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Cádiz tiene un problema con las fiestas. Hay que empezar a asentar esta realidad como premisa o como leit motiv para ponerse las pilas, en todos los sentidos, en la concejalía correspondiente, en el Ayuntamiento y en la ciudad en general. La ciudad ha quedado estancada en los años 90, sin asimilar que ya vamos por el dos mil veintitantos y que en estas décadas el mundo ha cambiado en todo, al igual que se ha modernizado, adaptado y reinventando mil y una veces. Y todo ello aplicado al plano del ocio y las fiestas da como resultado que en los últimos tiempos -y también con el gobierno que aterrizó el pasado junio- cualquier localidad del entorno, no digamos ya el resto de capitales cercanas, ofrece y promueve una actividad mucho más intensa y, sobre todo, mucho más atractiva que lo que ofrece Cádiz.
Este escenario, en el que Cádiz capital parece quedarse en la estación viendo pasar los trenes sin subirse a ninguno, se reafirmó una vez más el pasado verano, con una ciudad carente de programación y con sus vecinos emigrando por ejemplo a los festivales que se reproducen y enriquecen cada año en localidades de alrededor. Y ha vuelto a quedar de manifiesto esta Navidad, en la que la oferta de la ciudad ha vuelto a quedar huérfana de grandes atractivos.
En esto de la Navidad, de las cabalgatas y de las fiestas en general pasa como con el fútbol; en ese deporte hay un entrenador escondido en cada persona, que cree tener la fórmula mágica para que el equipo en cuestión juegue mejor, fiche mejor y gane los partidos y las competiciones; y en las fiestas, hay un concejal o un técnico en cada ciudadano que organizaría, haría o dejaría de hacer en función de sus gustos o visiones personales.
Pero intentando superar ese concejal o entrenador que todos llevamos dentro, parece claro que la Navidad gaditana a estas alturas ha superado un modelo que se implantó hace más de dos décadas y necesita (aprovechando la frescura que debiera haber aportado la entrada de un nuevo gobierno) una revisión; una actualización, una cierta reflexión para saber qué se quiere de la Navidad y cómo se puede conseguir eso que se quiere.
Hasta ahora, da la sensación de que esta fiesta de diciembre y unos pocos días de enero ha ido sobreviviendo a base de repetir modelos pasados; incluso el gobierno de Kichi, que al principio se propuso romper moldes navideños (pero para rebajar la intensidad de la fiesta, dándose de bruces contra la realidad de la ciudad) terminó rectificando hasta el punto de volver a la época en la que se iluminaba toda la Avenida, en esta ocasión a costa de buena parte del centro y de la totalidad de los barrios de extramuros. Por esto último, por ejemplo, se echa en falta una repensada que planteé si de verdad la ciudad necesita iluminar con intensidad una avenida (por muy principal que sea) y dejar a oscuras las Puertas de Tierra, numerosas calles del centro y la totalidad de arterias principales de los barrios de extramuros).
También tendría que repensar Cádiz si su principal atractivo a estas alturas debe seguir siendo una pista de hielo sintética que ya muchas otras ciudades instalan como mero recurso y, sobre todo, como actividad muy secundaria. O si es idóneo para la Navidad un mercadillo artesanal que esconde todo el frente de la Catedral en una época en la que cada vez vienen más visitantes y que no ofrece prácticamente nada vinculado expresamente a la Navidad.
El Ayuntamiento ha pecado, a todas luces (valga el escenario), de excesiva prudencia con esta Navidad en la que ha optado por mantener el modelo que ha tenido la ciudad hasta el pasado año. Y en buena medida se ha visto obligado a ello, cierto es, por la vigencia de unos contratos (como el de las luces o la pista de hielo) que seguían en vigor estas fiestas. Cierto es también que ha procurado mejorar en parte la programación, y lo ha conseguido con nuevos atractivos como los conciertos organizados o, sobre todo, con el videomaping de los últimos días de Navidad en la fachada del Ayuntamiento.
Pero el final de la Navidad debe suponer un punto y aparte para la deriva de la ciudad en este campo. Ya no hay contratos que obliguen, ya no hay que repetir el modelo de alumbrado ni tampoco tiene necesariamente que taponarse San Antonio el próximo año con la pista de hielo y el descomunal y antiestético tobogán. Ahora llega la hora de reiventar, de buscar nuevos atractivos, de actualizarse, de saber enganchar a la gente para que la Navidad sea un motor de la ciudad y, sobre todo, para que Cádiz sea un motor de la próxima Navidad; como lo son ciudades de alrededor con sus cabalgatas, sus belenes vivientes, sus estancias de Reyes Magos y un sinfín de iniciativas que en la capital ni se huelen.
Y puestos a repensar, bien haría también el Ayuntamiento en darle una vuelta al funcionamiento que se ha implantado respecto a los Reyes Magos; empezando por su sistema de designación, reducido a unas candidaturas y votaciones que son a veces tan ridículas como sonrojantes; y terminando por los actos previos al 5 de enero, por esa mañana de la víspera de Reyes que cada año tiene menos sentido, y por una cabalgata que parece ideada para ‘dráculas’ y no para niños y que pudiera explorar otros itinerarios más abiertos a toda la ciudad.
Tiempo tiene para todo ello el Ayuntamiento. Del verano de 2024 aún no se sabe nada, mientras los festivales de otras ciudades empiezan a llenarse de conciertos; y para diciembre de este año aún queda mucha leña que cortar y mucha fiesta y ocio que inventar para que la próxima Navidad no vuelva a ser un cuento.
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