Tercer recorte de la Fed en 2024
Dimitir bien
Que el presidente del Gobierno dimita hoy es un hecho tan fantástico que provocará un efecto en cadena ensordecedor. Empezando por María Jesús Montero, Yolanda Díaz, Feijoó, Abascal y hasta el nuevo lehendakari ese cuyo nombre aún no recuerdo.
Dimitirán porque se habrán dado cuenta de lo positivo, electoralmente, que resulta anunciar una dimisión, amagar con dimitir, pedir tiempo para reflexionar sobre la dimisión y por último dimitir. Todos dimitirán, Aragonés y Juanma Moreno, sus consejeros y directores generales. No hará falta dar explicaciones. Dimitir y hasta luego. Se acabaron los problemas. Que venga la nueva savia. El presidente de la RFEF, el del CGPJ, el del TJUE, el alcalde de Madrid, Florentino, Laporta. Ya nadie querrá aferrarse a un botín lleno de oro y responsabilidades, tan suculento como escurridizo.
Incluso Puigdemont renunciará a su candidatura, o sea, dimitirá por adelantado. La cascada es interminable: Beardo aquí, Netanyahu allí, Biden, Zelenski, Putin, más allá. Y abdicarán el rey, la reina, sus primas y concuñadas y concubinas si las hubiera.
Dejarán sus cargos el presidente episcopal, sea quien sea, el de la Cruz Roja, el de Greenpeace y el de la asociación de vecinos de la barriada. Irán fuera, por decisión propia, Calleja, Bruno, García Pelayo y hasta Kichi, Carmena y Fermín Salvochea, dimitiendo en diferido mediante dimisiones apócrifas. Asustadísima, la gente se asomará al abismo, al vacío de poder. El movimiento asambleario y de corte anarquista celebrará el cambio. Y a su vez, Kim Jong-un se frotará las manos, creyendo que será el próximo dios universal. Pero en un requiebro milagroso, la historia le enseñará a dimitir, pues la geopolítica y la diplomacia, sin rivales, ya no tendrá gracia para él. Y entonces, pasada la medianoche, solo quedará una persona en pie para gobernarlo todo, sin oposición. Y se recostará en una tumbona y se pondrá sus gafas de sol mostrando una gran sonrisa.
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