El parqué
Caídas ligeras
Calle Real
Muchas veces la he mirado a los ojos y he visto las ondulaciones verdes de su Galicia natal. Toda la vida aquí y siguen sonando sus palabras a lluvia dulce sobre los pastos, a gaitas lejanas. Hablo de Elvira, nuestra Gallega de la Plazoleta de las Vacas, esa mujer fuerte a la que la vida le echó un pulso duro y se mantuvo erguida, remangada, brava. Con sus dos hijos y el local que nos civilizó a todos, pues no nos incomodábamos a la hora de recibir la ración de pulpo, la taza de ribeiro. Y llenábamos el local, del que oíamos hablar maravillas, del que hablábamos con infabilidad. Pues bien, el río corto y rápido que discurre cerca de A Estrada llega al Miño, que llega al mar. Hay un mar que es la machadiana muerte pero hay otros mares que son la contemplación de la tarde, las puestas de sol cálidas, el merecido descanso. A este mar ha llegado Elvira justamente, a esa puesta de sol en Camposoto, en la proa del Bartolo, en un banco de la Alameda Moreno de Guerra, en el interior más personal de su casa donde se sienta mirando la ventana abierta. Elvira cierra, en unas semanas, en el próximo año que comienza con todas las incertidumbres. Y uno la recuerda algunos días sentada en el taburete del lado del mostrador más cercano a la puerta de la cocina, pórtico de la gloria de su casa, casi derrotada por las horas que dedica a la excelencia de su platos, de sus fuentes y bandejas. Todo lo ha llevado sobre sus hombros desde ni se acuerda, pues tan joven se quedó sola con sus hijos, con el cielo y la tierra. Elvira cierra La Gallega, una hoquedad le ha salido a la plaza de la trasera del viejo ribat árabe de La Isla, que nunca se acaba de rehabilitar, ni su entorno. Con el potencial tan grande que tiene ese espacio de esparcimiento, de sol siempre, de luz y alegría, de cantes de carnaval, de guitarras flamencas y ayes de lo hondo. Elvira cierra y yo siento una gran alegría por Elvira porque ahora llega el tiempo de los nietos y de las no preocupaciones, el tiempo de los viajes, el tiempo de volver más veces a la dulce Galicia de A Estrada, en donde están siempre los suyos que no somos nosotros, a quienes ha dado toda su vida, nosotros los cañaíllas y todos los que se allegaron al reclamo de su carta de comidas sanas, hechas con tanto amor y tanta sabiduría. Sí, en unas semanas Elvira cerrará la puerta de La Gallega y abrirá la puerta más grande del descanso, de la paz y del resto de toda la vida que le queda. Gracias, querida Elvira. Un beso.
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