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Jaime Sicilia
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Tribuna libre
Paco Mármol ha presentado en Granada una exposición sobre Animales en vías de extinción y la responsabilidad del hombre. Ha querido que observáramos la realidad a través de su mirada, y así ha conseguido que descubriéramos ese mundo suyo que para nosotros resultaba inexplorado. Es como si nos hubiera desvelado la tierra prometida.
Ha expresado su manifiesto en dos etapas. Primero ha moldeado los dibujos. Y para que nosotros moldeemos nuestra actitud añade ahora una moraleja como en las fábulas de Esopo. Y en ambos casos bueno es servirse de animales. En aquella ocasión nos mostraba una perspectiva de la naturaleza viva. Ahora nos hace reflexionar sobre la conducta del hombre en el mundo animal.
Sé que siempre que imagine un tigre incontroladamente llegarán a mi presente esas zapatillas de piel felina. Que cuando vea en una boutique una estola de piel de zorro inevitablemente volveré a oír las trompas de esos cazadores a caballo que con su jauría de perros acorralan al animal. Y cualquier orfebrería de marfil tallado me evocará la tortura de los elefantes.
Nuestra conciencia es como un palimpsesto en el que se escriben y se borran continuamente muchas sensaciones. Pero siempre van quedando indelebles esas recomendaciones suyas de amor seráfico hacia todas las criaturas del edén.
Cuando oigo hablar del lobo, el oso, el águila,… sólo consigo verlos en esas figuras que él ha creado con el artificio simple de unos bolígrafos de color. Esas imágenes cinceladas con el amor y admiración con que él le toma el pulso a la realidad han quedado interiorizadas para siempre en nosotros desde que conseguimos estrenar esa otra mirada. Esas líneas, esos trazos sombreando perfiles y volúmenes se nos imponen y nos impiden recuperar aquellas viejas perspectivas de otros tiempos.
Sus mensajes son como esas melodías que sin saber por qué nos acompañan desde el amanecer y que despertaron de no sé qué profundidades de nuestra sensibilidad. Son como esas imágenes hipnagógicas que nos siguen durante el día y que nos acunan luego en el atardecer hasta sumergirnos luego en el sueño. Quedan latentes a pesar del peso de otras vivencias del tráfago de los días y que vibran sin nuestro control. A veces no sabemos discernir lo que es la huella insomne de una fantasía, una experiencia de un tiempo anterior o una simple redundancia de nuestros sueños que han dejado una estela, porque emergen y se desdibujan pero yacen en la intimidad con un vigor tal que sintonizan con nuestros recuerdos y los perturban.
Pienso que desde ahora en adelante el tigre, el elefante, el delfín... tendrán que asomarse de vez en cuando a esos dibujos de Paco Mármol para adecuarse a sus modelos y poder corregir de esta forma su compostura.
Esas estampas de animales que contemplamos ya aquella tarde otoñal de domingo, ahora sustentadas con unas consignas éticas quedarán grabadas en nuestra memoria como aquel do sostenido y pertinaz que atormentaba a Schumann momentos antes de aquel delirio que presagiaba su muerte. Esas sensaciones me rondaban desde entonces como el aroma de los almendros en flor a Marcel Proust, o el roce de las alas de un ángel que se ha posado silenciosamente y complacido junto a nosotros porque ya hemos asumido su mensaje.
Presumo que al igual que Pigmalión se enamoró de la Galatea que nació de sus manos, estos animales prevalecerán porque él los ha querido con el mismo amor con que Francisco de Asís amó a todos sus hermanos.
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