El parqué
Álvaro Romero
Tono alcista
Quizá vaya a ser yo el último en opinar sobre el período de cinco días reflexión que se ha autoimpuesto Pedro Sánchez, aunque reconozco que tampoco he querido leer mucho sobre el asunto. Ni siquiera me he molestado en echarle un ojo con detenimiento a la carta a la ciudadanía del presidente del gobierno. Debe ser que ya soy, cada vez más, perro viejo, y no aprendo trucos nuevos, ni me los trago. Lo primero que tengo que decir es que lo de que Sánchez tenga que dimitir porque un juzgado haya admitido a trámite una denuncia contra su esposa, teniéndola por investigada, es una estupidez y un absurdo.
Una estupidez y un absurdo, eso sí, provocados por los políticos de distinto pelaje que han venido poblando nuestros bosques patrios. Todo vino del discursito de la ética y la estética, la mujer del César y la casta; el compromiso de blanquedad y pureza pública que los políticos con cargo debían mantener con su electorado. Paparruchas, que diría aquél. Toda esta pamplina venía soportada en papel, con compromisos ante notario, estatutos y normas de obligado cumplimiento.
Se trataba de mostrar al ciudadano que cuando existía la más mínima sospecha delictiva sobre un político o su familia directa, éste debía dimitir de su cargo. Yo siempre me he mostrado en contra de esto, en primer lugar, porque, como jurista, creo en la presunción de inocencia -para los de la LOGSE: todo el mundo es inocente mientras no se demuestre lo contrario- y porque, como jurista, también sé que en el amor y en la guerra todo vale. Y no me equivocaba. La mejor manera de quitarte de en medio a Pedro Sánchez no es pactar tú con los grupos políticos independentistas, dirá alguno, sino hurgar en los trapos sucios de su entorno, ver los cadáveres escondidos en el armario, y demás frases hechas que a todos nos resultan ya cansinas y familiares.
Si determinados medios (para los sanchistas, panfletos de ultraderecha) publican que hay indicios de que la empresa para la que trabaja la mujer del Presidente se ha visto beneficiada por intermediación de ésta, y alguien lo denuncia, el juzgado competente tiene que investigarlo, pero ello no debe implicar ningún tipo de renuncia o dimisión del marido de Begoña porque supondría una perversión del sistema electoral. Nada que ver con pactar una moción de censura con partidos secesionistas, quede claro.
Y de ahí no me mueve nadie. Ahora bien, todo el rollazo que ha venido después de estos cinco días de asueto -Bolaños y María Jesús, Óscar Puente y su "puto amo", el "Pedro quédate" y los autobuses con dirección a Ferraz- me parece una pantomima buscada e innecesaria. Que Sánchez no va a dimitir, ni cotiza. Y me da la sensación de que en vez de preocuparse de gobernar un país tan complicado como es España nuestros gobernantes están inmersos en una constante y letánica campaña publicitaria y promocional que cansa, vaya si cansa. Así que, sí, Pedro, quédate. No dimitas, Pedro. Siempre contigo. Pero ponte a trabajar ya, picha, que es hora.
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