El parqué
Jaime Sicilia
Siguen las caídas
Sigo el fútbol poco, salvo ocasiones señaladas, y más por lo que tiene de evento social que por el deporte en sí. Este Mundial habría sido una de esas excepciones, pero la verdad, las fechas fuera de lugar me han descolocado, y encima España se ha bajado demasiado pronto de la competición, rebajando aún más mi interés. He de decir que eso me ha ahorrado el dilema de dejarme llevar por la euforia compartida o ser una aguafiestas y negarme a apoyar -aunque sea desde el sofá- un torneo envuelto en la corrupción y la violación de derechos humanos.
Desafortunadamente, la eliminación de la selección española ha mostrado que no hace falta irse a Qatar para encontrar ejemplos de afrentas a estos derechos. El racismo más casposo floreció sin pudor por el gran pecado de los jugadores marroquíes de haber superado a la Roja. Insultos, descalificaciones, chistes y memes, y hasta opiniones disfrazadas de crónica deportiva: la mayoría de mensajes que corrieron por las redes y las charlas post partido incluían referencias racistas, algunas de forma explícita y despreciable.
Parece que hubo quien creyó que la rabia o la pena son justificaciones suficientes para olvidar nuestros principios. Que en momentos de ‘crisis nacional’ está permitido el desfogue xenófobo. Cierto es que en las situaciones de mayor tensión sale el verdadero ser de cada uno; puede que muchos llevaran el racismo simplemente maquillado (aunque, todo hay que decirlo, cada vez hay menos hipócritas y parece que ser un retrógrado ya ni siquiera da vergüenza).
Más allá de indignarme, que ya me da hasta pereza, me ha generado mucha curiosidad el tono de quienes, después de que esta actitud se haya criticado, han tratado de abrirnos los ojos a los escandalizados: que no, que no somos racistas, que la prueba está en que en España viven muchos marroquíes (?), que una vez un marroquí me miró mal y nadie le dijo racista (?), o que ‘leña al moro’ tampoco es tan insultante, que somos unos delicados (!).
Sinceramente, de racismo vamos bien servidos, pero de mal perder, también.
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