Tribuna Económica
Joaquín Aurioles
Inventarios de diciembre (4). Desigualdad
Hoy escribo más que nunca en primera persona. Recuerdo que en tiempos de elegir carrera encontré la corriente en contra y debí esforzarme el doble para demostrar que lo de ‘las salidas’ nada tenía que ver con las ciencias o las letras, ni con notas de corte, pues el futuro se construye con vocación, entusiasmo y fe. Soportar juicios, críticas destructivas por mi bien, sarcasmo empachoso y mucha condescendencia se convirtió en rutina, pero una, que de natural es cabezota, no desistió en el empeño de ser lo que le viniera en gana, y mientras muchos se largaban al extranjero, emprendían proyectos socialmente punteros o aceptaban puestos flipantes en empresas privadas para ir con maletín y traje de chaqueta, así del tirón, nada más independizarse, decidí ser, ay qué lástima, profesora de Secundaria. Opositar, dejar las pestañas en los apuntes y perderme algunas ferias y botellonas (no me perdí tanto) para lidiar con jaurías de adolescentes de por vida, si me sacaba la plaza. Claro, eligiendo las Humanidades, todo eso de la Filosofía, el Arte, la Literatura, que distan mucho del prestigio de una Ingeniería Industrial, desembocaba, de forma inevitable en un aula, qué pérdida de tiempo. Y como eso de la vocación suena monjil, por ahí tampoco me escapaba, ya que a la enseñanza en estos tiempos de mentes peligrosas y compensatorias nadie querría dedicarse, qué horror. Podría contar con los dedos de una mano, bueno, de ambas, y alguno del pie, no demonicemos, aquellos compañeros que he ido encontrando por el camino que de verdad tienen alma docente y son artistas del oficio de enseñar. El resto, de todas las disciplinas, ha ido llegando de rebote, y he ahí el problema, porque el rebote, con esta precariedad laboral y existencial que vivimos, ha amplificado la onda expansiva y los de traje y maletín ahora lampan por un puestecito fijo donde sea, y ya veremos cuando vean restos de tiza en los dedos, si lo soportan. Como si fuera fácil. Y sí, los funcionarios somos odiados, envidiados, vilipendiados, y los maestros mucho más, por exceso de vacaciones a la vista de los ignorantes. Hay que intentar un puesto administrativo o lo que sea, y si no, siempre podemos dar clase. Cuántas veces habré escuchado argumentos así, absurdos, hirientes y profundamente peligrosos, pues para pasar invertir los días en un colegio o en un instituto es necesario estar hecho de una pasta especial, y jamás puede ser un plan B, pues el desánimo es un tsunami que todo lo arrasa y en juego están generaciones enteras de personas frágiles, que no débiles, jóvenes con la esperanza apuntalada que confían en sus referentes, aunque no lo sepan. Acaba de vivirse otro proceso selectivo de profesionales aspirantes, a los que siempre les deseo el más bonito resultado, y, sobre todo, les pido honestidad, aunque haya hambre, que no usen la ilusión en vano, porque todo se sabe, y más aún si es vocación falsa, vocación de rebote.
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