Tribuna Económica
Joaquín Aurioles
Inventarios de diciembre (4). Desigualdad
Ya he conseguido taladrarles con la cancioncilla. Bien. Sé que no es forma de volver al ruedo de los artículos después de un barbecho, pero es que ni siquiera en los retiros espirituales (en los tántricos tampoco) consigue una librarse de los mantras horteras: no es fácil desintoxicarse de nuestro borreguil comportamiento. Ah, y eso de la desintoxicación y el “fluir” por otras corrientes es una forma de hacer también lo que nos dicen. ¿Quiénes? Vayan ustedes a saber. Eso da para muchos textos sesudos. En fin. Que me voy por la vía de Tarifa (ojalá), sepan que Pedro Sánchez no es España. Y en esta afirmación no es que admita y reafirme la postura del Barbas (no, no me refiero a Dios, sino a Abascal, distingan ustedes las diferencias, porque el segundo en su divismo divino no las ve mucho). Nuestro presidente tiene un hambre de amor desmesurada, no sé si propio o ajeno. No sé si está profundamente enamorado de Begoña o de él mismo, o en realidad, de nadie, y es a lo que a aspira, a arrastrarnos a todos en una búsqueda constante de dopamina en maniobras políticas, juegos de tronos y amagos de huidas fingidas para ver si en pura súplica ante el ataque de ira desesperada por reclamo infantil de atención, seguimos amándolo como se amaba al césar en Roma, con fuego y pasión. No me hagan pupita que se lo digo a mamá, o a la seño o doy un portazo. No me quites mi cetro de juguete, que grito y lloro. No soy psicóloga ni psiquiatra, pero me da en la nariz que Pedro tiene un perfil digno de estudio. No sé qué diagnóstico tendría, pero yo lo califico como un surfista político, y hace lo que sea por seguir de pie en la cresta de la ola. Todo lo surfea: pandemias, volcanes, presidentes argentinos, genocidas orientales y es capaz de plantarle cara al mismo Putin sin despeinarse. No es por nada, pero eso es arte político y seguro que en la Moncloa cuecen una pócima secreta como la de Astérix, pues me niego a pensar que sea temeridad extrema cada decisión que toma. A saber lo que pensará, móvil en mano, mientras desliza el dedo de reel en reel sentado en el inodoro, si es que tiene tiempo para esos menesteres. Impenetrable. Inquebrantable. Y con hambre voraz de amor. Habría sido interesante observar su infancia y adolescencia por un agujerito, y escudriñar sus sueños, anhelos, miedos y terrores nocturnos, que seguro que los ha sufrido. Servidora le daría un abrazo grande y le diría: Pedro, a casa, acuéstate un ratito, que España no eres tú, ni falta que hace (ni tú, ni nadie, porque este país va a su bola, y hay que tenerlos bien puestos para gestionarlo). Venga Pedro, tómate un tintito y en alguna feria de las bajuras de Andalucía (sí, esos lugares salvajes alrededor de Doñana) baila tu canción: Pedro Pedro Pedro Pedro pé. En fin...
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