El parqué
Jaime Sicilia
Siguen las caídas
El Puerto aspira al título de Gran Ciudad y luego, entiendo, convertirse en una gran ciudad. Quizás debería ser al revés, pero por lo visto no. Primero va el título. Luego, ya podremos ir desde Doña Blanca a la Puntilla en la línea 1 de metro, admirar los rascacielos de La Angelita Altísima y disfrutar de un megaparque de atracciones con hospedajes domóticos y aparcamientos inteligentes.
No, ahora en serio. Ser una gran ciudad como el Gran Puerto de Santa María supondrá un gigantesco paso en la senda del progreso, aún para la gente conservadora y hasta para la gente reaccionaria, que nos llevará a lo más alto de la civilización gracias a los miles de millones de euros de fondos estatales y europeos que nos correspondan por este nuevo estatus. Se acabaron los complejos de ciudad de tres al cuarto, las vergüenzas de nuestro reciente pasado sociopolítico, y se recuperarán aquellas grandezas de tiempos diáfanos que miraban al ultramar y a la alcancía.
No, ahora en serio. Convertirnos en una Gran Ciudad mayúscula nos servirá para reducir la burocracia, mejorar la administración local, aumentar el personal de los servicios públicos municipales, disminuir impuestos injustos, readaptar las necesidades dinámicas de proyección de nuestro eficiente prestigio de calidad y otras cosas típicas de las grandes ciudades. En resumen, podremos competir con Madrid, Barcelona, Berlín y Milán.
No, ahora en serio. Ser investida con el título de Gran Ciudad supondrá para esta localidad más gente, más turismo, más colas, más ingresos a través de impuestos y tasas, más alquileres más altos, tapas más caras, berzas con más reducción de vinagre de Módena, más coches, más aparcamientos, más gente aún, más tejemanejes, más soberbia. En fin, más cosas.
No, ahora en serio. No sé de qué servirá ahora mismo. El tamaño no importa. No importa, siempre y cuando no me cierren el cine Macario.
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