Tribuna Económica
Joaquín Aurioles
Inventarios de diciembre (4). Desigualdad
Cuando cualquier chubasco y la tierra deciden unirse en matrimonio civil, el olor a lluvia cayendo sobre suelo seco dispara los resortes más ocultos de nuestra mente, evocando recuerdos y sentimientos que jamás hubiésemos imaginado pudieran existir. Esa es la magia de la naturaleza que irrumpe sin pedir permiso a nadie y que es capaz de transformar todo lo que le rodea. El aroma a lluvia dicen que puede ser herencia de nuestros ancestros como señal de supervivencia y vida.
Últimamente no llueve mucho en nuestro entorno más cercano. El cambio climático que los más ignorantes niegan por mor de satisfacer los intereses ocultos de gentuza que ni siquiera conocen, está haciendo brotar la flor de la retama, la del almendro y hasta la de la prímula, que teniendo la buena costumbre de dar la bienvenida a la primavera siendo la primigenia en romper, ya se deja ver por algún rincón de cualquier jardín perdido sin ser su tiempo aún.
En ese sentido en El Puerto nos podemos dar con un canto en los dientes porque, además de las citadas, tenemos la enorme fortuna de tener acceso al disfrute de nuestros alcorques arbolados, graciosamente engalanados con yerbas y yerbajos salvajes casi la mayor parte del año. En nuestra ciudad tenemos por costumbre dejar que esa naturaleza de la que antes hablaba se manifieste a su libre albedrío allá por donde mejor le plazca. Tal es así que hasta a los jardines de nuevo cuño que ahora se están plantando, ya se les va acumulando su buena ración de malas yerbas precisamente por la falta de cuidado.
Los más viejos del lugar que suelen estar pendientes de estos detalles de belleza natural tan sencillos de mimar, añoran, me dicen, el sumo cuidado con el que se mantenían los jardines de nuestras plazas y plazoletas hace relativamente poco tiempo. El Paseo de la Victoria, la Plaza de los Jazmines, la Plaza de Isaac Peral, el Parque Calderón, la Plaza del Ave María y la Plaza de Colón, entre otras, eran dignas de aparecer en postales para el recuerdo. Búsquenlas, fíjense bien y pónganse a ello. Y que ojalá el olor a tierra mojada sirva como señal de nueva vida
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