanezcan en la barra de un bar un rato. Jaula de grillos. Gritos, ruidos y poco entendimiento. Intolerancia y falta de respeto. La pescadilla que se muerde la cola.
Las pausas necesarias, para encarar nuestra vida diaria, con el corazón limpio, son reemplazadas por las prisas, los atropellos y la sinrazón. Los cuarteles de invierno, que permitían sosegar la marcha, aclarar posturas y tomar decisiones, desaparecen. Se omiten, sin solución de continuidad.
Por eso, de vez en cuando es necesario una retirada estratégica, una pausa. Servirá para cargar pilas, plantearnos nuevos objetivos, entrenarnos en el arte de la vida, valorar aquello que es importante y diferenciarlo de lo que es superfluo. Tiempo para detenernos, contemplar, meditar y actuar. Incluso para soñar.
Nuestros cuarteles de invierno servirán para reforzar nuestra paz interior y reflexionar acerca de nuestro estado de bienestar. Y, por supuesto, para encontrar el calzado adecuado y seguir caminando. Todo ello, desde la buhardilla de un año que se acaba.
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