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La contabilidad nacional y la regional indican que las economías andaluza y española se comportan de manera muy similar y que lo que ocurre en la primera es en gran medida reflejo de la segunda. El último dato, todavía provisional, correspondiente al cuarto trimestre del pasado año indica que la economía andaluza creció un 3,7% con respecto al mismo trimestre de 2023 y la española un 3,5%, pero si ampliamos la observación a los tres últimos años (desde el primer trimestre de 2022) veremos que el coeficiente de correlación en el crecimiento se eleva hasta el 94%.
La economía andaluza cada vez se parece más a la del conjunto de España y lo mismo puede decirse del resto de las autonomías. Todas están inmersas en un mismo proceso de homogeneización en el que confluyen las preferencias y patrones de consumo, así como las tecnologías de producción y distribución e incluso en los perfiles formativos de los trabajadores, pero nada de esto parece contribuir a la reducción de las desigualdades. Por el contrario, la progresiva desaparición de las singularidades económicas de cada región, es decir, de la divergencia en el comportamiento de los agentes, opera como obstáculo a la corrección de las diferencias en bienestar y empleo. Resulta paradójico, pero puede afirmarse que la normalización que impone la tecnología y en los patrones de consumo desactivan las oportunidades competitivas para los territorios más atrasados y contribuyen a estabilizar la desigualdad.
Hace treinta años, en 1995, el PIB andaluz representaba el 13,5% del español, el empleo el 14,4% y la población el 18%. Diez años después, en pleno apogeo de la burbuja inmobiliaria, las cosas parecían haber mejorado para Andalucía. El peso del PIB se había elevado al 14,1% y el de los ocupados todavía más, hasta el 15,6%, afianzando un intenso periodo de convergencia que se mantuvo hasta el cuarto trimestre de 2006. La nota negativa la ponía la productividad aparente del trabajo, cuya diferencia con la media española se había incrementado desde 7,2 puntos a mediados de los 90, hasta 9,7 en 2005.
El proceso de convergencia en PIB total y por habitante se detuvo bruscamente con la crisis de 2008. La especial intensidad con que la burbuja especulativa se había instalado en Andalucía provocó que las consecuencias de su estallido fuesen especialmente dramáticas para la economía, el empleo y el bienestar, pero a diferencia de lo habitual en crisis anteriores, la recuperación que se inició en 2014 resultó más intensa y prematura que en el conjunto de España.
A mediados de 2018 se inició un nuevo periodo de convergencia en PIB y empleo que se ha mantenido hasta la actualidad, superando incluso la prueba de la pandemia. Las circunstancias fueron distintas a 2008 porque, aunque la actividad se paralizó, no hubo despidos masivos ni cierres de empresas, y la economía andaluza volvió a mostrar una sorprendente capacidad resiliente. El eterno problema que impide romper con la monotonía de atraso secular es la productividad. Si en 1995 la distancia con la media española era de 7,2 puntos y de 9,7 en 2005, en los tres primeros trimestres del pasado año ya se había ampliado hasta los 13 puntos.
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