El Alambique
Alejandro Barragán
Envidia
Hablamos de turistificación y de gentrificación y así, con esas palabras, parecen fenómenos ajenos a nuestra voluntad, procesos naturales ante los que solo cabe la resignación. Las flores se marchitan, los clavos se oxidan y las ciudades se turistifican.
Resulta que no sucede así. Para que ocurra, para convertir una ciudad habitable en un lugar que expulsa a sus vecinos y se disfraza de resort turístico en temporada alta, hace falta la complicidad de muchos.
Los primeros fueron los más espabilados y los que tenían más recursos. Disponer de varias propiedades y tenerlas vacías es una lástima, y puestos a sacarlas al mercado, mejor llevarse un buen pellizco. Los alquileres a largo plazo dan unas rentas seguras y cómodas, pero es que la demanda manda, y visto que los alquileres de temporada vuelan, por qué no.
Imitando el éxito, muchos otros se sumaron al carro. No hace falta tener un chalé en la playa. Basta con un pisito modesto, un par de reformas, y ya tenemos apartamento turístico. Prácticamente se ocupa todo, no existe el riesgo. Es el negocio redondo.
Al final, hasta quien fue reticente al principio (ya sea por convencimiento social o porque no quería exponer su propiedad al desgaste de grupos y grupos turnándose en periodos semanales) se lo piensa. A ver si vamos a estar haciendo el tonto. A ver si aquí va a sacar tajada todo el mundo y yo me quedo atrás.
En el nuevo escalón del proceso en el que estamos, ni siquiera es necesario tener una segunda vivienda. En El Puerto no son pocos ya quienes se mudan durante los meses de verano a casa de un familiar para liberar la propia y aprovechar el tirón.
Mirar los portales inmobiliarios hoy en busca de un alquiler estable es descorazonador. Hasta los barrios más modestos se están llenando de estas viviendas. Por semanas, por quincenas, solo temporada escolar. ¿Cómo puede una familia vivir solo en temporada escolar? Entre todos estamos condenando a quienes no poseen una vivienda a la interinidad perpetua, al nomadismo.
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