Nuevo orden mundial

06 de septiembre 2020 - 06:00

A finales de febrero, cuando la pandemia del coronavirus era solo una amenaza lejana, me atreví a apostar que los defensores del movimiento antivacunas, tan valientes en países occidentales donde contaban con la protección de una mayoría de población inmunizada frente al sarampión o la rubeola, no irían de viaje con sus hijos a China por miedo a contagiarse.

Qué ilusa. Resulta que lo que yo achacaba a una evolución mal entendida del jipismo tenía raíces más profundas en la simple y llana ignorancia.

Que haya dudas sobre el impacto del virus, es comprensible. Quedan muchas preguntas por resolver, y lo que hoy damos por hecho mañana resulta ser una teoría sin fundamento. También se entienden los reproches a algunas actuaciones por parte de las diferentes administraciones. Entre que hemos estado meses dando palos de ciego y la falta de agilidad, coordinación y explicaciones, la crítica política está más que justificada.

Pero de ahí a la marea negacionista que puebla redes y ha saltado (sin mascarilla) a las calles, hay un trecho. Desde que la mascarilla impide respirar y obliga a tragar tu propio dióxido de carbono (no sé los sanitarios cómo han podido sobrevivir) a que provoca cáncer. Desde la teoría de que el virus lo provoca el 5G a la suposición de que con la vacuna van a implantarnos a todos un dispositivo de seguimiento.

Por supuesto, de nada de esto existen pruebas. Sus defensores argumentarán, siguiendo la lógica conspiranoica, que los poderosos ya se encargan de ocultárnoslas. Sin embargo, incluso asumiendo que así fuera, no hay manera de explicar el objetivo que, según estos grupos, mueve a los impulsores de este movimiento: generar un nuevo orden mundial donde las grandes corporaciones determinen nuestro destino y donde personajes como Bill Gates nos controlen a través de microchips. Como si este orden mundial no estuviera ya implantado desde hace años, como si el móvil desde el que lanzan esas proclamas no supiera más de sus vidas que sus propias madres. Y como si quitarse la mascarilla fuera a resolverlo.

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