Francisco González De Posada

La américa española: 250 años del Conde de Superunda

Encuentros en la academia

10 de enero 2017 - 02:07

E STE 5 de enero de 2017 se han cumplido los 250 años de la muerte de José Antonio Manso de Velasco, conde de Superunda, ocurrida en Priego de Córdoba, donde, tras condena de destierro, acabó sus últimos días. Su caso representa un ejemplo más del trato que nuestro país dedica a muchos de sus preclaros servidores. Recientemente hemos recordado, también por su relación con nuestra América, a Blas de Lezo, especialmente relacionado con El Puerto de Santa María.

Manso de Velasco (1688-1765) fue un ilustre militar que participó, alcanzando notables éxitos, en la guerra de Sucesión, en los sitios de Ceuta y Gibraltar, en la expedición de Orán, y en las guerras de Italia. Como premio, al modo de la época, se le otorgarían altos destinos en las colonias. Nombrado Gobernador de Filipinas no tomó posesión al recibir la Gobernación del Reino de Chile (1736-1745) donde desempeñó una ejemplar tarea de creación de ciudades, como Rancagua, que le rinde tributo de gratitud, y la reconstrucción de Valdivia. En la guerra del Asiento, ante los ataques de George Anson por el Pacífico (paralela a la de Edward Vernon en el Caribe), conoció a nuestros marinos Jorge Juan y Antonio de Ulloa, entonces en la expedición geodésica de la Academia de Ciencias francesa al Ecuador. Manso es un español bien recordado en el Chile actual.

En el Perú, tras el virreinato de José Antonio de Mendoza, marqués de Villagarcía, fue designado como virrey Manso de Velasco cargo del que tomó posesión en 1745. Entre los avatares propios de la época tuvo que hacer frente al más grave de los terremotos de la historia moderna: el de Lima del 28 de octubre de 1746 con el psunami asociado que destruyó El Callao. En su ejemplar tarea de reconstrucción contó con la contribución de Louis Godin, que había sido jefe de la expedición científica francesa al Ecuador (1735-1744) y que permaneció en Lima como catedrático de Prima de Matemáticas en la Universidad de San Marcos y cosmógrafo mayor del Virreinato. Este recuerdo cobra mayor sentido ante la posterior presencia del científico francés en Cádiz (1751-1759) como director de la Academia de Guardiamarinas. En 1755 viviría en esta ciudad el terremoto de Lisboa con su asociado psunami en la bahía de Cádiz, de triste memoria en la capital y en el Puerto de Santa María. La excepcional dedicación del virrey Manso de Velasco a la reconstrucción de Lima y de El Callao le valieron la concesión por Fernando VI del título de conde, para el que eligió la denominación de Superunda, es decir, a modo de fijación de su triunfo, "sobre las olas".

Anciano y cansado solicita el relevo a Fernando VI en 1759 que no se le concede hasta 1761 por Carlos III. Superunda opta regresar a la metrópoli por el Caribe, cuando numerosos antecesores habían tomado la 'nueva ruta' por el estrecho de Magallanes, casos de Juan y Ulloa y también del precedente virrey Villagarcía que moriría en el cabo de Hornos. El Conde se presenta el 24 de enero de 1762 en La Habana, donde debería esperar hasta el 12 de junio para embarcarse hacia Cádiz. Pero he aquí que el 6 de junio, en el contexto de la "guerra de los siete años", en la que participa España como consecuencia de un nuevo Pacto de Familia con Francia, se presenta una escuadra inglesa que acaba tomando la ciudad. Manso de Velasco, en su condición de máxima autoridad presente en la isla, asume el cargo de presidente de la Junta consultiva de Guerra y debe firmar la rendición de la plaza. En esos momentos La Habana y Cádiz son las ciudades más relevantes para el comercio español.

Como consecuencia de la pérdida de La Habana se le sometió a consejo de guerra, con solicitud de pena de muerte, siendo finalmente, en 1765, tras dos años de arresto y juicio, condenado a diez años de destierro y embargo de bienes. Y así, a la edad de 79 años, pobre, despreciado y en el mayor anonimato moriría el 5 de enero de 1767 en la ciudad de Priego de Córdoba, donde reposan sus restos. Esta ciudad prepara unos primeros actos conmemorativos de los 250 años de su fallecimiento.

Conmemorar, decía Ortega, consiste en "recordar con vistas al futuro". Sí, recordar, pero con el condicionante de hacerlo con vistas al futuro. Por tanto, no nos limitemos al simple recuerdo de un constructor de la historia de España, vida, como todas, con luces y sombras, sino que desde el presente se oriente hacia el futuro. Y en esta perspectiva puede reflexionarse al menos en dos direcciones. Primera, constatar positivamente que existe una gran América que tras haber sido políticamente española y construirse como tal durante unos tres siglos, integra la historia de España, historia concreta y precisa en el marco de la españolía, cuestión clave que estamos olvidando como pone de manifiesto el generalizado uso del término Latinoamérica. Segunda, la necesidad de recuperar la memoria de aquellos ilustres españoles que contribuyeron a la grandeza de esa historia, haciendo justicia; en el caso de Superunda, 30 años de fecunda carrera militar y 25 años de fructífera representación de primer nivel en la administración del Estado.

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