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Milagrosa Fernández Bey | Secretaria de la Comisión de Justicia y Paz de Cádiz
El pasado mes de marzo y, con motivo de la pandemia por el coronavirus, el Ayuntamiento de San Fernando, ante la falta de plazas en el albergue de San Vicente, dispuso un albergue provisional para personas sin hogar, posibilitándoles cumplir con el obligado confinamiento, como el resto de los ciudadanos. No pasaron muchos días cuando la ocupación del albergue quedó al completo, y muchas personas en listas de espera, evidenciándose así la auténtica dimensión del problema de personas que carecen de un techo donde cobijarse.
Entre los usuarios que pudieron beneficiarse de este albergue de emergencia, se encontraba un anciano alemán, al que llamaremos Gabriel, habitual de las calles de San Fernando por muchos años que padece importantes problemas de salud física y psíquica que son la causa de que se le reconozca por su aspecto deplorable y olor.
Cuando Gabriel ingresó en el albergue acababa de salir del hospital, encontrándose muy débil . Todo aquel que lo conoce pensó que no tardaría mucho tiempo en volver a la calle, sin embargo no sucedió así y su adaptación fue asombrosa. En pocos días su aspecto cambió radicalmente, hasta el punto que era difícilmente reconocible. Se encontraba aseado, comiendo normalmente, tomando la medicación prescrita y respetando normas y horarios. Todo esto era fruto de la dinámica de funcionamiento del albergue: normas de baja exigencia, amplios espacios y, sobre todo, gracias al profesional trabajo de las dos integradoras sociales contratadas, que se dedicaban al seguimiento personalizado de los usuarios y a ofrecerles apoyo.
Al finalizar el estado de alarma, y a pesar de que diversas organizaciones solicitábamos su continuidad, el Ayuntamiento procedió a su cierre, prometiendo públicamente la apertura de un albergue similar en los meses siguientes, tal como se solicitaba. Hasta la fecha esto no se ha cumplido.
Esto provocó que muchas personas se quedaran de nuevo sin techo, entre ellos, Gabriel; algo que debería haberse evitado teniendo en consideración el proceso de recuperación que estaba ateniendo y que, además, él ya no deseaba salir: se sentía en una familia. Gabriel es derivado al albergue de San Vicente, alternativa poco adecuada por sus características, puesto que solo acoge a personas autosuficientes, por carecer de personal especializado en tratar con personas discapacitadas físicas y mentales.
Gabriel vuelve a la calle. Se intenta de nuevo su ingreso en el albergue pero esto falla, hecho que produce que se encuentre de nuevo durmiendo a la intemperie, enfermo y sin medicar. Su situación se ha agravado, además –por incomprensible que parezca por los años que lleva viviendo entre nosotros– por el hecho de que es una persona aun "sin identificar", lo que parece difícil de solucionar. Esto implica que Gabriel no pueda acceder a las ayudas sociales a las que tendría derecho.
Llegado a este punto, nos toca reflexionar: Gabriel es una persona discapacitada, incapaz de cuidar de sí mismo, de llevar a cabo el control de esfínteres, de su higiene, de tomar su medicación... ¿Cómo es posible que ante esto nuestras autoridades no ofrezcan una solución viable? ¿No existen alternativas habitacionales para casos como este? ¿Por qué no tenemos en nuestra ciudad equipos de calle con integradores sociales para que personas con esta problemática o similar tengan un seguimiento y se atiendan en situaciones de emergencia? ¿Para cuándo el prometido albergue de baja exigencia?
De nuevo llegará un duro invierno, con olas de frío, lluvias y una pandemia que no deja de amenazarnos . Así las cosas, parece que la única alternativa que queda en casos como el de Gabriel es cruzar de acera cuando nos llegue el olor de su presencia, mirar para otro lado y rezar para que no muera solo en la calle un día de estos.
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