Este miércoles, un año más, El Puerto, el Gran Puerto, la muy Antigua y Real ciudad de El Gran Puerto de Santa María, inicia su particular peregrinaje a la aldea almonteña.

Inicia su andadura hacia esa romería extraña e incomprendida, cargada de malas connotaciones, criticada, respetada, vivida y, sencillamente, inexplicable. A veces de moda, a veces olvidada, pero siempre, siempre, con Ella como protagonista, Reina y Señora del pensamiento de muchos, forjadora de destinos, y, para mí, el mejor ejemplo de como algunos sentimos nuestra unión a la iglesia. Y El Puerto, su Puerto, el que nunca abandono las marismas, allí, y es que la que fuera parte de aquel señorío en donde todo se gestó, está mas cercano al coto de lo que algunos creen.

El Gran Puerto, el que en séptimo lugar acudió a su llamada, y, aunque alguno lo dude, peregrino. Vi un Pendón surcando el coto, y un Simpecado a caballo, ciudad orgullosa sin plata ni carreta. Vi aquellas flores del coto adornando su cielo, y el alma de mil romeros, desde marisma azules, dando vivas a la Virgen y palmas mientras los mulos, como Atalayas gigantes, hincaban rodilla al suelo.

Viví Rocíos eternos, en pensiones de almonteños, sin casa, pero con cielo, y vi crecer la espadaña de una campana cascada que teñía con sus lamentos ese cielo polvoriento. Recuerdo aquellas sequías, y los caballos de El Puerto abrevando en viejos patios. Viví los Rocíos intensos, los de Fragoso velando la casa en aquel Rosario, y vi crecer una aldea, que de chozo de cotero paso a ciudad populosa con Ermita palaciega. Sin embargo, allí está Ella, con su sonrisa traviesa, con su niño entre los brazos deseosa de mareas, siempre buscando la ola, pero la ola almonteña, pues si en ese mar entramos, que sepamos que Ella ha sido, y siempre será porque quiere, la Madre del almonteño, la Reina de las Marisma, y sin que aún lo entendamos, la Madre, Pastora y Reina de las marismas azules, esa parcela del cielo donde mil almas la miran mientras nosotros decimos, Viva la Blanca Paloma, y nos fundimos con ellos, los que se fueron al cielo. Buen Rocio, hermanos.

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