08 de enero 2023 - 07:00

Entre las buenas noticias que nos dejó el año que acaba de terminar -que aunque no nos acordemos, alguna hubo- me quedo con la del descubrimiento científico de una energía “inagotable”. La capacidad de producir una reacción de fusión nuclear que genere más energía de la que consume parece, para alguien como yo, criada a finales del siglo XX, magia. Algo así como el Rey Midas, la piedra filosofal o la fuente de la juventud.

Pero quizás también por una marca generacional -nos contaron y leímos muchos cuentos, pero de los clásicos con moraleja-, no me fío. Me da cierto resquemor este invento y temo que, más que un avance, este descubrimiento nos acabe llevando a un destino catastrófico. También el Rey Midas creyó ser poderoso y pronto descubrió la otra cara de la moneda.

Aquí el riesgo, claro está, no es que vayamos a convertir en frío oro a nuestros seres queridos. Pero, ¿qué ocurriría si, de la noche a la mañana, supiéramos que tenemos acceso a una energía limpia, barata y que nunca escaseará? Todos estos años de concienciación para dejar de malgastar, para no consumir simplemente por el hecho de poder hacerlo, para evitar el derroche… se irían al traste. ¿Para qué ahorrar algo que no se agota? ¿Para qué usar la moderación, la contención?

Si ya nos cuesta resistirnos al exceso incluso cuando vemos el riesgo cerca. ¿O no hemos sido mayoría quienes nos hemos pasado estas fiestas comiendo, incluso sin hambre, bocado tras bocado, aprovechando el banquete simplemente por el hecho de poder disfrutarlo? Pese al empacho.

Yo creía que cierto estilo austero poco a poco podría imponerse como tendencia, que habíamos abierto los ojos como sociedad y lo del derroche y la opulencia ya parecía de otra época, hortera. Que habíamos entendido el mensaje de que no podemos abusar de los recursos, incluso si nos parecen abundantes. Que por respeto al equilibrio íbamos a ser más sobrios. Pero si nos ponen por delante algo tan jugoso como una energía inagotable, ¿quién se va a resistir?

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